LEYENDO

El binomio sino-ruso, ¿a prueba por la guerra en U...

El binomio sino-ruso, ¿a prueba por la guerra en Ucrania?

Los ocho meses de guerra en Ucrania han coincidido con la ratificación de Xi Jinping para un tercer mandato, de tal forma que asegura su liderazgo para conducir al gigante asiático hacia la hegemonía. En el camino, la guerra en Ucrania dejará entrever el alcance de su influencia y la prioridad de intereses. La relación entre Pekín y Moscú encierra disyuntivas que pondrán a prueba la política china y delinearán la profundidad de su agenda geopolítica para las próximas décadas. De ahí la pregunta: ¿a Pekín le interesa más una Rusia reforzada o debilitada?

Desde el comienzo de la invasión se ha prestado especial atención a la actitud de China respecto a la guerra provocada por Rusia. Una vez que se evidenció que el conflicto se prolongaría, la implicación y actitud de Pekín ha ido cobrando mayores expectativas. Su posición ha mostrado una línea ambivalente, cuyos gestos más relevantes demuestran la negativa a castigar directamente a Rusia, pero sin posicionarse explícitamente de su lado. Implícito o no, tal apoyo encierra varias cuestiones. Resulta improbable que Putin se atreviera a dar un paso tan extremo de invadir un país soberano sin saber de antemano que no sufriría un aislamiento total, más allá de las previsibles sanciones occidentales. Antes de una acción de tal calibre, el Kremlin debía asegurar un plan con alternativas y China era la más completa de todas.

Los vínculos entre Rusia y China han ido creciendo en la última década hasta conformarse como una asociación de calado estratégico. No obstante, el contexto actual de Rusia, embarrada en Ucrania y denostada por Occidente, abre varios interrogantes a esta relación, especialmente a cómo será gestionada por Pekín. La respuesta condicionará su reputación mundial y puede marcar el tono diplomático del teatro internacional. No hay que perder de vista que la rivalidad entre Estados Unidos y China es el telón de fondo del tablero geopolítico mundial a medio y largo plazo. Un binomio consolidado entre Pekín y Moscú resultaría una amenaza para el decadente sistema vigente y acrecentaría el jaque a la hegemonía estadounidense. Esta guerra servirá para medir la firmeza del vínculo entre Xi Jinping y Putin, pero también dejará entrever la línea política y el orden de prioridades de China.

 · · ·

En la última década se ha confirmado una relación fructífera– calificada por Pekín como “asociación estratégica” –, capaz de alejar una historia de disputas y acusaciones recíprocas. El entendimiento entre ambos lideres; la convergencia de necesidades; las posibilidades que concede la proximidad geográfica para el desarrollo conjunto de infraestructura y la cuestión del Ártico, que encierra inmensas oportunidades económicas, energéticas y logísticas con evidente beneficio mutuo, son argumentos que incitan a un vínculo que, además, se suman a la visión geopolítica conjunta: modificar el orden instaurado por Occidente y acabar con Estados Unidos como única potencia hegemónica.

Al Ártico es un espacio de gran interés para ambas naciones. (Fuente: Wikimedia)

La llegada al poder de Vladimir Putin supuso un cambio de dinámica en las relaciones. En 2008 quedó constancia de la firmeza de las relaciones cuando sus Gobiernos firmaron el acuerdo territorial que cerraba un capítulo histórico de disputas. A partir de entonces, las relaciones han crecido en múltiples áreas y el acercamiento entre Pekín y Moscú ha sido progresivo, extendiéndose cada vez a más planos estratégicos, aumentando el número y calidad de los acuerdos.

Las sanciones de Occidente a Rusia en 2014 por la anexión de Crimea acelerarían el giro de Moscú hacia Oriente. En ese momento, Xi Jinping comenzaba a dar muestras de una política exterior más agresiva como cabeza incipiente del país. A raíz de la situación, los gabinetes de ambos países iniciaron un periodo de inyección comercial que convertiría a China en el mayor comprador de recursos energético rusos a partir de 2016. Desde entonces, los lazos comerciales y el alineamiento geopolítico no han dejado de crecer.

Vínculos económicos

La afinidad actual entre Pekín y Moscú se entiende por la convergencia de necesidades. China es la mayor fábrica del mundo y Rusia una potencia energética; una necesita capital e inversión y otra demanda recursos naturales para mantener su volumen de producción. Las cifras de las relaciones bilaterales entre los dos países muestran tanto su magnitud como su progresión: China es el primer socio comercial de Rusia desde 2011. De hecho, la República Federal se convirtió en 2016 en el mayor proveedor de petróleo del gigante asiático. Proyectos como el Power of Siberia o la Ruta Polar de la Seda reflejan la profundidad y la proyección de las relaciones bilaterales con un comercio que alcanzó los 69.6 mil millones de dólares en 2016, el año siguiente los 84.2 mil millones y en 2018 llegó a los 107.1 mil millones.

Otro mercado que ayudó a consolidar las relaciones ha sido el armamentístico. Entre 2016 y 2020 Rusia fue el primer proveedor de China. Las exportaciones ha sido una constante y han jugado un papel capital en la confirmación de la sociedad entre ambas naciones. Además, la inyección de capital en el sector permitió que la industria de defensa rusa conservara su valor, clave para un país que ha invertido tanto por proyectarse como potencia.

El Banco Central ruso (Fuente: Wikimedia)

En el contexto actual, el aislamiento a Rusia va a obligar a volcar su mercado especialmente hacia Oriente. Entre finales de 2021 y comienzos 2022 se ha detectado un aumento significativo de las exportaciones rusas a China. Sin embargo, este flujo está limitado por la disposición logística, cuya infraestructura no permite cubrir el volumen de negocio que anteriormente iba destinado a Europa.

En la misma línea, no se pueden perder de vista las maniobras financieras dirigidas a restar presencia al dólar. China acopia el 15% de las reservas oficiales rusas, mientras que las reservas de yuanes en el Banco Central de Rusia tienen un valor aproximado de 90.000 millones de $. En octubre, el yuan era la divisa extranjera más negociada en la bolsa de valores de Moscú. De hecho, Rusia es el tercer mercado con mayor volumen de transacciones en yuanes. Esta maniobra acentúa el vínculo financiero y acerca a Rusia al mercado asiático, por contra, también supone mayor influencia china en otra dimensión estratégica.

A pesar de los réditos y el potencial de esta sociedad, hay temas entre Rusia y China que pueden trastocar la relación. De hecho, los espacios en los que hoy encuentran un alineamiento político son las cuestiones con más riesgo de causar fricción en un futuro, dado su alto valor estratégico. Un tema recurrente es el Ártico, dónde actualmente ambos Gobiernos visualizan una línea de acción convergente por la demanda del Kremlin de encontrar capital de inversión y la necesidad china de energía y de una alternativa ruta logística para diversificar flujos comerciales. Su potencial en varios estratos incita a la cercanía diplomática actual, del mismo modo que puede ser motivo de disputa en el futuro.

Asia Central también sigue una línea política semejante: espacio que reúne a antiguas repúblicas soviéticas que el Kremlin quiere mantener bajo su área de influencia, pero que en paralelo se trata de una zona con grandes recursos naturales y clave por ser espacio de tránsito para el gigante asiático, especialmente en su proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Por tanto, las prometedoras relaciones de China con estos países puede suponer una amenaza para la concepción geopolítica de Rusia en la zona.

También está la cuestión de Siberia. Un tema delicado porque revuelve el pasado al tratarse de una zona en siglos pretéritos en manos chinas. El contexto actual apunta al aspecto demográfico y económico, ya que la mano de obra que Rusia no ha dispuesto en la zona sí la ha proporcionado China. Es así que se ha percibido un trasvase de población que en el futuro puede representar una amenaza para Moscú por el riesgo de que derive en demandas territoriales.

El impacto de la guerra en la relación

La República Popular es consciente de que a través de la economía se confirma como agente innegable del orden mundial. En esta línea, China ha encontrado en la Federación rusa un socio estratégico que fortalece sus condiciones y minimiza sus carencias. Sin embargo, su plan debe encarar ahora la guerra en Ucrania. Desde Pekín, al igual que en Moscú, se esperaba que fuera una operación corta que no diera tiempo de respuesta a Occidente. Ocho meses más tarde Rusia recula en sus operativos militares retirándose ante la contraofensiva ucraniana y China mantiene una postura ambigua que le permite el mayor margen de maniobra posible. En esta coyuntura de guerra prolongada hay que medir el impacto del conflicto en el gigante asiático. Ésta debería afectar a China por el precio de los hidrocarburos en su condición de gran importador, no obstante, las consecuencias no supondrá un golpe de efecto en su economía a corto plazo, especialmente si Rusia cobra los hidrocarburos a precio de amigo.

En materia política, Pekín mide sus pasos para no perjudicar a Rusia sin perder la fluidez diplomática con Occidente. De esta forma mantiene su posición estratégica en la que conserva relaciones fructíferas con todas las partes. Xi Jinping no va a sacrificar la relación con Europa y buscarse la condena de Estados Unidos por Rusia. Su planteamiento político juega a dos bandas: la narrativa está con Rusia – al hablar de soberanías y mantener los canales comerciales bilaterales –, mientras que por otro lado aboga por potenciar las vías hacia la paz y seguir ciertas corrientes de entidades supranacionales.

Los líderes de las naciones que conforman el espacio post soviético (Fuente: Wikimedia)

La reacción de China en la corte internacional dejó patente la ambivalencia de su política: su abstención en la Asamblea General de la ONU contra Rusia no correspondía con la línea del Banco Asiático de Inversiones en Infraestructuras que, siguiendo al Banco Mundial, suspendió las operaciones vinculadas con Rusia (y Bielorrusia) en marzo. Por otro lado, Pekín hizo uso de su profundidad diplomática para evitar que países fuera de la esfera occidental se sumaran a la batería de sanciones contra el país eurasiático . Tales maniobras pretenden reducir el golpe sobre Rusia, pero también hay un trasfondo geopolítico que aspira a mostrar a China como líder de una corriente alternativa a la occidental. A ojos de la dirigencia china, el conflicto puede ser la oportunidad para demostrar el desgaste del orden liderado por Estados Unidos y presentar un plan alternativo liderado desde Pekín. Son muchos países no alineados los que no están convencidos de las medidas que se han tomado desde Estados Unidos y Europa – especialmente el tema de las sanciones – por las cuales se sienten sumamente perjudicados. China ve en esta tendencia una oportunidad.

En este orden de cosas, no se debe infravalorar la implicación de la India en la ecuación. Una nación que ha probado ser un actor a tener en cuenta y cuya talla puede representar un mercado en el que proyectarse para Moscú. Occidente es consciente y por ello Washington ha presionado a New Delhi para que se sume a la línea euroatlántica. Sin embargo, la India ha estrechado vínculos significativos con Rusia en los últimos años y no quiere verse condicionada por posicionarse categóricamente. Además está el factor geopolítico: una Rusia extremadamente aislada y necesitada de China únicamente fortalecerá a esta última, lo que representa la mayor amenaza para el país liderado por Narendra Modi.

En esta cuestión habría que mencionar a otros miembros del grupo BRICS, como Sudáfrica y Brasil, este último con nuevo presidente electo que ya ha manifestado su posición. Todos estos países pertenecen al grupo del sur global: naciones no alineadas que buscan un reparto más equitativo en la distribución de la riqueza y el desarrollo; incluso Turquía, miembro de la OTAN, ha dado muestras de una línea política alejada de Occidente. Este perfil de Estados pueden sumarse a una alternativa a la que el orbe euroatlántico ofrece, probando una vez más la decadencia de un orden acompasado desde Washington. En última instancia, el mantra internacional que sostiene el binomio Moscú-Pekín.

Vladímir Putin y Narendra Modi (Fuente: Wikimedia)

La Unión Europea tiene algo que decir al respecto o, al menos, debería. Los países europeos continuan siendo el mejor cliente de China, por tanto, la postura de Pekín respecto a Rusia tendrá mucho que ver con la capacidad de la UE para proyectar una política exterior alejada de la de estadounidense. De hecho, uno de los mayores temores de los líderes chinos era que sus homólogos del Viejo Continente adquirieran posturas radicales, más propias de la corte política norteamericana. Es así que, en clave geopolítica, el canal más eficiente para presionar a Pekín respecto a Rusia será a través de Bruselas. Para ello, se deben unificar los frentes dentro de la Unión y demostrar una pauta política propia desligada a los intereses de EE.UU.

· · ·

La entente entre Rusia y China está perfilada, a pesar de que la guerra en Ucrania probablemente vaya a fijar el orden de fuerzas. La relación cumple objetivos actuales gracias a la relación entre sus líderes, que han minimizado desconfianzas históricas y focos de tensión, pero cuyo acercamiento contiene tantas oportunidades como riesgos estratégicos, especialmente para la nación eurasiática. En el papel, China parece el socio perfecto, pero la repercusión de su influencia económica en Rusia tiene el riesgo de gestar una dependencia difícilmente reversible en el futuro. Una coyuntura que se puede acelerar por la extensión en el tiempo de la guerra. Rusia y China tienen agendas exteriores convergentes, pero este alineamiento es circunstancial y, por naturaleza geopolítica, en algún momento tales agendas serán contrapuestas. Esto acentuado por la diferencia de sus cosmovisiones geopolítica. Ucrania es el último ejemplo, un escenario en el cual Pekín  se ha sentido incómodo, especialmente por las formas.

El poder de China reside en su economía y ésta requiere una estabilidad para continuar con su desarrollo progresivo; la inestabilidad derivada de la contexto bélico prolongado no favorece. No obstante, el conflicto en Ucrania le puede servir para generar una dependencia definitiva de Rusia hacia ella y, en clave internacional, posicionarse como un líder con un plan alternativo al dispuesto por Occidente. Muchas naciones, especialmente del sur global, pueden encontrar atractivo otra opción que no sea la abanderada por Estados Unidos.

En lo que concierne la hegemonía entre potencias, Rusia no está en disposición de competir con los dos colosos, pero sí puede ser agente determinante para acercar la igualdad entre ellos. La relación con China le permite dilatar la situación actual, pero a largo plazo puede suponer condenar su autonomía estratégica.

La dilatación de la guerra para Rusia dependerá del papel que juegue China como salvoconducto y cliente. El desgaste de Vladímir Putin juega en su contra. No le interesa un cambio de régimen en el Kremlin; a Pekín le convendría un Putin debilitado en el poder. Cualquier escenario que suponga la deposición del líder ruso significaría una victoria de Occidente (con un alto riesgo) y una pérdida de un aliado personal y un país amigo para China. En este último escenario, las relaciones sino-rusas entrarían en una fase impredecible. Por ello, lo más probable es que Pekín mantenga una línea continuista con Rusia pero limitada, de tal forma que no dinamite la relación con Occidente. No hay que perder de vista el trasfondo geopolítico de China por competir con Estados Unidos, que justifica la rentabilidad de un socio como Moscú que le proporciona hidrocarburos, alimentos y diversidad de materias primas. Definitivamente, China está en posición de medir lo tiempos y el alcance de la cooperación con Rusia. China tiene el doble juego de ser el cliente necesario de Rusia e interlocutor imprescindible para presionar a Putin. Una dependencia del Kremlin más acentuada será clave en la carrera china por la hegemonía; también como adalid de una corriente alternativa a la occidental. Ucrania es el penúltimo ejemplo de una tendencia en la cual China se erige irreversiblemente poderosa.


Analista independiente, especializado en Conflictos Armados, Terrorismo y Geopolítica