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Pero bueno… ¿en manos de quién estamos?

Pero bueno… ¿en manos de quién estamos?

Carlos González de Escalada Álvarez/ Sevilla.

España, acto primero: No quiero imaginar lo que habrá sentido esa madre durante estos diez meses meses. Con la certidumbre de que tus adorados hijos, Ruth y José, están muertos; pero agarrándose frenéticamente a ese hilo de esperanza: «quizá no»; «quién sabe»; «seguro que están vivos»; «a lo mejor los tiene alguien cuidados y arropados»; «¿se acordarán todavía de su madre?». Todo por un padre, parricida abyecto, que los mató sin contemplaciones, los quemó y luego actuó sin que le tamblara un labio en los interrogatorios. Cuánto sufrimiento, cuánto dolor infinito de esa madre, cuánta tristeza en todos nosotros que hemos penado con ella. Y todo por la desaforada negligencia de una ínclita antropóloga, Joséfina Lamas, y de todos sus jefes, que han aplicado rigurosamente la única ley que parece prevalecer en España: «la ley del mínimo esfuerzo».

Se ha constatado que a ningún superior se le ocurrió preguntarle: «Oye, Josefina, ¿qué pruebas has practicado? ¿qué te dice el microscopio? ¿en qué te has basado? Josefina, si te parece, vamos a pedir una segunda opinión, vaya que se nos escape un hueso». Nada de eso, el resultado de esta despreocupada levedad profesional es el sufrimiento innecesario de una madre, de familiares, de una sociedad entera. Por no mencionar los millones de euros gastados tontamente. Donde tendrían que haber practicado varias pruebas periciales ¡a cada hueso! nuestra policía científica se limitó a una inspección ocular. ¿Y quién paga el daño, quién resarcirá a la madre?

Madre mía, pero… ¿en manos de quién estamos?

España, acto segundo: El Supremo de nuestra política nacional decide que para calmar las aguas de la «violencia» conviene soltar a un tal, Josu Uribetxebarria Bolinaga (obsérvese, que aquí la palabra «terrorismo» ha desaparecido). Los medios le llaman apologéticamente «el carcelero de Ortega Lara», cuando realmente es un asesino y un secuestrador. De ahí para abajo, se le puede llamar todo lo que ustedes quieran, pero carcelero es un título nobiliario en comparación.

El caso cae en manos de un juez, el ilustrísimo señor don José Luis de Castro, que desempolva los tratados de Naciones Unidas sobre los supremos derechos de los encarcelados, donde se explica que la dignidad del hombre está muy por encima de los actos cometidos. Su señoría se convence de que morir en paz y rodeado del amor de los tuyos es un derecho inalienable de la persona. Por esta razón, pide informes médicos, a ver cómo está ese reo cuya vida se extingue… Pero no contento con ello, todo un juez acude a la cabecera de la cama de un etarra irredento. Ignoramos si posó su ilustre mano sobre la frente trémula de ese hombre que tanto derecho a bienmorir tiene. El caso es que tras la visita no le cupo la menor duda: este ser, este bien excelso de la humanidad, debe morir en armonía.

¡Despierte, señor juez! Este sujeto mató a dos inocentes y dejó pudrirse dos años a un inocente funcionario, José Antonio Ortega Lara, sin apenas comida ni agua, en un agujero más pequeño que un retrete. Cuando la Guardia Civil estrechó el cerco, pensaba haberle dejado morir como una rata. ¡Despierte, por favor! El malo es él, no la sociedad. Si no, haber respetado la vida y la dignidad él mismo. ¿No me entiende, señoría? A ver, simplifico: «asesino» = «malo»; «asesinado» = «bueno»; «asesino» = «culplable»; «sociedad» = «inocente».

No puede haber tantas contemplaciones con los que han cometido los actos más atroces, no debe haber premios ni prebendas con alguien que además no ha mostrado el menor arrepentimiento. Pero así es la justicia, según nos cuentan los que entienden, aunque yo no puedo evitar preguntarme.

Si esto es así… ¿en manos de quién estamos?

España, acto tercero: Avanza la «marcha verde» por esos pueblos blancos de Andalucía. Caminan firmes los jornaleros bajo un sol justo y puro que abrasa los campos que no son de nadie, porque son del viento. Silenciosos, de piel dura y manos grandes, portan sus banderas verdes, rojas, tricolores. Un mundo mejor es posible. Una España donde los que más tienen compartan, donde los necesitados puedan poner un pan caliente en la mesa a sus hijos. Un mundo igual y solidario. ¿Quién no quiere una sociedad así?

Lástima que la terca realidad estropee la utopía. En una tierra donde se ha acabado el dinero, muchos ayuntamientos no pueden pagar sus nóminas, las administraciones públicas apenas pueden atender los compromisos con proveedores, los subsidios salen de unos impuestos que asfixian a las clases medias trabajadoras, cuyo poder adquisitivo se derrumba. El paro en máximos. En Andalucía, 70.000 personas viven del Plan de Empleo Rurar (PER) a costa del erario desde hace décadas. No señores, la arcadia está lejos, porque unos quieren instalarse en ella pero otros tienen que pagarla. Y de pagar los españoles saben un rato. Pero nada, nada, que el sueño es irrenunciable. Y si para ello un excelentísimo señor diputado autonómico tiene que dirigir el asalto a supermercados y a bancos, pues sea. Aquí a un político no se le toca un pelo, como antes a los señoritos tampoco.

Pero bueno, ¿en manos de quién estamos?

España, acto final: Buf, qué susto, menos mal que todo esto que les he contado es pura ciencia ficción. Como cabe esperar de personas responsables, el Gobierno de Mariano Rajoy ha formado un gabinete de crisis multipartito. Se ha anunciado una conferencia en la que asistirán todos los partidos políticos del arco parlamentario para llegar a un acuerdo racional.

Menos mal que nuestros políticos, en vez de tirarse los trastos a la cabeza, en un momento de emergencia nacional, han llegado a la sencilla conclusión de que no se pueden atar los perros con longanizas, y menos a perros hambrientos. El sentido de estado de PSOE, PP, IU, CiU, UPyD y PNV es tal, que todos al unísono han decidido aparcar sus diferencias durante 20 meses y trabajar por el bien común. Las administraciones se van a racionalizar, los impuestos se van a moderar y se ha anunciado un comunicado con una serie de medidas, refrendadas por unanimidad.

A este esfuerzo se unirán sindicatos, patronal y otras muchas iniciativas de la sociedad civil. La Iglesia ha prometido incluso una bendición plenaria al esfuerzo colectivo. Por primera vez en décadas, los españoles van a una.

Menos mal que los españoles somos capaces de resolver nuestros problemas para pasmo de alemanes, finlandeses y suecos. No les necesitamos, nos bastamos para nosotros solitos para enderezarnos y reconstruir nuestro país. Somos la caña de España.

Menos mal, porque si no, alguién podría preguntar…

Oiga, ¿en manos de quién estamos?


Doctor en Ciencias Sociales por UDIMA. MBA por la Henley Business School (Reino Unido). Máster Oficial en Seguridad, Defensa y Geoestrategia por la UDIMA. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Fundador y Presidente de CISDE. Director general de SAMU. Numerario de la Academia Andaluza de la Historia.