La conquista de las Américas (II)

Por J.M. Gutiérrez Campoy

Entre Octubre y finales de 1.492 Colón, creyendo haber llegado a Asia, irá descubriendo y tomando posesión de las primeras tierras del Nuevo Mundo: las Antillas, el archipiélago que separa el mar Caribe del Océano Atlántico y a este primer viaje le seguirán otros más.

Partiendo de la isla de La Española, los navegantes al servicio de Castilla pronto alcanzarán las costas continentales, que no tardarán en ser cartografiadas. Ya en 1.519 Hernán Cortés inaugurará la carrera por conquistar “tierra firme” al emprender, con la ayuda de los nativos de Tlaxcala, la conquista del Imperio Azteca.

A Cortés le seguirán otros muchos personajes inmortalizados por sus logros, que en pocas décadas habrán conquistado todo el centro y sur de América, así como diversas regiones de Asia y Oceanía. La única tierra que se les resiste es América del Norte. A pesar de ello Cabeza de Vaca conseguirá adentrarse desde el valle del Mississippi hasta California.

Con el sometimiento de los pueblos nativos es inevitable que, ya desde muy pronto, se den casos de abusos hacia estos. Pero las reacciones a éstos también surgirán desde muy pronto, sobre todo, entre los religiosos que acompañan a todas estas expediciones. Así, por ejemplo, Fray Bartolomé de las Casas, después de haberse beneficiado de un “repartimiento” de indios, se convirtió en un firme defensor de estos, por cuya labor fueron promulgadas las “leyes nuevas” que prohibirían la esclavitud de los indios.

A causa de dicha prohibición, los colonos demandarán mano de obra barata y de calidad, que pronto será proporcionada por comerciantes portugueses en forma de esclavos africanos. Ya a finales del siglo XVI y, sobre todo durante el XVII, los negreros portugueses comienzan a perder su monopolio a favor de holandeses, franceses e ingleses, que se lucrarán de esta forma originando el que se conoce como “comercio triangular”. Éste consistía en el transporte de esclavos negros desde la costa atlántica de África hasta las plantaciones de América. Una vez allí, producen tabaco, café o algodón que son transportados hacia Europa y de Europa se envían manufacturdos hacia África para ser intercambiadas por mas esclavos.

Es precisamente a partir de este siglo XVII cuando estas otras potencias europeas rivalizan con España y Portugal por los asentamientos en el Nuevo Mundo. No conformes con establecerse allí, además minarán los monopolios comerciales de estos mediante el contrabando e, incluso, la piratería y las “patentes de corso” en tiempos de guerra.

Como resultado de esto, para no perder de forma humillante las plazas españolas ni ver interrumpido el comercio entre las colonias y la metrópoli (necesario para la supervivencia del imperio), se precisará un esfuerzo extra para defender los asentamientos españoles del ataque de piratas y corsarios y un mayor control policial para reducir la incidencia del contrabando. Éste último creará un clima de descontento con la metrópoli pues, por un lado, esta se ve incapaz de impedir que la producción colonial se vea desplazada por productos similares de colonias extranjeras y, por otro, no verá con buenos ojos la obligación de comprar productos nacionales más caros pudiendo comprar productos extranjeros más baratos.

El siglo XVIII trae consigo la aparición de La Ilustración, época que vendrá a desequilibrar la balanza a favor de las ideas emancipadoras. Estas ideas, desarrolladas principalmente en Francia, serán objeto de persecución y censura en España, como antes lo fue la Reforma Protestante. Pero las colonias son mucho más permeables que la península a toda idea venida de fuera (y en parte eso es lo que las hace tan prosperas en comparación con la paupérrima Castilla). Así que allí en la práctica no se podrá impedir la traducción y publicación de todo tipo de libros prohibidos en la metrópoli.

Las ideas de emancipación calarán bien pronto en los colonos británicos de Norteamérica, que además recibirán el apoyo institucional de Francia y España. Pero, curiosamente, el simple hecho de apoyar estas ideas costará muy caro tanto a la monarquía francesa como a la española. La primera será derribada por la Revolución y la segunda verá, durante todo el siglo XIX, no solo cómo se pierde todo su imperio a causa de la divulgación de estas ideas liberales, sino que además vivirá una continua sucesión de guerras civiles y revueltas que se prolongarán casi hasta mediados del siglo XX empobreciendo, aun más, la ya pobre nación española.


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