El patio trasero de Europa (I)

Por Luis A. Moreno Hernández

Del mismo modo que las autoridades de los Estados Unidos de América vigilan permanentemente su patio trasero (es decir, América Latina), los países europeos han de seguir la misma táctica: en nuestro caso, tenemos que prestar especial atención a todo lo que ocurre en África.

Hasta ahora, en España teníamos noticias de África con ocasión de sequías, hambrunas o guerras civiles que nos parecían salvajes. Y mientras, los medios de comunicación mostraban nuestra política exterior como un conjunto de acciones que pasaban por las relaciones con la Unión Europa y con Hispanoamérica (e incluso últimamente, se establece que las relaciones internacionales han de ser un mecanismo para amortiguar los efectos negativos que vienen aparejados con la crisis económica que sufre Europa y por ende, nuestro país).

Aparte de estos dos ámbitos, no existía nada más de lo que preocuparse. Quizá sea por un cierto complejo de culpa que se ha mantenido en nuestro subconsciente colectivo debido a la presencia española en el Norte de África (y todo lo que allí pudo haber ocurrido). Pero el caso es que, desde un tiempo a esta parte, se ha dejado de prestar atención a problemas más cercanos.

La llamada Primavera Árabe ha puesto de relieve que aquello que nos rodea puede cambiar de la noche a la mañana sin darnos cuenta, con las consiguientes repercusiones para nuestro modo de vida, y sin capacidad de intervenir en la situación de inestabilidad.

 Al comienzo del estallido social del norte de África, parecía que la democracia tal y como la conocemos en Europa iba a ser implantada de forma rápida; sin embargo, el paso del tiempo nos ha hecho ver la realidad, que no es otra que ver como los elementos islamistas (más o menos moderados) son los que poseen mayor influencia sobre el grueso de sus sociedades. La región que se extiende tras Marruecos y Argelia se ha convertido en un lugar que puede afectar a la seguridad internacional (y por ello a España) a muy corto plazo. En el caso de Malí, apreciamos una situación de inestabilidad que hace que los gobiernos occidentales comiencen a tomarse con preocupación todo lo que allí ocurre. Recursos energéticos, movimientos migratorios ilegales o proliferación de grupos radicales, hacen de ello un objetivo de primer orden.

Mali en cifras
Con una estimación de más de 15 millones y medio de personas, Malí es un país del África Occidental cuya esperanza de vida se sitúa en torno a los 51 años. Una terrorífica tasa de mortalidad infantil del 191‰ lleva al país a situarse en el vagón de cola de los países más subdesarrollados del mundo: ocupa el puesto 175 de 187 de la lista de Índice de Desarrollo Humano. Más del 50% de la población vive por debajo del umbral de la pobreza, y la tasa de alfabetización se sitúa en algo más del 26% de la población adulta[1]. Una mezcla de pasado colonial salvaje e historia contemporánea convulsa, con unas elites dirigentes preocupadas más en su propio bienestar que en el de su nación, han llevado a Malí a una situación desastrosa.

Malí es un país que se encuentra situado en la zona occidental de África, caracterizado por disfrutar un clima subtropical y árido. Alrededor del 70% de la población maliense se dedica a la agricultura (a pesar de que únicamente un 4% del territorio del país es apto para el cultivo) y la pesca, con el río Níger como gran foco de riqueza importante del país; las principales actividades agrícolas son el cultivo del algodón y del arroz.

Por otro lado, Malí es un país que posee valiosos recursos naturales como el oro, fosfatos y uranio entre otros, lo cual hace de ellos una pieza codiciada por los países más poderosos. Este sector secundario destaca por la industria extractiva del oro, la cual tiene opciones de convertirse en un futuro a corto plazo como el segundo productor de oro de África detrás de la República Sudafricana, y cuya exportación supone el 85% de las exportaciones totales del país[2].

Antecedentes históricos
La región fue en tiempos un gran imperio[3] que basaba su actividad en el comercio vinculado a las caravanas que atravesaban el Desierto del Sáhara. En la antesala del Segundo Imperio Francés, la zona fue conquistada alrededor de 1850 por la Francia republicana de Luis Felipe I, y pasó a formar parte de la llamada África Occidental Francesa, con el objetivo de extraer todas las materias primas de las que disponían en la región (necesarias para el desarrollo de la llamada Segunda Revolución Industrial), hasta que pasado algo más de un siglo consiguió la independencia[4].

Tras la descolonización, Malí se aproximó a la órbita soviética tal y como hicieron la mayoría de los países emancipados. Los gobernantes implantaron la política económica típicamente socialista: nacionalizaciones y reparto de tierras. En 1968 un golpe de estado puso fin a todo ello y el régimen militar estableció una serie de reformas que no vieron sus frutos, todo lo cual derivó en la corrupción del sistema. En 1991 otro golpe de estado facilitó el establecimiento de una constitución; sin embargo, ésta tampoco fue respetada.

Estas han sido las notas características de la Historia Contemporánea de Malí, inestabilidad política y corrupción de sus altos dirigentes.



[1] Todos estos datos y mucho otros, podemos obtenerlos de la página web
http://hdrstats.undp.org/es/paises/perfiles/MLI.html

[3] Para saber más acerca del Imperio de Mali, ir al sitio web http://www.artehistoria.jcyl.es/historia/contextos/1320.htm.

[4] El 22 de septiembre de 1960 se produjo la independencia de Malí, circunscrita en el proceso descolonizador que se inició tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.


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