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María Pita, la heroína de La Coruña

María Pita, la heroína de La Coruña

Por Dña. Carmen Pavaneras.

La historia militar de España está repleta de acciones heroi­cas, realizadas muchas de ellas por mujeres. Con este pequeño artículo se quiere rendir homenaje a una mujer gallega, María Pita, que, con su heroica actitud hizo que la población de la ciudad de La Coruña rechazase, cuando ésta estaba casi perdida, a las tropas inglesas que pretendían tomarla al asalto.

Nuestra heroína, que según cuentan las crónicas era una “recia y alta mujer, mas bien gruesa que esbelta, con rostro agraciado si no bello, nariz aguileña algo ganchuda y ojos negros y muy vivaces, peinando largos cabellos negros», vi­vía, junto a su segundo marido, Gregorio de Rocamonde quien poco tiempo después caería gloriosamente defendiendo el barrio coruñés de la Pescadería.

Acontecimientos diversos, primero de orden militar, más tarde sentimentales y sociales, y por último de tipo económico, habrían de torcer en forma decisiva la normal trayectoria de la vida de María Pita, transformándola sucesivamente, en una heroína, después en una señora noble, y más tarde en mujer relativamente acaudalada.

Que la Divina Providencia tenía previsto para María Pita una vida extraordinaria, fácilmente podrá comprobarse, como seguidamente se verá, a través de la semblanza sobre las vicisitudes de su bastante prolongada existencia.

Durante el reinado de Feli­pe II, las relaciones diplomáticas con el reino inglés y la corona española no sólo eran poco cordiales, sino tan tiran­tes que todo hacía sospechar que antes o después se produ­ciría un enfrentamiento armado entre las dos potencias.

Muchos asuntos políticos y económicos separaban a am­bos países y muchas aspira­ciones británicas, a costa de los intereses españoles, se preparaban en la corte de Saint James. Las cosas no marchaban bien entre su Gra­ciosa Majestad Británica, la Reina Isabel de Inglaterra y el todopoderoso Rey de España, Felipe II. Tan sólo hacía falta una disculpa, por pequeña que esta fuera, para que ambos pa­íses se enfrentasen abierta­mente.

Y esta disculpa, llegó con ocasión de las pretensiones que Don Antonio O’Crato tenía sobre el trono portugués. Este, en su afán de tomar posesión del solio lusitano, solicitó el apoyo militar de Inglaterra.

Tal apoyo entraba de lleno en la política exterior inglesa, siendo la disculpa que estos pusieron para enfrentar­se a España, invadiendo Gali­cia, vecina al Reino de Portu­gal.

Para ello, Gran Bretaña or­ganiza una potente escuadra naval, compuesta de 142 naví­os y 20.000 soldados, al man­do del Vicealmirante Drake y del General Noris. Armados y equipados, parten de las Islas Británicas, rumbo a las costas gallegas, el 13 de Abril de 1589.

Conocedor el rey español Felipe II, por informes del Prín­cipe de Palma y el Embajador de Gran Bretaña de las inten­ciones de la Armada inglesa, ordena al Gobernador Militar de la plaza de La Coruña que ponga a dicha ciudad en condi­ciones de resistir cualquier in­tento enemigo de invasión.

Para la defensa de la ciu­dad, se construyen fortines, se levanta un sólido fuerte para defender la playa de Santa Cristina, se artilla la Puerta de la Torre, se organizan puestos de vigilancia en punta de Pena-boa, de Mexillosa, de Mera, Podrido y se ordena la movilización general de todos los hombres útiles para empuñar las armas. Movilización a la que, cuando la plaza se encon­tró en peligro, habrían de su­marse, voluntariamente, las mujeres de la localidad.

Al amanecer el 4 de Mayo de 1589, los vigías de las ata­layas del Monte y de Cabo Prior, avisaron de la presencia de la escuadra inglesa. Se en­cendieron hogueras en la Torre de Hércules y se dio la alarma general para que la ciudad se prestase a su defensa.

Las fuerzas inglesas de­sembarcaron, protegidos por el fuego de los navíos, en 14 lanchones, consiguiendo varar en la playa.

Tras los primeros enfrenta­mientos con los defensores, estos se vieron obligados a retroceder, iniciándose la progre­sión británica hacia el Picote del Pasaje, camino de Santiago y Aldea del Monte.

Ante tales acontecimientos, el Marqués de Cerralbo ordenó a los vecinos del barrio de las Pescaderías, lugar en el que vivía nuestra heroína, que eva­cuaran éste y se acogiesen el abrigo de las murallas y forti­nes.

Durante toda la jornada, continuó el sangriento comba­te, el cual no se presentaba de­masiado favorable a los defen­sores, a tal extremo que para nutrir las filas españolas, mu­chas mujeres del citado barrio no dudaron en tomar parte en la lucha, empuñando toda cla­se de armas, el enemigo que conseguía éxitos parciales, tra­tó de profundizar a través de la defensa un Alférez de las tro­pas adversarias, enarbolando un estandarte en señal de triunfo, se abría paso a fuerza de cuchilladas.

Mas su avance fue deteni­do, de forma brusca, por una certera estocada, propinada por una mujer española, María Pita, quien tuvo el coraje nece­sario para hacerle frente y arrebatarle la enseña que, or­gullosamente, agitaba.

A partir de aquí, las tornas cambiaron y la reacción de los defensores, a cuyo frente combatía, armada de casco y es­pada, la heroína coruñesa, consiguió obligar a las tropas a replegarse y huir en desbanda­da.

La ciudad de La Coruña, después de algunos otros combates se vio, al fin, libre de enemigos que, precipitada­mente, buscaban refugio en las naves de su escuadra.

Rechazada totalmente la invasión, el Almirante inglés pi­dió una tregua, que no fue te­nida en cuenta por el Marqués de Cerralbo, por lo que el ven­cido se vio obligado a embar­car, definitivamente, todas sus tropas y adentrarse en el mar en espera de otra ocasión más propicia.

Finalizó, de esta forma, la pretendida invasión inglesa so­bre las costas gallegas, que­dando abatido el orgullo de las tropas de Drake.

La Coruña, gracias al cora­je de una mujer, se salvó y el Rey Felipe II, queriendo pre­miar el heroico comportamien­to de aquella valiente mujer que tanto influyó en el desarro­llo del combate, no tan sólo por el ejemplo que dio a los defensores, sino también por su acción personal, ordenó le fuese concedida a doña Maria Mayor Fernández de la Cáma­ra y Pita, el grado de Alférez con todos los emolumentos y beneficios anejos, así como una gratificación mensual de cinco escudos, que sucesiva­mente fue aumentando hasta llegar a la cuantía de diez.

Posteriormente, la vida de nuestra heroína transcurrió con tranquilidad hasta que muere a una edad avanzada, aunque no en plena anciani­dad.