Non vos amilanéis, Majestad

Por Carlos González de Escalada Álvarez

Señor,

Tomo la palabra para alertar de las voces de vuestro palacio que confunden modernidad y juventud con afán de cambiar cosas con ignorante desdén por la tradición. Modernizar no es sinónimo de eliminar. Los españoles somos gente impaciente e inconstante que todo lo queremos trocar, con poca reflexión sobre las consecuencias. Pero precisamente Vos más que nadie encarnáis el gran valor que tiene la tradición como referente moral de la modernidad que queréis dar a vuestro nuevo reinado.

Éste que os escribe es más joven que Vos pero, ¡ay! considera que lo realmente nuevo en España sería defender con convicción ideas, valores y tradiciones en armonía. Combinar la defensa de las creencias con un radical respeto por las opciones de los demás. Respetémonos todos en la cultura, en la la religión, en la política. Bienvenida la diferencia y la revolución. Respeto para el que creyente y para el ateo; para el católico, para el judío y para el musulmán; respeto al derechista, al izquierdista, y al libertario; respeto para el trajeado y para el hippie; respeto al wagneriano y al vivaldista, al carnívoro y al vegetariano, al afeitado y al barbudo. Respeto para los que hablan en español, vasco, catalán o esperanto…. respeto, respeto, respeto. Eso sería lo moderno, Majestad.

 ¡Pero respeto de ida y vuelta, por favor!

Como monárquico y como católico me he sentido profundamente ofendido por la decisión de quitar el crucifijo en vuestra proclamación; de suprimir la Misa de Coronación y, últimamente, de dar la opción a futuros cargos públicos de obviar Biblia y crucifijo en una suerte de toma de posesión «self-service» (me quite usted el crucifijo pero me deje la Biblia, oiga). Los reyes en España siempre han sido católicos y eso ha de ser defendido y respetado. Para no molestar a ateos, republicanos y separatistas, nos enfadan al resto. Se mira siempre de reojo a los que no se sienten españoles, católicos o monárquicos.

La corrección política es a menudo una gran cobardía colectiva que renuncia a valores, símbolos y sustantivos capitales para no irritar a según qué minorías. Poco importa perturbar a la mayoría silente, acostumbrada a pechar con todo. Todo son melifluas voces hacia el respeto por «la diferencia y la pluralidad», sin que «el diferente plural» le importen un bledo los demás.

¿Y a nosotros quién nos defiende, Majestad?

Si vuestros consejeros áulicos se empeñan en modernizar la Monarquía a base de laicismo, ausencia de dignidades, austeridad absurda, incluso ateísmo… es decir, si se empeñan en imitar a una república creando la perfecta «monarquía low cost» se terminarán estrellando. Pronto os quedaréis sin súbditos monárquicos porque éstos no notarán distancia entre ellos y Vos; entre tener un presidente elegido como Jefe del Estado o un Rey. Y si cedéis en sus pretensiones lo siguiente será aconsejaros que deis ruedas de prensa o acudir al «Tengo una pregunta para Vd» en Televisión Española, digo TVE. Parecerse a una república no va a crear nuevos monárquicos, será al revés.

Defensa de la Monarquía
La defensa de la Monarquía no puede basarse en ocultar sus símbolos para hacerla más digerible, sino precisamente en ensalzarlos, mostralos y reivindicar su bondad y altura. Es vuestra ejemplaridad y abnegada entrega lo que os diferencia a Vos de nosotros. Con 46 años ya habéis trabajado más de lo que muchos españoles lo haremos jamás. Toda una vida de sacrificio, de viajes, de renuncias y de entrega. ¡Cuantas cervecitas con gambas en cuántas terrazas os habéis dejado de tomar en estos años, Señor!

Eso es lo que admiramos en nuestro Rey. Vuestra capacidad de trabajo, Señor, no sería comparable ni de lejos a la derivada de un mandato de presidente de república. Como me explicaba mi amigo Rafael Cantos Molina: «La eficacia de la Monarquía reside precisamente en que el Rey no es elegido, por eso nos representa a todos».

Ningún ministro de la democracia ha renunciado por tener que jurar ante un crucifijo y ninguno lo hará en el futuro. Y es precisamente esa naturalidad lo que haría más hermosa nuestra democracia y nuestra convivencia: que incluso sin sentirse cristiano pueda un cargo prestar juramento. Y esos gestos de armonía calarían en todos nosotros. ¡Sería revolucionario! Urge fomentar la aceptación de que las creencias religiosas no dañan al Estado. La ausencia de fe no justifica destruir las tradiciones de la Monarquía católica. Lo que unos desprecian, otros adoran, hagámoslo con cordialidad y amor al que no piensa como nosotros. Amor recíproco, claro.

En España tenemos un grave problema de convivencia. La intransigencia y el radicalismo nos debilitan, los extremos intimidan al centro, imponiendo criterios y exigiendo pleitesías. Necesitamos guardianes que pidan respeto a ultranza, convivencia a ultranza con la misma vara de medir. Nos tienen cohibidos hasta en el lenguaje. En España no hay monárquicos sino «constitucionalistas»; no se enseña la fe cristiana sino «educación en valores»; no existe la Patria sino «todo el territorio».

Tenemos un no-país, de no-orgullosos, de no ser no-españoles. Una gran nación poblada por timoratos.

Alegrémonos, Majestad, hace unos pocos años a los cristianos nos tiraban a los leones, que dolía más. Pero no os quepa duda: cuando en unos años volvamos a quedar cinco creyentes en el foso de las fieras, éste que escribe se interpondrá entre vos y las fauces para que seáis el último Rey católico en caer.

Non vos amilanéis, Majestad.


Doctor en Ciencias Sociales por UDIMA. MBA por la Henley Business School (Reino Unido). Máster Oficial en Seguridad, Defensa y Geoestrategia por la UDIMA. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Fundador y Presidente de CISDE. Director general de SAMU. Numerario de la Academia Andaluza de la Historia.

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