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La Marca Hispánica, cantón militar avanzado del Imperio franco

Por GB D. Agustín Alcázar Segura (R)

En los albores del siglo IX comenzaba a adivinarse el carácter de los diferentes núcleos de resistencia existentes en las montañas septentrionales: Asturias había nacido como una prolongación de la monarquía visigoda, y tenía la aspiración de emularla con sus tendencias unitarias. De aquí el papel directivo que sus reyes pretenden ostentar, en relación con los otros núcleos cristianos.

En cuanto al espacio pirenaico, éste ofrece diferencias muy notables según las diversas zonas de la montaña, pero caracterizado en su conjunto por avances sin estruendo, sin batallas de renombre, pero visibles en los resultados, que serán el origen de nuevas entidades políticas. Así cada una de sus zonas geográficas mostrará un estilo diferente y buscará, o se verá abocada, a unos apoyos que configurarán su personalidad histórica.

En efecto, los Pirineos Occidentales, con una población vasco-navarra, fueron, en general, hostiles a los francos y trataron de mantenerse separados de ellos, al amparo de unas cumbres difícilmente accesibles. Por lo que respecta a Aragón, su originalidad se define desde el primer momento, como de aislamiento, de reclusión. Los catalanes, en cambio, mantuvieron relaciones constantes con los francos.

Dada la mayor predisposición de los catalanes hacia los francos, quizás forzados por ser su territorio camino habitual de los ejércitos musulmanes en su camino hacia el sur de Francia, es en este territorio donde adquirió carácter físico la Marca Hispánica. Con la organización del condado de Barcelona y su agrupación para fines militares con los otros condados establecidos por los carolingios en la zona pirenaica oriental quedó constituida la Marca Hispánica, región fronteriza, cantón militar avanzado del Imperio franco[1]. Esto imprimió un matiz especial a la futura Cataluña,

En tiempos de Hixem I (788-796), se envió una expedición hacia el noreste contra el enclave franco de Gerona, asediándola. Desde allí, continuaron hasta Narbona, donde devastaron los alrededores y derrotaron en Carcasonne a un ejército galo que les salió al paso cuando regresaban hacia el sur. Aún cuando no capturaron ninguna ciudad, (por lo tanto, tampoco tomaron Gerona), la campaña fue un éxito para los musulmanes.[2]

En los primeros momentos del reinado de Alhaquen I  (796-822), en el año 798, fueron los francos los que emprendieron una campaña al sur de los Pirineos, tomando la región situada entre Gerona y el Valle del Segre, atacando Lérida y Huesca al año siguiente, para conquistar finalmente Barcelona en el 801, lo que permitió una primera organización de la Marca Hispánica[3]

En las primeras páginas de su ensayo, Noticia de Cataluña, el profesor J. Vicens Vives escribió: No podemos olvidar un hecho esencial: el lanzamiento histórico de Cataluña se realizó desde una plataforma concreta, la Marca Hispánica, la parte transpirenaica del reducto europeo carolingio… Siempre encontramos en los hombres de la Marca (pasadizo o corredor defendido por montañas a la entrada y a la salida) los signos de su origen histórico.

Durante la primera mitad del siglo IX, en un primer impulso reconquistador, fueron ocupados, partiendo de los núcleos originarios pirenaicos, los condados de Cerdaña y Urgel, a poniente, y los de Rosellón, Vallespir, Ampurias, Gerona y Barcelona, a levante[4].

La última acción de este período, en esta parte de la Marca Superior musulmana, coincidente con la Marca Hispánica, es la desencadenada en el año 841 por Abd Al Rahman II (822.852). Ésta penetró en las tierras de Ausona, cruzó los Pirineos, y llegó victoriosa hasta las proximidades de Narbona.[5]

Tras el intento fallido de tomar Barcelona en el año 851, no volvemos a tener noticias de ataques musulmanes contra el extremo superior de la Marca Hispánica hasta el año 856. En esta fecha, aprovechando una de las etapas de sumisión al poder central, el emir cordobés ordenó a Musa ben Musa, realizar una incursión que se apoderó de Tarrasa y saqueó la comarca de Barcelona[6].

En el año 878, Wifredo “El Velloso” unificó los cinco condados catalanes: Gerona, Barcelona, Ampurias, Rosellón y Urgel. Así mismo, se cree que expulsó a los musulmanes de Ausona (Vic), de Montserrat y de parte de la actual provincia de Tarragona, actuando con una gran libertad con respecto al imperio carolingio, bastante debilitado en aquellos momentos.

A su muerte, dejó el triple condado de Barcelona, Ausona y Gerona, base de la futura Cataluña, a su hijo y sucesor Wifredo II o Borrel I (898-912), el cual intervino en las guerras civiles de los musulmanes, a cuya costa amplió sus dominios hacia el Sur. Wifredo II murió prematuramente y sin hijos (911) por lo que fue sucedido por Suñer, quien cedió el gobierno a sus hijos Borrell y Miró en 947.

Las relaciones con Al Ándalus se hicieron gratas a partir del 950, firmando acuerdos de paz y llegando hasta un cierto reconocimiento del califa, perdurando estas relaciones hasta la llegada al poder de Hixem II y de su hombre de confianza Almanzor.

A partir de entonces la situación experimentó un cambio radical, siendo objeto Cataluña de hasta ocho campañas, cinco en la época de Almanzor y las tres restantes en la de su hijo Abd al Malik.

La toma y saqueo de Barcelona en 985 hizo replantear toda la política seguida hasta entonces por el conde Borrell, quien tuvo que volver la mirada a sus señores naturales, los monarcas francos. Sin embargo, éstos no acudieron en su defensa, tal como solicitaba, pues la subida al trono de la nueva dinastía de los Capeto y el ataque de los normandos a París, impidieron cualquier ayuda militar al conde de Barcelona. Ante esta situación, éste se consideró libre del compromiso de fidelidad debido a los reyes francos, ya que no habían cumplido su obligación de acudir en defensa de un vasallo en peligro[7].

Esta situación de hecho no adquirió constancia de derecho 1258, cuando Jaime I de Aragón y san Luis de Francia fir­maron el tratado de Corbeil. En virtud de mismo, el Conquistador renunciaba a todos los derechos que pudiera tener sobre los antiguos feudos del Sur de Francia; por su parte, Luis IX renunciaba al señorío feudal sobre la Marca Hispánica, que creía corresponderle como sucesor de aquellos remotos emperadores carolingios y reconocía, en un alarde de generosidad, la independencia del condado de Barcelona y demás condados catalanes, que de hecho eran independientes desde hacía tres siglos. 


[1] MARQUÉS DE LOZOYA: Historia de España”. Ed. SALVAT. vol. 1. Barcelona, 1968. p. 273.

[2] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA. La conquista árabe. Ed. Club Internacional del Libro. Vol.7. Madrid, 1994, p. 76.

[3] Ibidem, pp. 88 y 89.

[4] REGLÁ, Juan: Historia de Cataluña. Ed. Alianza Editorial. Madrid, 1983, p. 38.

[5] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA. La conquista árabe. Ed. Club Internacional del Libro. Vol.7. Madrid, 1994, p. 92.

[6] BURGO, Jaime del: Historia de Navarra, la lucha por la libertad. Ed. Giner. Madrid, 1978. p. 403.

[7] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA: Historia de Cataluña. Club Internacional del Libro. Vol. 31. Madrid, 1994, p. 57 y 58.