Sociedad y política de defensa

Carlos González de Escalada Álvarez/ Sevilla

Pedro Morenés firmó la nueva Directiva de Política de Defensa el pasado martes, 30 de noviembre. Este documento, desarrolla a su vez la Directiva de Defensa Nacional, aprobada recientemente por el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Analizando su contenido y su posible incidencia, se percibe claramente cómo la Directiva de Política de Defensa es fruto de los tiempos que corren. Resulta esclarecedora la percepción de necesidades del titular de Defensa. Para Morenés hay que cubrir seis necesidades prioritarias: establecer una nueva Estrategia de Seguridad Nacional; simplificar la estructura militar; aclarar las relaciones entre el Ministerio y las Fuerzas Armadas (poca gente sabe que no son lo mismo); establecer un sistema de financiación viable; consolidar la industria de defensa para su mejor desarrollo y mejorar la comunicación con la sociedad española, para que ésta sea consciente de estas mismas necesidades.

Además, estas prioridades tornan tanto más acuciantes, cuanto que toca desarrollarlas sumergidos todos en una depresión económica de visos inciertos. De hecho, la crisis ha conmocionado de tal forma a la opinión pública que los españoles parecen haber perdido interés por las cuestiones relativas a su defensa y seguridad.

El mayor reto
De los seis puntos anteriormente descritos, tal vez los que representan el reto más importante para el ministro Morenés sean la reorganización de las Fuerzas Armadas y la simplificación de relaciones de éstas con el órgano central, sobre la que a su vez se sustenta la tercera: mantener una financiación sostenible. 

Durante las últimas décadas, España se había dotado de unas Fuerzas Armadas modernas, expedicionarias y bien equipadas, homologables con el de sus vecinos y aliados. Esta dotación no había sido caprichosa, ya que ha permitido a nuestro país alinearse con el concierto de naciones y contribuir a la paz y estabilidad mundiales. Sin embargo, la crisis primero y la depresión después, han eliminado una quinta parte del presupuesto anual de Defensa, dejando detrás mucha estructura para sustentar una fuerza menguante.

No hace falta ser un genio de la milicia, para hacer reflexiones enojosas pero tristemente necesarias: si el fin último de un Ejército es combatir en defensa de la Patria, tiene poco sentido que en España más de un tercio de nuestros militares sean mandos; o que en el Ejército de Tierra sólo la mitad de sus integrantes esté en unidades de la fuerza.

En las legiones romanas combatían desde el tribuno al último milites. Todos tenían su puesto en combate y así conquistaron su mundo conocido. La legión como unidad, era el centro y medida del ámbito castrense: adiestraba a sus hombres, se ejercitaba, era depositaria de historia y tradiciones y los cónsules mandaban sobre ellas directamente. Tenían una estructura de mando simple y eficientísima. Algo muy parecido ocurría con los muy ganadores Tercios Españoles del siglo XVI.

Salvando todas las distancias entre el milites de hace 2.000 años y el soldado moderno, parece sensato argumentar que la burocracia excesiva en el ámbito castrense (como en cualquier otro) lejos de agilizar, crea fricción y ralentiza. Cabe suponer que las Fuerzas Armadas tienen estructura para adiestrar y mandar más de un millón de hombres, pero nuestros soldados y marineros son apenas 80.000. Esa es la realidad.

El problema de exceso de estructura, por no decir exceso de burocracia, no es un mal exclusivo del ámbito castrense. Lo sufre la organización de nuestra sociedad en su conjunto. El drama nacional de España es que si se decide que «sobran organismos», entonces es que «sobra gente». Y si no sobran, muchos no podemos permitírnoslos. Si los tres Ejércitos tienen escuelas de formación especializada sin apenas alumnos; a las universidades públicas les pasa exactamente lo mismo; si las Fuerzas Armadas disponen de cinco publicaciones mensuales, a las Comunidades Autónomas les sobran cadenas de televisión y entes supervisores.

La organizacióm militar refleja con exactitud muchos desajustes que se encuentran también en el ámbito civil. Son las mismas debilidades del resto de la sociedad española. Por eso debemos evitar hablar de «Ejército y sociedad» o de «sociedad civil y militar». Las Fuerzas Armadas son una parte del todo y comparte íntimamente muchas de sus virtudes y defectos. El militar es «tan sociedad» como el civil. 

Tiempos de creatividad
Por la orientación de su directiva, parece que el ministro de Defensa ha comprendido estas debilidades y apuesta por racionalizar, como primer paso de sostener el gasto militar. El Gobierno aplicará a los órganos militares la misma receta racionalizadora que está usando con el resto de los ministerios. 

Sin embargo, la palabra crisis es hermana de la palabra oportunidad. Las empresas que ven reducidos sus ingresos a la mitad, se ven obligadas a reinventarse, con dolor, sí, pero sabiendo que escasez no significa muerte. Acaso sean tiempos de creatividad y debamos mirar en la historia militar española en busca de ejemplos válidos. Reflexionemos sobre si es el momento de volver a apostar porque la unidad de combate sea el epicentro de la organización militar. No tanto el Cuartel General. Que me perdonen los que saben más que yo, pero intuyo que no voy muy desencaminado.

Es insostenible mantener mucho tiempo más la terapia de choque aplicada hasta ahora: inmovilizar las unidades de Tierra, Armada y Aire para ahorrar en combusible y recambios. Es como si una una empresa de transportes no moviera sus camiones para salir del agujero.

La crisis nos brinda nuevas oportunidades.


Doctor en Ciencias Sociales por UDIMA. MBA por la Henley Business School (Reino Unido). Máster Oficial en Seguridad, Defensa y Geoestrategia por la UDIMA. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Fundador y Presidente de CISDE. Director general de SAMU. Numerario de la Academia Andaluza de la Historia.

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