La pérdida de Gibraltar

Por GB D. Agustín Alcázar Segura (R)

Director del Curso “Historia militar de Gibraltar”.

La falta de sucesión de Carlos II despertó la codicia por el trono de España en todos aquellos que con más o menos fundamentos se consideraban con derecho a sucederle a su fallecimiento, siendo los principales aspirantes el Delfín de Francia, que renunciaba a los suyos en beneficio de su segundo hijo Felipe, Duque de Anjou, y el Emperador Leopoldo de Austria, que a su vez los cedía a su hijo segundo, el Archiduque Carlos.

Carlos II, después de muchas vacilaciones y tras consultar con el Papa designó sucesor a Felipe V, Duque de Anjou. Esto no fue reconocido por el Emperador de Austria, al que se unieron poco después Inglaterra, Holanda, Portugal y el Ducado de Saboya, que declararon la guerra a España y Francia el 15 de Mayo de 1702.

En 1704 la flota anglo-holandesa hizo su aparición en las costas españolas y tras unos primeros intentos fallidos frente a Cádiz y Barcelona, fondeó ante Gibraltar entre los días 2 y 3 de Septiembre.

La armada aliada estaba compuesta por 63 buques de guerra británicos y 10 holandeses, a los había que sumar otros 68 de transporte. Montaba en conjunto un total de 4102 cañones, con 25583 tripulantes y 9000 hombres como fuerza de desembarco, todo ello al mando del almirante inglés Rooke y el príncipe  Darmstadt.

Frente a ellos, el gobernador D. Diego de Salinas solo contaba con 100 hombres de guarnición y 6 artilleros más 400 fusiles para armar a otros tantos paisanos.

Rooke y Darmstadt, intimaron a la rendición al Gobernador en honrosas condiciones, pero rechazada esta proposición, la plaza sufrió el día 4 un bombardeo de 6 horas en las que se arrojaron contra ella 15.000 proyectiles. Arruinadas las fortificaciones, las autoridades de la plaza no tuvieron otra opción que capitular para evitar las funestas consecuencias de un asalto.

Una vez rendida la plaza, el Príncipe Darmstadt izó en sus muros la bandera austríaca, proclamando Rey de España al Archiduque, pero el Almirante Rooke la mandó arriar poniendo en su lugar la inglesa y tomando a su vez posesión de la plaza en nombre de la Reina Ana.

A pesar del disgusto que esto causó al de Darmstadt[1], quedó de Gobernador con 2000 hombres, sin duda con la esperanza de que el gobierno inglés no aprobara la conducta del Almirante. Vana ilusión, pues aún cuando Sir J. Rooke fue separado del mando de la escuadra, el silencio que sobre este suceso guardó el parlamento inglés no supuso un signo de desaprobación de su conducta, sino asentimiento tácito de los hechos consumados. Así lo prueban los acontecimientos que se sucedieron y que dieron por resultado el Tratado de Utrech que vino a legitimar esta usurpación.

Por su parte, los moradores, que ascendían a unos 6000, prefirieron la pérdida de sus hogares  y de sus posesiones, a soportar el dominio de los extranjeros, por lo que a excepción de una sola mujer y algunos ancianos enfermos que no podían caminar por su pie, todos los habitantes de la ciudad la abandonaron[2] el 6 de Agosto de 1704.

La población se diseminó por la campiña, en un principio sin rumbo fijo, pero después fueron agrupándose al abrigo de las ermitas de San Roque, San Isidro y de Nuestra Señora de la Palma, dando así origen a la formación de las poblaciones de San Roque, Los Barrios y la moderna Algeciras, siguiendo funcionando el mismo Ayuntamiento que había regido hasta entonces la ciudad abandonada.

De aquí la denominación de Campo de Gibraltar que se da al territorio de aquellas, pues fueron consideradas y llamadas en conjunto “la ciudad de Gibraltar residente en su campo”.


[1] El tratado vigente por entonces era el de Lisboa de 1703, que no autorizaba a las potencias marítimas a posesionarse por su cuenta de ningún puerto en las costas de España, ya que atribuía todo el territorio español al Archiduque Carlos.

[2] El único que voluntariamente se quedó fue D. Juan Romero de Figueroa, cura de la parroquia de Santa María de la Coronada, que consideró como un deber de su cargo quedarse a defender los sagrados intereses que le estaban encomendados.


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