La primera Guerra Celtíbera

GB. Agustín Alcázar Segura (R).

Según Tito Livio, los celtíberos reunieron un ejército cercano a los 35.000 hombres, a lo que Fulvio Flaco respondió movilizando todas las fuerzas auxiliares posibles acudiendo a los pueblos aliados. Con tal ejército, inferior en número al de los naturales del país, emprendió la penetración en la Meseta.[1]

Durante el año 181, Fulvio Flaco logró dos grandes victorias: una en Ebura, población próxima a Toledo, y la otra en Contrebia, ciudad que, según Apiano, había sido recientemente edificada y fortificada en el Valle del Jiloca, cerca de Daroca. Con estas victorias como aval, se presentaron ante el Senado romano los enviados de Hispania dando cuenta de la sumisión de Celtiberia y la pacificación de la Provincia, solicitando autorización para que el ejército regresase a Roma.[2]

Sin embargo, el nuevo pretor de la Citerior, Tito Sempronio Graco, tenía informes de que sólo se habían sometido unas pocas ciudades, las más amenazadas por la vecindad de los campamentos de las legiones, mientras que las más lejanas continuaban sublevadas, por lo que se opuso a la retirada de los veteranos, aún cuando ésta era la aspiración de los propios soldados, cansados de luchar en Hispania tantos años y con tanta dureza[3].

Entre tanto, Fulvio Flaco aprovechó el retraso en la incorporación de su sucesor para devastar el Valle del Duero, donde sólo Catón había penetrado cinco años antes, si bien con ligeras incursiones. Esta acción, más que amedrentar a los habitantes, como pretendía, consiguió el efecto contrario, por lo que le tendieron una emboscada en su camino de regreso a Tarragona en un lugar denominado Manlio, situado en el Valle del Jalón. Sin embargo, pese a los primeros momentos de sorpresa, los romanos terminaron vencedores en este nuevo enfrentamiento[4].

Durante el año 179, los nuevos pretores, Sempronio Graco de la Citerior, y Lucio Postumio Albino, de la Ulterior, actuando conjuntamente, ganaron a los hispanos cerca de trescientas ciudades, si aceptamos el criterio de Orosio, si bien será preciso reconocer que el concepto de ciudad de aquella época no sería el mismo que hoy poseemos. Todas estas acciones culminaron con la batalla del Moncayo, la cual resultó decisiva, obligando a los celtíberos a acordar una paz duradera[5].

Esta vez los pretores habían conseguido conquistar realmente Celtiberia y Vasconia, iniciar la ocupación del territorio vacceo[6] y desgastar fuertemente a los lusitanos. Pero si la acción militar fue importante, aún tuvo más trascendencia la labor política de los pretores, sobre todo la de Sempronio, estabilizando a los inquietos iberos con su reparto de tierras y llegando a jurarse por ambas partes convenios de amistad.[7] Para ello, al término de la guerra se firmó un tratado con los naturales del país en virtud del cual éstos se comprometían a[8]:

  • El pago de un tributo de cuantía oscilante. (Según Tito Livio, en 179 se recaudaron 2.400.000 sextercios).
  • El envío de tropas auxiliares, lo que se asemejaba a una prestación de servicio militar permanente por parte de los asociados.
  • La imposibilidad radical u obligación estricta de no amurallar las ciudades existentes ni construir otras de nueva planta.

La última cláusula será fundamental, y alegada como causa desencadenante de la 2ª Guerra Celtibérica o de Numancia.

Esta nueva forma de actuación, promovida por Sempronio Graco, (unido a la familia de los Escipiones por su matrimonio con Cornelia Menor, hija de “El Africano”), refleja un nuevo talante en los modos de enfrentarse a los problemas hispanos. Evidentemente, en sus comienzos, no tuvo más remedio que aceptar la amarga herencia recibida, pero después, haciendo gala de una lucidez política extraordinaria, y no queriendo pasar por los problemas como sus antecesores, los encaró de frente, dando pruebas de una conciencia hasta entonces desconocida. Obviamente tuvo que asumir los males pasados y combatir con las armas del mismo modo que ellos, pero después supo acercarse a la paz por el único camino posible: la negociación y el reparto[9].

La culminación de la obra de Sempronio Graco fue la fundación de la ciudad de Graccurris, en las inmediaciones de la actual Alfaro (La Rioja). Esta fundación no respondía a una megalomanía del pretor, sino que estaba motivada, al menos, por dos razones de peso:

  • Asegurar la frontera con los territorios conquistados y con los vascones.
  • Convertir la ciudad en plataforma para un reparto sistemático de tierras entre los celtíberos; medida con la que pretendía solucionar de una vez por todas el problema del bandolerismo, del que provenían la mayor parte de la dificultades romanas[10].

PERÍODO ENTRE GUERRAS

Es frecuente leer en los textos dedicados al tema que estamos tratando que, gracias a esta política de los pretores, y exceptuando la sublevación del año 175, la Península disfrutó de veinticinco años de paz[11]. Sin embargo, esta afirmación no parece ajustarse a la realidad y más se nos ofrece como fruto de un voluntarismo exagerado de los cronistas, dadas las constantes alusiones a levantamientos o enfrentamientos de los que se tienen noticias.

Lo que sí es cierto, es el hecho de que del período comprendido entre 177 y 154 a. C se sabe realmente poco, en parte porque los sucesos que se produjeron no serían ruidosos ni decisivos, y en parte también por la pérdida de fuentes, ya que, a partir del año 167 nos falta la historia de Tito Livio.[12]

En cualquier caso, es claro que “la paz” no era un buen “negocio” para los pretores romanos, ya que ésta no ofrecía oportunidades para enriquecerse, que era la razón fundamental que movía a éstos para solicitar prestar servicio en Hispania (ya hemos citado anteriormente lo lucrativo que resultaban los conflictos). Pero esquilmar así era peligroso y sólo podía asegurarse el país por la fuerza de las armas.

La situación se hace crítica en el año 175, por lo que los celtíberos inician una nueva sublevación. Sin embargo, viendo que la fuerza no resolvería sus problemas, decidieron acudir a Roma con el fin de denunciar la insostenible situación que soportaban. Así, en el año 171, se presentaron al Senado romano los legados de algunos pueblos hispanos, quejándose de la avaricia y soberbia de sus magistrados y pidiendo que no se les vejase y expoliase con más ignominia que a enemigos.[13] Los hispanos hicieron comparecer como acusados a antiguos pretores, designándose para defender los derechos de los denunciantes, entre otros, a Publio Cornelio Escipión Nasica, hijo de Cneo, que había combatido en la Península entre los años 194 y 193.

 Los hispanos recibieron seguridades para el porvenir, pero las disposiciones nacían muertas y las irregularidades se sucedían con absoluta impunidad.

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[1] GÁRATE CÓRDOBA, José María: “Historia del Ejército Español”, Gráficas BeCeFe SA Madrid, 1981, pp. 138 y 139.

[2] Ibidem, pp. 139 y 140.

[3] Ibidem, p. 140.

[4] Ibidem, pp. 140 y 141.

[5] Ibidem, p.143.

[6] Vacceo: Habitante de la región que comprendía la parte más baja de la provincia de Burgos, las de Palencia y Valladolid y partes colindantes de las de León, Zamora, Salamanca y Segovia.

[7] GÁRATE CÓRDOBA, José María: “Historia del Ejército Español”, Gráficas BeCeFe SA Madrid, 1981, p. 144.

[8] GRAN HISTORIA DE ESPAÑA:”Los romanos en la Península Ibérica”, Club Internacional del Libro, Madrid, 1994, vol. 3, p. 78.

[9] Ibidem, p. 77.

[10] Ibidem, p.79.

[11] GÁRATE CÓRDOBA, José María: “Historia del Ejército Español”, Gráficas BeCeFe SA Madrid, 1981, p. 144.

[12] TOVAR, J y BLÁZQUEZ, JM: Historia de la Hispania Romana Ed. Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 47.

[13] GÁRATE CÓRDOBA, José María: “Historia del Ejército Español”, Gráficas BeCeFe SA Madrid, 1981, p. 145.


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