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Defensa de las naciones: nuevas estrategias para nuevos desafíos

Por D. Iván Moro Cardiel.

NUEVAS LINEAS SEGURIDAD Y DEFENSA EN EL AMBITO INTERNACIONAL

Sumergidos plenamente en la era de la globalización, continúa una imparable evolución que es motivo de un panorama para la seguridad y la defensa crecientemente complejo, en el que el tiempo de reacción frente a acontecimientos inesperados cada vez es menor (Ej. Primavera Árabe).

Así pues, la seguridad representa una de las preocupaciones principales de la mayor parte de los Gobiernos actuales y se encuentra en la base fundacional de buen número de organizaciones internacionales. En pos del logro de la seguridad, gobiernos y organismos internacionales diseñan programas de defensa. A la hora del estudio de estos temas se plantea la cuestión previa de delimitación y conceptualización de los términos seguridad.

Hoy día ningún país del mundo, ni siquiera Estados Unidos, es ya por sí solo capaz de mantener la seguridad en su territorio. Las decisiones unilaterales en materia de seguridad y defensa en un mundo globalizado y multipolar como el de hoy han perdido efectividad, dejando paso a las estrategias de cooperación que se presentan como las únicas viables para el logro de la paz y estabilidad mundiales.

Un conflicto de inicial limitado alcance territorial acaecido en cualquier lugar del mundo puede generar una onda expansiva que acabe afectando al conjunto de la comunidad internacional. Los avances técnicos y científicos, por otra parte, han posibilitado la creación de armas de destrucción masiva, algunas de ellas de relativamente fácil acceso, con una capacidad destructiva difícilmente imaginable en otros momentos históricos.

Está hoy ampliamente aceptado, asimismo, que las amenazas a la seguridad van más allá de las estrictamente militares y comprenden riesgos como los derivados del deterioro medioambiental, la propagación de enfermedades o la escasez de recursos.

CAMBIOS EN LA SEGURIDAD TRAS EL 11-S

Una década después del 11-S persiste la amenaza terrorista y para contrarrestarla, los gobiernos occidentales, en función de sus recursos y experiencia tienen que elegir entre luchar contra las causas últimas que fomentan el terrorismo, la proliferación o los estados fallidos (globalización) o en reducir las consecuencias de esos riesgos globales sobre sus sociedades.

Los atentados del 11-S generaron respuestas dirigidas inicialmente contra los terroristas, sus santuarios y contra las causas que facilitaron su actuación: dictaduras, mal gobierno, pobreza, marginación, falta de democracia, proliferación o estados frágiles, entre muchos otros. También se pusieron en marcha medidas destinadas a reforzar los servicios de inteligencia, especializar la actuación policial, judicial y fiscal y potenciar las medidas de protección civil. Una década después, y en medio de una crisis financiera sin precedentes, los gobiernos deben sopesar qué instrumentos emplean en su lucha futura contra el terrorismo: los multilaterales de las instituciones globales y regionales, los nacionales dedicados a proteger a sus poblaciones y territorios o la proporción en que combinan ambos instrumentos.

Los atentados del 11-S no descubrieron el fenómeno terrorista pero sirvieron para que las sociedades avanzadas se dieran cuenta de que existían nuevos problemas de seguridad de los que no les podían proteger las fronteras. Sus gobiernos también constataron la descoordinación e incapacidad de sus instrumentos tradicionales para prevenir y responder a estos ataques letales y espectaculares, donde unos actores no estatales con pocos recursos se aprovechaban de la globalización para alterar la vida cotidiana de los ciudadanos.

Obligados a reaccionar cuanto antes, los Gobiernos echaron mano a los instrumentos militares y diplomáticos tradicionales que tenían más a mano aunque no estaban diseñados para hacer frente a los nuevos riesgos. Otros comenzaron a reestructurar sus servicios policiales, de inteligencia y de protección civil y todos intensificaron la cooperación internacional en todos los ámbitos. El resultado de esas medidas contraterroristas es muy dispar. Las medidas dirigidas a luchar contra las causas profundas del terrorismo internacional: estados frágiles, la pobreza, el mal gobierno, la falta de democracia o desarrollo y la radicalización de las ideologías extremistas, entre otras, han dado resultados limitados a pesar de los cuantiosos recursos invertidos en ellas. Son causas de difícil solución y precisan respuestas globales o regionales que tardan en articularse. Por el contrario, se ha progresado bastante en la cooperación internacional en materia policial, judicial, financiera o de inteligencia, así como en la seguridad de los transportes, el control de las fronteras y la protección civil.

A lo largo de esta década, las estrategias específicas de la lucha contra el terrorismo se han ido integrando en las nuevas estrategias de seguridad nacional. En ellas, los gobiernos distribuyen sus prioridades y recursos para atender el terrorismo entre otros riesgos graves que acechan a las sociedades avanzadas acelerados por la globalización. Cada país, en distinta proporción, combina instrumentos multilaterales para hacer frente a riesgos globales colaborando con organizaciones internacionales o regionales y –por si esas medidas fracasan o llegan tarde- refuerzan sus capacidades nacionales para prevenir sus efectos sobre sus poblaciones y territorios.


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