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El futuro de la Seguridad y la Defensa (IV)

El futuro de la Seguridad y la Defensa (IV)

Por D. Iván Moro Cardiel.

Las armas químicas y biológicas, según el informe elaborado por expertos de diversos países a petición de Naciones Unidas y presentados en julio de 1969 por el secretario general bajo el título: Las armas químicas y bacteriológicas (biológicas) y el efecto de su eventual empleo; se consideran como agentes de guerra química aquellas sustancias químicas (gases, líquidos o sólidos) que podrían ser empleados debido a sus efectos tóxicos sobre el hombre, los animales y las plantas.

En cambio los agentes de guerra bacteriológica son aquellos organismos vivos, cualquiera que sea su naturaleza, o sustancias extraídas de tales organismos utilizados para causar la enfermedad y la muerte de los seres humanos, los animales y las plantas y cuyos efectos dependen de su poder de multiplicarse en las personas, animales o plantas infectados.

Aunque el envenenamiento de los alimentos o las aguas han sido técnicas utilizadas en las guerras desde la antigüedad, las armas químicas en su versión actualizada comenzaron a investigarse durante el siglo XIX y conocieron su más importante y dramática utilización durante la Primera Guerra Mundial.

En la actualidad se ha avanzado extraordinariamente en el grado de toxicidad alcanzado por las armas químicas, especialmente por los gases nerviosos, así como en la configuración del armamento destinado a permitir su transporte y diseminación. Numerosos países de escaso nivel de riqueza han conseguido fabricar sus propios arsenales químicos, lo que les confiere una gran capacidad destructiva en caso de guerra y una capacidad disuasoria de la que carecen con los arsenales convencionales. No se conoce a ciencia cierta el número de armas químicas que están almacenadas en los arsenales de las grandes potencias y, mucho menos, de los países del Tercer Mundo. No obstante, debido al bajo coste de producción de estas armas y a la facilidad de su almacenamiento, transporte y utilización, las armas químicas han experimentado una mayor proliferación que las armas nucleares.

Las armas bacteriológicas resultan mucho más peligrosas por la impredecibilidad de la extensión y duración de sus efectos. A diferencia del arma nuclear y química, las armas bacteriológicas no han sido utilizadas en los conflictos bélicos.

La principal diferencia de las armas bacteriológicas respecto de las armas convencionales, nucleares y químicas, radica en el efecto multiplicador que posee a medida que transcurre el tiempo. En efecto, en todos los demás sistemas de armas de destrucción masiva el transcurso del tiempo constituye un factor de amortiguación de sus efectos destructivos y/o mortíferos. En las armas bacteriológicas, por el contrario, el tiempo propicia la multiplicación de las bacterias y su difusión por extensas áreas gracias a la intervención de los propios seres humanos, los animales, los vientos o las aguas, como agentes transmisores de las enfermedades.

La situación mundial en cuanto al armamento nuclear, es una situación acelerada de expansión de las armas, el conocimiento y el material nuclear que  nos ha llevado a un punto de inflexión, enfrentamos a la posibilidad real de que las armas más mortales jamás inventadas caigan en manos peligrosas.

Los pasos que estamos dando para abordar estas amenazas no se adecúan al peligro que suponen. Con la mayor disponibilidad de las armas nucleares, la disuasión se torna cada vez menos efectiva y más arriesgada.

Todo lo alcanzado hasta ahora, en materia de desarme nuclear, son los acuerdos firmados a fines de los años 80 y a principios de los 90: el tratado sobre las Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) de 1987, que eliminó dos clases de misiles nucleares, y el Tratado de Reducción de Armas Estratégicas (Start) de 1991, que logró los mayores recortes de armas atómicas jamás conseguidos. Miles de armas nucleares tácticas fueron destruidas en cumplimiento del acuerdo estadounidense-soviético.

Posteriormente, el ritmo de la reducción de armas atómicas se hizo más lento y los mecanismos de control se debilitaron. El Tratado de Prohibición Completa de Pruebas Nucleares (CTBT) no ha entrado en vigor. Las cantidades de armas nucleares poseídas por Rusia y por Estados Unidos todavía superan ampliamente a las de las otras potencias nucleares, lo que hace más difícil conducir a estas últimas hacia el proceso de desarme.

Ante una nueva carrera armamentista. La prioridad sigue siendo la financiación de programas militares y los presupuestos de defensa siguen aumentando y exceden ampliamente los requerimientos razonables en materia de seguridad, como también sucede con el comercio de armas. Por ejemplo, los gastos militares de Estados Unidos son casi tan altos como los del resto del mundo.

Como resultado de ello, hemos sido testigos de una guerra en Europa, en Yugoslavia, algo que previamente parecía inconcebible, de un deterioro duradero en Medio Oriente, de la guerra en Iraq, de una gravísima situación en Afganistán y de una creciente y alarmante crisis de la no proliferación nuclear. La causa principal de esto último es el fracaso de los miembros del club nuclear en cumplir con sus obligaciones frente al Tratado de No proliferación sobre la reducción de las armas nucleares. Y mientras este incumplimiento se mantenga existirá el riesgo de que otros países puedan adquirir armas nucleares.

En un análisis final podemos afirmar que el peligro nuclear sólo puede ser eliminado mediante la abolición de las armas nucleares. Pero, a menos que abordemos la necesidad de desmilitarizar las relaciones internacionales, reduzcamos los presupuestos militares, pongamos fin a la creación de nuevos tipos de armas y evitemos la utilización con fines armamentistas del espacio exterior, toda conversación sobre un mundo libre de armas nucleares será inocua.

En mi opinión, una combinación de un  tratado de reducción de armas estratégicas entre Estados Unidos y Rusia parece indispensable contando además con las otras potencias nucleares, que tienen que declarar una congelación de sus arsenales atómicos y aceptar la participación en negociaciones sobre su reducción. Si los poseedores de las mayores existencias de armas nucleares se embarcan en verdaderas reducciones otros no serán capaces de hacer lo contrario ni de ocultar sus arsenales frente al control internacional.


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