Wamba, rey a la fuerza

D. Enrique Embajador Pandora.

A lo largo de los 264 años que habían transcurrido desde la entrada de los primeros bárbaros en Hispania, muchos habían sido los pasos que se habían dado para consolidar la monarquía visigoda: unidad religiosa con Recaredo; unificación territorial con Suintila y  unidad legislativa con Recesvinto. Sin embargo, a lo largo de todos los años de permanencia de la monarquía visigoda en España, se sucedieron treinta y siete reyes, lo que supone una media de poco más de ocho años de mandato para cada uno de ellos. Si a esto le añadimos la cantidad de asesinatos o deposiciones forzosas en sus personas, parece evidente que los logros apuntados no fueron suficientes para consolidar la monarquía y hacer frente a los grandes acontecimientos que se avecinaban.

El mantenimiento del sistema electivo para sus reyes fue un elemento desestabilizador de la monarquía, por cuanto daba un exceso de protagonismo a obispos y miembros de la nobleza en detrimento del propio monarca. Este sistema, quizás fue conveniente en épocas de continuas guerras y movimientos permanentes, pero no era el más adecuado para dar estabilidad y continuidad a una monarquía asentada territorialmente y con vocación de futuro.

Con los antecedentes expuestos, entramos a estudiar con un mayor detalle que el empleado hasta el momento, los últimos cuarenta años de la monarquía visigoda, personalizados en sus cinco últimos reyes: Wamba (672-680), Ervigio (680-687), Egica (687-700), Vitiza (700-710) y Rodrigo (710-711).

WAMBA
Al fallecer Recesvinto en el año 672, otro anciano enérgico, Wamba, fue elegido rey inmediatamente (672-680). Parece ser que en principio rehusó aceptar la corona, siendo obligado a hacerlo con amenazas. Sin embargo, pese a su escasa predisposición inicial, durante su reinado fue capaz de mantener el prestigio de la monarquía y acabar con todas las conspiraciones que se sucedieron. La más importante fue, sin duda, la del duque Paulo, quien elegido a su vez rey en Narbona proyectaba independizar la Septimania y la Tarraconense del resto de la corona.

Los problemas suscitados en la campaña desencadenada para sofocar esta revuelta, pusieron de manifiesto las carencias militares del reino, en especial la apatía de sus ciudadanos hacia los deberes castrenses y, como consecuencia, el poco espíritu militar de los reclutados, lo que llegaba a constituir un mal general. En estas circunstancias, a un mes escaso de su regreso de la Galia, el 1 de Noviembre del año 673, promulgó la ley de movilización militar que lleva su nombre. Esta prontitud en acometer tan importante problema, revela la diligente e inteligente atención con la que Wamba enfrentó la situación de los ejércitos.

En ella, se establecía que: para el bien del reino y de todos, que, en el caso de un ataque fronterizo, todo hombre de la comarca invadida, ya fuese obispo, clérigo, conde, duque, rico hombre o infanzón de la comarca donde estuviesen los enemigos, o encargado de la frontera cerca de ellos, y todo el que se hallase hasta cien millas del lugar del combate, si Rey u otro en su nombre se lo dijese, o se supiera públicamente, si no acudiese a la defensa o se excusara, fuese extrañado del reino; la pena extendía a obispos, sacerdotes y diáconos, los legos perderían la dignidad que tuviesen para quedar convertidos en siervos del Rey.

Por esta ley, se condena a los hombres  de menor guisa que no acudan a la guerra, a sufrir doscientos azotes, a ser marcados y a la multa de cien libras de oro, pena que se imponía igualmente a los desertores y a los que huían en la batalla. Todo el que se retrasase en el lugar del scandalum por mala voluntad, cobardía o indiferencia, y dejara de presentarse, tendría que contribuir a reparar los daños ocasionados por el enemigo, y los clérigos que no tuvieran bienes para responder serían desterrados a voluntad del Rey; el clero inferior y los laicos, fuesen nobles o villanos, perderían el derecho a prestar testimonio en los tribunales legales y la venta como esclavos; sus bienes serían empleados para reparar las pérdidas causadas por el enemigo (1).

Durante su reinado, parece que empezó a percibirse el peligro musulmán, pues existen noticias de un intento de desembarco en algún punto del litoral español, el cual pudo ser evitado gracias a la oportuna intervención de la flota visigoda, que quemó las naves adversarias (2).

Como vemos, con Wamba el ejército visigodo se reorganizó en base a la ley citada; sin embargo, los males que padecía el reino se agudizaron al final de su mandato, ya que el rey se había ganado la enemistad de muchos e influyentes sectores de la nobleza y el clero, como consecuencia de los castigos impuesto a estos estamentos sociales por su inadmisible conducta durante la rebelión de la Galia. En consecuencia, se fraguó una conjura, y Ervigio (680-687), pariente de Chindasvinto logró narcotizarle, y mientras dormía le tonsuró (3), imposibilitándole así para ocupar el trono. Wamba aceptó la situación y se recluyó en el monasterio de Pampliega (680) (4).

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(1) GÁRATE CÓRDOBA, José María: Historia del Ejército Español. Ed. BeCeFe, SA, Madrid, 1081, vol. I, pp. 362 y 363.
(2) GARCÍA VOLTÁ, Gabriel: El mundo perdido de los visigodos. Ed. Bruguera SA, Barcelona, 1977, p. 204.
(3) Cortar el pelo de la coronilla. Rito preparatorio que precedía al ingreso en una orden religiosa, imposibilitándole para el trono.
(4) THOMPSON, E.A: Los Godos en España. Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1979, pp. 249 a 263.