¿Hay demasiados drones?

Por D. César Pintado Rodríguez.

Tras visitar HOMSEC y abrir cualquier revista que trate la industria de defensa, queda clara la gran eclosión del mercado de vehículos aéreos no tripulados (UAV). Sin embargo, esa proliferación comienza a tener aspectos inquietantes.

Un informe de febrero de 2012 de la General Accountability Office del gobierno de EE.UU. confirmó el dramático aumento del número de países que ya cuentan con UAV militares. Concretamente, ese número ha pasado de 41 a 76 entre 2005 y 2011, la mayoría de ellos del tipo táctico. Se trata de sistemas dedicados principalmente a inteligencia, vigilancia y reconocimiento, y con un alcance máximo de 300 Kms.

De momento, los drones armados o UCAV son un club mucho más restringido, pero eso no durará. Hoy sólo los emplean EE.UU., Gran Bretaña e Israel, aunque la administración Obama intenta vendérselos a varios de sus aliados como Italia y Turquía. En realidad, el Pentágono ha identificado 66 países que podrían comprar drones norteamericanos. Alemania e Italia ya han manifestado su interés en adquirir UCAV. Polonia va más allá y se plantea una fuerza aérea mixta combinando aviación de combate tripulada y no tripulada. Canadá quiere invertir 1.000 millones de dólares en UCAV y Australia hasta 3.000 en drones de todo tipo.

De los 76 usuarios identificados por la GAO, 31 son europeos (7 de ellos no comunitarios, incluyendo a Rusia), 8 se encuentran en el continente americano (y representan el mercado de mayor potencial), 11 en África, 24 en Asia y 2 en Oceanía. Los drones representan uno de los sectores de mayor crecimiento de una industria en crisis. En la actualidad, y tras el éxito de su uso en Irak y Afganistán, hay más de 50 países desarrollando alrededor de 900 modelos de drones. Ello supone una abrumadora competencia, pero también importantes riesgos de seguridad nacional.

Un UAV puede convertirse en UCAV usando componentes comerciales y conocimientos rudimentarios al alcance de cualquier aeromodelista serio, lo mismo que un artefacto explosivo improvisado o IED. De hecho, ya son varios los estados hostiles a Occidente que poseen drones de diferentes capacidades, pero empiezan a haber actores no estatales como Hezbolá que también empiezan a disponer de ellos. Y aunque no supongan una amenaza comparable a la de un avión comercial secuestrado o un misil balístico, sí son una plataforma de vigilancia y un arma de terror de considerable potencial. Sobre todo si consideramos que la ventaja tecnológica de EE.UU. en este campo se está reduciendo cada año.

Irán ya planea una producción conjunta en Venezuela. Los fabricantes chinos saben que aún están por detrás de sus competidores israelíes y norteamericanos, pero confían en ofrecer productos competitivos para países en desarrollo. Su vista está puesta en drones de corto alcance para África Subsahariana, otro mercado en expansión.  Un modelo reciente de dron de tipo estratégico de CASC, el CH-4, puede ser usado tanto para reconocimiento como en misiones de combate, siendo capaz de alcanzar una cota de 8.000 metros, un alcance de 3.500 Kms y con una autonomía de hasta 30 horas. La empresa está negociando actualmente con Egipto la venta del CH-91, un sistema de uso militar y alcance medio con un precio de entre tres y cinco millones de dólares. Ya en el segmento de los mini-UAV, el T10S pesa sólo dos kilos y su coste oscila entre los 12.800 y los 25.600 dólares.

Por otro lado, el número creciente de drones compartiendo espacio aéreo con la aviación comercial es un problema cada vez más apremiante. Los nuevos modelos como el Atalante de Cassidian ya asumen la necesidad de la consiguiente certificación de vuelo.

En Iberoamérica, por otra parte, el desarrollo de los drones ha sido impulsado por la necesidad del control de unas extensas fronteras contra el crimen organizado e incursiones de grupos armados. Aunque de momento hay pocos usuarios y menos fabricantes. Brasil está de momento a la cabeza de la transferencia tecnológica desde Europa e Israel para el desarrollo de sistemas propios. Ya emplea drones israelíes y de producción propia en toda clase de funciones de seguridad pública, especialmente en la Amazonía, aunque su “puesta de largo” serán las misiones de vigilancia con motivo del Mundial de Fútbol de 2012 y las Olimpiadas de 2015. México ya ha importado los suyos de Israel, pero ya se plantea comprar otros de más capacidad e incluso ya hay prototipos de producción nacional.

Conclusiones.
Da la impresión de que estamos ante una “burbuja” del dron. La tecnología se abarata, los productores proliferan y la demanda aumenta, pero es ilusorio pensar que los 900 modelos actualmente en desarrollo tendrán salida.

Las aplicaciones civiles y militares son obvias, lo mismo que el ahorro en desarrollo y operación, pero las prestaciones de los UCAV aún están muy lejos de las de la aviación tripulada de combate. Los UAV pueden, sin embargo, convertirse fácilmente en una “aviación de pobres” difícil de controlar.

Al mismo tiempo, incluso el uso legal de estos sistemas supone un riesgo creciente para la aviación comercial como ya advierten organismos como la Federal Aviation Administration o Eurocontrol.

De momento nos atrevemos a pronosticar que, al igual que otros sectores en fuerte expansión del pasado, esta eclosión dará paso a una oferta más estabilizada y ajustada a la demanda tras el fracaso de los modelos menos competitivos. Lo único seguro de las burbujas es que todas estallan.


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