Liderazgo y Fuerzas Armadas

Carlos González de Escalada Álvarez/ Madrid

La capacidad de liderazgo es una cualidad que se presupone en los mandos militares. Es fácil imaginar que un oficial, un suboficial o un cabo, son líderes por defecto porque mandan sobre sus hombres para cumplir su misión. Los buenos líderes son queridos y respetados, su gente les sigue y además de poder sobre ellos, tienen autoridad moral. Ningún ámbito más propicio para ejercitarlo como la milicia.

O así debería ser…

 Me considero un estudioso del fascinante significado del liderazgo y de cuáles son las mejores técnicas para practicarlo. Yo lo defino como «el arte de dirigir a un equipo para cumplir sus objetivos, generando la convicción colectiva que éstos son buenos y necesarios pare el bien de la institución y del propio equipo». Cuando el colectivo cree en la misión, acatará de buen grado las tareas necesarias para cumplirla, incluso si son arduas, y a la postre tendrá una mayor satisfacción al realizarlas y comprobar que su contribución es determinante para el conjunto. Se siente parte de algo mayor y mejor.  

Ingrediente principal
El ingrediente principal para que se cumpla la premisa del liderazgo eficaz es la confianza. Cuando un líder manda, sus subordinados confían en que lo mandado es lo mejor o bien, ojo, la menos mala de las opciones posibles. Si se decide por una acción menos mala, no pasa nada, porque el líder además de poder de mando tiene autoridad y sus honmbres le creen. El líder, en definitiva, entiende su labor como un servicio a su equipo, nunca como un privilegio; reconoce que si no enseña, nunca logrará competencia; es tolerante con el fracaso de buena fe; es rápido en alabar y apoyar al alicaído;  lento en reprender al entusiasta; pero firme y sincero al corregir los defectos. Concede todo el mérito a su equipo, nunca a sí mismo; asume todos los fracasos, nunca los traslada a su equipo. Conoce a la perfección el axioma militar: «la orden incumplida siempre es culpa del jefe porque o bien no verificó su cumplimiento o bien la dio a quien no tenía competencia para cumplirla».

No pretendo en es te artículo detallar cuáles son las técnicas para dominar el sutil arte del liderazgo. Baste con listar los atributos del líder: psicología, generosidad, convicción, ejemplo, honestidad, entereza, valentía, abnegación, transparencia, equidad, rigor, indulgencia, sentido común, lealtad y subordinación. Salpimentar con un poco de sentido del humor y autocrítica.   

Sí me gustaría destacar su importancia capital en el seno de las Fuerzas Armadas y el efecto devastador de la ausencia de liderazgo en la cadena de mando, desde el Sr. ministro de Defensa al último recluta. La eficacia de una fuerza se mide por su capacidad para combatir con éxito. Para ello, la fe de la tropa en sus líderes debe ser total. Si los soldados confían en sus cabos, éstos en sus sargentos, éstos en sus alféreces y tenientes, todos en su capitán, tenemos el ingrediente principal para lograr la cohesión de una unidad, en este ejemplo una compañía, batería o escuadrón. Cuando el capitán da una orden todos sus hombres se mueven como un ente homogéneo y esta cualidad aumenta su maniobrabilidad, su acometividad y su disciplina de fuegos. Los soldados confían en lo que su líder les manda para cumplir la misión y confián en que la misión es necesaria para el éxito de la campaña.

Pero pensemos en el caso contrario: los soldados tienen poca o nula confianza en sus mandos. Entonces, el individuo, ante una situación peligrosa dudará. Su instinto y su inteligencia le harán cuestionarse íntimamente las órdenes, puesto que si no confía en sus jefes no confiará en que sus decisiones sean las correctas. Lo que es peor, pensará que la incompetencia le puede costar la vida. No estamos hablando de filosofía aristotélica, esta es la realidad nos guste o no. 

Un buen termómetro del auge del liderazgo en una unidad es comprobar si el colectivo se alegra cuando recompensan a sus compañeros más destacados. Si los compañeros en general se alegran por aquel que recibe una medalla, entonces existe un buen clima de camaradería. Sí por el contrario, una gran parte tacha a los recompensados de enchufados o pelotas, todo lo contrario.

Para forjar líderes, los que mandan en nuestras Fuerzas Armadas han de dotarles de dos cualidades imprescindibles: de la capacidad de decidir y la de solucionar problemas a sus subordinados. Si no existen estos dos atributos, no puede existir un líder.

La autonomía del líder
«Dirigir es decidir» es una frase que yo uso mucho con mis colaboradores. El líder necesita un marco de soberanía y la confianza de que si toma una decisión no compartida por su jefe, contará con el apoyo de éste si la decisión se tomó dentro de un marco de referencia establecido. La falta de autonomía aniquila el liderazgo, porque convierte al líder en un mero instrumento de transmisión. La política moderna y las nuevas tecnologías no son propicias para fomentar la delegación: hoy don Pedro Morenés puede estar al habla con el capitán de fragata que acaba de capturar un grupo de piratas en el Índico unos minutos antes; o al general jefe del Mando Conjunto, le puede estar siguiendo en directo el ministro de Defensa en el desarrollo de una operación exterior. … vamos como para cometer errores.

Ilustra la realidad de mi ejemplo, cómo el presidente de EEUU, Barack Obama, siguió con todo su gabinete el desarrollo de la captura de Osama Bin Laden el 2 de mayo de 2011, afortunadamente, todos se limitaron a seguir la operación en directo (boquiabiertos), sin intervenir.

Otro enemigo del liderazgo el la complejidad de toda gran institución humana. Lo numeroso es ineficiente o incluso ineficaz por naturaleza. Es imposible que en el Ministerio de Defensa, todo, todo, todo, funcione como un reloj. Los errores, los retrados, las omisiones y las frustraciones derivadas de ellos, son parte del sistema. También aquello que funciona bien y genera energía positiva.

Cuando la complejidad de la organización penalice al subordinado, el líder debe poder como mínimo paliar sus efectos. No puede acabar con las debilidades del sistema, pero sí reconocerlas, explicarlas y hacerlas suyas. No se espera que el líder «cambie el mundo» pero sí que al menos pueda identificar lo que está claramente mal y tratar de conseguir que su ámbito de actuación mejore. De lo contrario, la desesperación de un oficial o un suboficial porque nada cambia o nada mejore, pronto tornará en un desencanto generalizado y una pérdida de fe en la institución.  

No es oportuno ni despachar al que de buena fe trae propuestas de mejora, ni al líder que se identifica tanto con sus hombres que se vuelve insubordinado. El primer paso para ser obedecido es aprender a obedecer y hacer tuyas las decisiones del jefe.

Cuando no existe un clima de liderazgo, cabe esperar otra consecuencia: el colectivo buscarán el liderazgo en otros foros. Si un marinero está convencido de que el sistema no le va solucionar nada, buscará quién enarbole su causa. Personalmente, estoy persuadido de que éste es el auge del florecimiento de las asociaciones profesionales de militares. Éstas surgen ante la percepción de muchos militares, erronea o no, de que las cosas no funcionan y de que «la unión hace la fuerza» para solucionarlas, aunque sea fuera de la casa. 

Con más y mejores líderes, no hacen falta asociaciones.


Doctor en Ciencias Sociales por UDIMA. MBA por la Henley Business School (Reino Unido). Máster Oficial en Seguridad, Defensa y Geoestrategia por la UDIMA. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Fundador y Presidente de CISDE. Director general de SAMU. Numerario de la Academia Andaluza de la Historia.

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