Somontín, balcón del Almanzora

Alberto Castellón Sánchez del Pino/ Oficial reservista

Presentado, el catorce de agosto, un libro monográfico sobre el municipio de Somontín, situado en la comarca del Alto Almanzora de Almería. Escrito por el oficial reservista Alberto Castellón Sánchez del Pino con el patrocinio del Instituto de Estudios Almerienses y la Diputación Provincial de Almería. En el acto de presentación le ha sido impuesto el Escudo de Oro de la Villa

Toda cultura necesita imágenes que sostengan y orienten el esfuerzo, el anhelo de sus hombres. En ella nacen los mitos y las historias. Bajo estas formas, muchas veces poéticas, aparecen las imágenes de la vida humana, del devenir cotidiano que, más allá del tiempo y el lugar, engarzan el pasado más remoto y el futuro inaccesible. Y se justifican, dirigen y ciernen sobre el hacer y el padecer que constituyen la historia de esta alquería construida al pie de la montaña, Submontanis, Somontín

Somontín está ubicado en la llamada Andalucía de las estepas, la aridez ha sido siempre extraordinaria. Situado en las estribaciones de las sierras de Lúcar y las Estancias, en el lado occidental norte de la provincia de Almería, mirando al valle del Almanzora en su parte norte. Los paisajes con valor dignos de mención son pequeñas huertas y vegas en torno a manantiales con intermitentes corrientes de acequias y fuentes.

Al llegar a la villa urbana nos deslumbra su caserío reluciente y abigarrado en lo alto de una colina que escala la sierra. Sus blancas casas cubiertas de teja árabe buscan sitio a los pies de los cerros de las Estancias. Los paratos encorsetados en ribazos descienden pausadamente hasta la rambla de Escuchagramos, tejiendo un tapiz en mil tonos blancos, azules, ocres y marrones, ribeteados por el verde intenso de sus vetustos olivos. Llama la atención una abundante vegetación, exuberante y coloreada por todos los montes, valles, cerros y llanos. Los grandes olivos, con cientos de años de edad, las encinas, las vides, los almendros y las higueras ocupan barrancos, cultivos y bordes de bancales.

Somontín se dibuja en las callejas estrechas, las cuestas, los callejones ciegos y los emporchaos alrededor de la Plaza de la Villa, con su portón señorial y la cerca murada de piedra, con su puerta andalusí, en torno al barrio medieval. Alrededor de este arrabal, las calles rectas de los pobladores cristianos que extienden la alquería, tras la muralla, hacia el noroeste, con los suelos empedrados para el paso de las caballerías. Las ventanas, terrazas y calles exornadas con macetas de flores y plantas verdes, dan un espectacular toque colorista y vital al destellante blanco-azulete de muros y fachadas.

En este barrio medieval podemos admirar el gran campanario, en la coqueta torre de la bella iglesia y antigua mezquita, con sus cuatro cúpulas levantinas, únicas en la provincia. Desde la gran escalinata sur de acceso al templo visitamos el gran mirador mágico y espectáculo de visión al Valle del Almanzora, denominado Balcón del Almanzora, primero por el naturalista Rojas Clemente en el siglo XIX y cien años después por el poeta almeriense Francisco Villaespesa. Es un mirador privilegiado que permite divisar once pueblos del Alto Almanzora. Allí, junto a la iglesia, en las frescas tardes de verano o en las soleadas mañanas de invierno es un placer charlar con los amigos, comentar los avatares del día a día o de la jornada, recordar la historia y la geografía de los lugares vecinos y escuchar las anécdotas de los somontineros, llenas gracia y socarronería.

Somontín, de tortuoso acceso por la pendiente del terreno y con una altitud de 813 metros sobre el nivel del mar, merece nuestra visita detenida y sin prisas. Sus calles empedradas, limpias y baldeadas, y sus casas blanqueadas, nos trasladan a otros pueblos de las Alpujarras con puertas, calles, ventanas y balcones abundantes en maceteros y flores. Sus quinientos habitantes, llegó a más de 1.300 a principios del siglo XX, nos hacen agradable la visita. La amabilidad y simpatía de los somontineros es su estandarte y orgullo. También su fama de acogedores es conocida por todos. Si es verano, el fresquito corre por los caños y álamos de la entrada, donde personas de diferentes edades juegan a las cartas o al dominó, saboreando el vinillo del país acompañado de alguna patata, trozo de conejo, pimiento o tomate, criados todavía con el esmero y sentido ecológico de nuestros abuelos. Esta hospitalidad está muy unida con el orgullo que ellos sienten por sus paisanos, especialmente militares o guardias civiles, tan numerosos que han constituido una Hermandad de la Virgen del Pilar con su ermita-santuario recientemente inaugurada. Igualmente, su sentido religioso se hace patente en la veneración que profesan a la Virgen de los Dolores de Salcillo y a su patrón San Sebastián, también de la escuela murciana, con su fiesta el 20 de enero.

Bajando del Balcón nos encontramos el viejo Lavadero Municipal, antigua Casa de Baño o hamman de la alquería musulmana, con blancos arcos mediterráneos y limpias y transparentes aguas venidas de la Fuente Grande. Paseando por los rincones del pueblo nos sorprenden los vestigios de su rico pasado artístico, especialmente de época andalusí y cristiana, como el escudo de la Santa Inquisición en la zona de la antigua alquería con numerosas rejas y balconeras en hierro forjado.

El municipio, alquería, lugar y villa murada de Somontín, con abundantes objetos de barro y esteatita fechados en el Calcolítico (Vaso Campaniforme), un poblado Argárico en una de sus ramblas, otro poblado del periodo del bronce, cuatro asentamientos iberoromanos y uno visigodo, es un municipio con restos arqueológicos de más de cinco mil años y una historia documentada desde el siglo IX. Esta alquería fortificada del Alto Almanzora (Shumuntan, hisn al-Mançūra) fue rendida al primer califa omeya de al-Andalus, abd al-Rahman III al-Nasir, cuando formaba parte de la taifa de ‘Umar b Hafsun, en el año 913 d. C. con más de un centenar de fortalezas y castillos. Su economía progresó durante siglos con el esparto y el jaboncillo de sastre y desde tiempos de la guerra de los moriscos se festeja a su Patrón, San Sebastián, con pasión en el Día de la Rosca.

El estudio y descripción de su documentación, arqueología, cultura popular, fiestas y celebraciones nos introducen en una comunidad viva, activa, con tradición oral y escrita, de una riqueza excepcional, que hemos tratado de conservar como testimonio y recuerdo secular para las futuras generaciones, evitando que se pierda disuelto en la memoria colectiva.

Es muy llamativo su término municipal y presentamos numerosas fotografías de un paisaje heterogéneo y lleno de contrastes. Encrucijada de formaciones geológicas y vegetales, es muy abundante en él la biodiversidad. Las abruptas formaciones montañosas se ciernen majestuosas queriendo a veces alcanzar el cielo. Roca viva y peñas, valles internos y ramblas de unas sierras que albergan un ecosistema mediterráneo donde el encinar y el pinar hacen aquí acto de presencia, conjuntamente con un matorral mediterráneo sustituido frecuentemente en los pies de montaña por el espartal o atochar y el albaidal. La cultura del esparto tuvo aquí un gran arraigo desde tiempos prehistóricos, después cartagineses y romanos junto a las canteras de esteatita o jaboncillo con figuras encontradas en sepulturas Neolíticas.

Hasta ahora no hay datos comprobados que permitan fijar el origen del núcleo urbano de Somontín con seguridad. Sin embargo, atendiendo a su nombre y a las dos villas iberoromanas prospectadas, es posible afirmar que cuando llegaron los musulmanes, en el 711, este pueblo ya existía desde los primeros años de nuestra era con fundación romana y varios poblados prehistóricos anteriores en el término municipal.

La época dorada del territorio de Somontín (Shumuntán) es la andalusí. Somontín aparece en los textos andalusíes y cristianos como un hisn, alquería amurallada con una comunidad de riegos procedentes de sus tres fuentes, una verde y fértil vega y una rica agricultura, ganadería y pastos: “el cristiano disfruta/ comodidades honestas,/ come conejo y faisán,/ tocino, jamón perdido,/ gallinas y gallinetas,/ y otras muchas cosas buenas…/ y luego irás a mi casa,/ y verás aquellas paneras/ llenas de trigo, garbanzos,/ centeno, mijo y avena,/ panizo, jazmín, lentejas”, dicen, significativamente, unos versos de la Relaciones entre moros y cristianos de la villa de Somontín, texto que data de mediados del siglo XVII y que se escenifica durante las fiestas del Santo Patrón San Sebastián. De época posterior a la reconquista, las investigaciones en el Archivo de Simancas han dado luz sobre los 23 señores de Somontín a lo largo de la historia y la inspección de D. Miguel de Cervantes al municipio.

El término municipal de Somontín siempre ha tendido a concentrar su población en un mismo núcleo, por necesidades de relación social y de defensa. También la construcción del entorno urbano por encima de la línea de la acequia, para arrebatar a los preciados cultivos el menor espacio posible. De este modo, ha sido muy limitado el poblamiento disperso en un municipio agreste, con dificultad para acceder a los terrenos de cultivo y dotado de un escaso término municipal, poco a poco absorbido, a lo largo de los siglos, después de la época medieval, por los municipios limítrofes.

Su núcleo urbano es el resultado de una progresiva emigración desde las terrazas inferiores, donde estuvieron los primeros asentamientos del Neolítico final y Calcolítico, todos ellos prospectados por los hermanos Siret y el matrimonio Leisner(Llano de la Lámpara, Loma del Faz, Loma Blanca, Buena Arena, Jocalla, el Jautón, la Atalaya), hasta su definitiva localización actual (siglo V-VII) tras la invasión de los asdingos, caída de los visigodos e invasión islámica, en el límite superior de las zonas de regadío, que se configura definitivamente durante el periodo medieval. Las razones principales son disponer de una zona protegida del hombre y de las inclemencias del tiempo, y, tener un espacio con posibilidades de expansión urbana, a pesar del conjunto de pequeños promontorios, cerrillos, peñillas, collados y lomas que angostan, condicionan y embellecen la superficie de la villa. Actualmente el pueblo sigue conservando buena parte de su fisonomía y estructura medieval, con calles irregulares y cortas, largas y pendientes con desniveles, pequeños recodos, adarves, cruces, placetas, emporchaos y escasa planificación urbanística. Han desaparecido las bellas calles empedradas de antaño con la magnífica y suave piedra de la rambla y su característica depresión central para que discurrieran las aguas, también se van perdiendo las viejas cubiertas de teja árabe tradicional.

En el libro se describe como compendio, esbozado pero completo, la antropología cultural de Somontín, en el que se recopila y describe el material etnográfico con minuciosa observación sobre técnicas, organización social, religión, arte, folklore, cocina, tradiciones, componentes de la cultura local, todo ello adobado de abundante e interesante material grafico.

Los capítulos de la obra tratan la historia del municipio, incluida la prehistoria, la antigüedad y el medioevo. También la geografía física del entorno, la economía rural y la geografía humana. La historia moderna y contemporánea es tratada detalladamente en lo referente a la conquista castellana, cristianización y vicisitudes de los mudéjares y moriscos, por la existencia de fuentes directas, desde 1496, como el Libro del Cadi, el Libro de Apeo y Repartimientos y el Catastro de Ensenada. En urbanismo y arquitectura se realiza la descripción del templo parroquial, la urbanística de calles y plazas de la población, la cerca amurallada y varias atalayas. Respecto al folklore y religiosidad popular se describe las fiestas más importantes, en especial la de San Sebastián y las fiestas o relaciones de moros y cristianos.

Una abundante colección de fotografías familiares identificadas desde principios del siglo XX cierra la monografía.

Como historia reciente, el pasado 27 de marzo, el municipio con su alcalde celebraron un acto en honor a las FAS y Cuerpos de Seguridad del Estado. Las cifras, a lo largo del siglo XX, eran de unos 120 nativos guardias civiles y otro casi medio centenar repartidos entre miembros de las FAS.

Somontín a finales del 2009, hizo realidad la inauguración oficial de una ermita que alberga la imagen y la creación de la Hermandad de la Virgen del Pilar, que agrupa a decenas de familias enteras vinculadas a la Benemérita residentes aún en el pueblo. Quedan más de treinta familias en las que los abuelos, padre hijos e incluso nietos han vestido el uniforme. Hace solo veinte años Somontín tenía censados, hijos del pueblo, a
un total de cincuenta y cinco guardias civiles en activo, ocho en la reserva. Somontín fue bautizado en su día como el pueblo más seguro de España.