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Orígenes de la creación de las Fuerzas Policiales de España (2ª Parte)

Por David Odalric de Caixal i Mata de Armagnac
Decano del Campus Internacional de Seguridad y Defensa

 La Guardia Civil

El primer Decreto por el que se creaba la Guardia Civil data del 28 de Marzo de 1844. Pero este Decreto tenía unos defectos considerables, como eran: la excesiva dependencia de las Autoridades civiles, el no dar al Cuerpo un Jefe que sirviese de nexo entre lo civil y lo militar, y los sueldos mezquinos que establecía. La organización del nuevo Cuerpo fue confiada, poco después, al segundo Duque de Ahumada (hijo del Marqués de las Amarillas), el cual formuló atinados reparos, que fueron tenidos en cuenta, en gran parte, en el Decreto de 13 de mayo del mismo año, verdadero punto de partida para la organización de la Guardia Civil.

El nuevo Cuerpo quedaba sujeto al Ministerio de la Guerra en lo referente a organización, personal y disciplina, y, al de la Gobernación, en cuanto a servicios y movimientos. Se establecieron 14 Tercios (34 Compañías y 9 Escuadrones) en base a unos efectivos iniciales de 14 Jefes, 232 Oficiales y 5.769 de tropa. Apenas los nuevos guardias civiles llegaron a sus destinos, se inició una corriente de afecto, como consecuencia del orden y seguridad que llevaban por doquier. Ello obligó al Gobierno a realizar un primer aumento (17 de mayo de 1845), con lo que los efectivos pasaron a ser de 7.140 hombres, distribuidos en 40 Compañías de Infantería y 11 de Caballería.

La intervención de la Guardia Civil desde el primer momento en la lucha contra el bandolerismo y en la implantación del orden -consecuencia de la inestabilidad política de la época-, la hizo cada vez más estimada, hasta el punto de que en el año 1853 se adaptó su organización con vistas a que, sin perjuicio de su servicio peculiar, pudiesen también cumplir misiones en caso de guerra.

En este mismo año se creó la entonces llamada Compañía de Guardias Jóvenes, que, a partir de aquel momento, ha sido un auténtico vivero de guardias civiles. También se concedió al Cuerpo el uso de bandera. En 1852 se publicó la Cartilla, verdadero código moral del Guardia Civil, cuyos preceptos se han mantenido inalterables con el paso del tiempo.

La difícil situación creada en 1854, como consecuencia de las revueltas políticas, hizo que la institución pasase por una fase crítica, y que su contingente fuese disminuido. En 1857, siendo nuevamente Director del Cuerpo el Duque de Ahumada, se elevó la fuerza hasta los 10.000 hombres. A pesar de los sucesivos aumentos y disminuciones que experimentó la Guardia Civil, puede decirse que no se había verificado una verdadera reorganización hasta 1861, en que su contingente se elevó a 11.500, haciéndose una nueva distribución de Tercios más en armonía con las necesidades del servicio. Tales efectivos habrían de elevarse un año después a los 15.000 hombres.

En estos años, se registran modificaciones en los ascensos y reglamentación interna y también en 1868 se crea un Cuerpo filial, la Guardia Rural, que muy pronto fue absorbido por la Guardia Civil. Extirpado el bandolerismo andaluz de 1870, aparece años después en la comarca jerezana una famosa organización dedicada al crimen, conocida por «Mano Negra» que la Guardia Civil eliminó después de una penosa y atinada labor policial. En 1871, la Guardia Civil, siempre en aumento, experimenta una honda transformación. Se dicta la Ley de la amalgama por la que se unifican en la Península los Tercios de la Guardia Civil de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, en un total de siete, con una Subdirección General en La Habana. Esta Guardia Civil de ultramar había sido creada a expensas de los Capitanes Generales a imagen y semejanza de la Peninsular.

Las Comandancias recibieron la denominación de 1ª, 2ª y 3ª clases, según el número de Compañías y la importancia de las provincias, y aparece para las de primera el Teniente Coronel como Primer Jefe de las mismas.

En la Regencia, durante la minoría de Alfonso XIII, hubo una aparente tranquilidad, hasta el momento en que comenzaron a actuar los anarquistas catalanes (1893), que fueron duramente combatidos por los hombres de la Guardia Civil. En este periodo se realizaron ligeros aumentos de la plantilla, si bien a fin de siglo (1897) hubo ya uno de consideración, sobrepasando los 18.000 hombres. De esta forma, se llega a la siguiente centuria, en cuyos comienzos la Guardia Civil tendría que poner una vez más a prueba sus virtudes castrenses como consecuencia de los nuevos brotes de bandolerismo y las frecuentes alteraciones de orden público y, más concretamente, en la llamada Semana Trágica de Barcelona (1909). En 1913, y por Real Orden de 8 de febrero, se proclama a la Virgen del Pilar, Patrona de la Guardia Civil. Escasas alteraciones experimenta la organización del Cuerpo en los años siguientes, existiendo en septiembre de 1924: 26 Tercios, más uno de Caballería en Madrid; y las Comandancias de Baleares, Canarias y Marruecos.

El total de la fuerza del Instituto era de 26.130 hombres de tropa y 4.902 caballos. Durante la Dictadura del General Primo de Rivera (1923-30), se respiró un ambiente de tranquilidad y confianza, que hizo que las actuaciones de la Guardia Civil fuesen menos numerosas. Se crea el empleo de General de la Guardia Civil, se establecen las Zonas en número de cuatro y la Subdirección General a cargo de un General de División del Cuerpo.

A partir de 1931, con el advenimiento de la Segunda República, las ocasiones de intervención fueron constantes, como corresponde a un periodo con numerosas huelgas, alteraciones de orden público y actos terroristas, muchos de los cuales costaron cuantiosas bajas a la Guardia Civil, destacándose los producidos en Castilblanco, Casas Viejas y, muy en particular, en la revolución de Asturias de octubre de 1934.

En este periodo las modificaciones orgánicas fueron frecuentes, entre ellas merece citarse: la supresión de las Unidades de Caballería, convirtiéndose en mixtas todas las Unidades; la mayor importancia dada al Parque de Automovilismo y Servicio Radiotelegráfico; la implantación del Servicio de Investigación y Vigilancia de Ferrocarriles, etc.

Su contingente pasó a ser de 32.600 hombres. Durante los cinco años que duró la Segunda República, fueron continuas las intervenciones de la Guardia Civil para atajar las diversas revueltas, atentados y motines, lo que originó que los elementos revolucionarios viesen en ella a su principal enemigo. Ello hace comprender que al estallar la Guerra Civil, la Guardia Civil constituyese un núcleo muy importante junto al Ejército, en tan triste hecho que comenzó el 18 de julio de 1936. Como es natural, las consecuencias de la Guerra hicieron necesaria una reorganización, que mantuviese el espíritu que había caracterizado a la Guardia Civil durante cerca de un siglo y las adaptase a la nueva situación y como consecuencia también del desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial.

En virtud de la Ley de 15 de marzo de 1940 se asignaban a la Guardia Civil las misiones que hasta entonces tuvo el Cuerpo de Carabineros, fundado en 1829 por el Mariscal de Campo don José Ramón Rodil, con la misión de reprimir el contrabando y el fraude, especialmente en costas y fronteras. A partir del momento de la fusión, el nuevo Cuerpo de la Guardia Civil, en su doble misión rural y fiscal.

En 1959 se confía a la Guardia Civil la vigilancia y regulación del tráfico en las carreteras, creándose una Unidad especializada con el nombre de Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil. Posteriormente fueron suprimidas las Unidades de Fronteras y Veteranos, integrándolas en las Unidades territoriales y creándose unos Núcleos de Reserva a disposición de los Mandos. Este Cuerpo que ha cumplido ya sus 157 años de existencia, ha ido adaptándose a los nuevos medios y modernizándose en forma cada vez más acusada, siendo en la actualidad un Cuerpo ágil y moderno que se adapta con rapidez para dar solución a los problemas delictivos y humanitarios que en estos tiempos se enfrenta nuestra sociedad.

Siendo destacable que la Guardia Civil de hoy, a pesar de poseer un contingente cercano a los 70.000 hombres y de haberse acrecentado sus funciones, sigue conservando el mismo espíritu que supo imbuirle su fundador: el Duque de Ahumada.

 


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