Beijing ha tomado nota de la importancia que tienen las operaciones de influencia en la actualidad, llegando a equipararlas a las operaciones militares que hasta hace relativamente poco acaparaban la práctica totalidad de su atención. En la mayoría de países de nuestro entorno, incluyendo a España, el ámbito cognitivo relacionado con el Entorno de la Información está adquiriendo un especial protagonismo en estos tiempos donde día tras día aparecen nuevos escenarios de batalla físicos, virtuales o cognitivos.
A lo largo de las últimas décadas, los programas de modernización militar del Ejército Popular de Liberación (EPL o PLA por sus siglas en inglés) han eclipsado la visión militar china, hasta ahora. El ámbito de la influencia y las operaciones que se desarrollan en este entorno tan complejo, se sitúan ahora en el foco de interés del gigante asiático.
Este creciente interés por parte de China y otros muchos países (incluyendo a España) en el espectro cognitivo, no resulta extraño si atendemos al impulso que han experimentado las capacidades de las principales potencias a la hora de actuar sobre la opinión pública y las diferentes audiencias. Son incontables los efectos que se pueden alcanzar a través de una operación de influencia, con la ventaja de que en la mayoría de los casos las actividades que se llevan a cabo no son fácilmente identificables.
La visión que China tiene respecto a las operaciones de influencia, y a la guerra de la información en particular, es muy similar al planteamiento que rige sus operaciones militares convencionales. En estas últimas el objetivo fundamental pasa por prevenir o restringir el despliegue de fuerzas adversarias y llegado el caso limitar su libertad de maniobra en un determinado teatro de operaciones. Esta estrategia es lo que en occidente se conoce como «A2/AD» o «contrataque estratégico en las líneas exteriores». Esto mismo es lo que el Partido Comunista Chino está tratando de trasladar al espectro de la influencia.
La respuesta china frente a una amenaza externa pasaría por: ser los primeros en golpear, hacerlo con toda la intensidad posible y con la mayor contundencia mientras el adversario se encuentra a la mayor distancia posible de su territorio. Este mismo marco estratégico es el que define el modelo de lucha chino en el campo de la influencia. En este caso las fuerzas hostiles no serán los ejércitos de otros países, sino los ideales democráticos, incluyendo: la democracia constitucional, los valores universales, los derechos individuales, el liberalismo económico, los medios de comunicación y la libertad de expresión. Todos estos elementos han sido identificados por el Partido Comunicas Chino como «peligros mortales» que forman parte de la guerra de la información o la «batalla por las ideas».
En la batalla por la influencia, el desequilibrio de poderes no tienen tanto que ver con las diferencias tecnológicas y si con el «poder de la narrativa». Este concepto abarca: la capacidad para articular un ideario atractivo, de ser «escuchado» y llegar a la mayor cantidad de personas posible, y en última instancia influyen sobre sus percepciones, dando así forma al discurso que se habla a nivel internacional.
En China persiste la creencia de que Occidente ha empleado su poder en este ámbito para dominar el discurso a nivel global. De modo que las palabras han dejado de ser meros instrumentos de comunicación que facilitan el intercambio de opiniones y debates; que transmiten conceptos, ideales y valores para pasar a determinar cómo se configura el orden mundial. A pesar de que esto siempre ha sido más o menos así, para el Partido Comunista Chino, el poder del discurso Occidental constituye una amenaza mucho más inminente que la remota posibilidad de una invasión militar extranjera.
Para prevenir los efectos de esa supuesta ofensiva occidental en el ámbito cognitivo, China ha desplegado un perímetro de defensa en diferentes capas. En primer lugar centró sus esfuerzos en restringir el flujo de información a nivel interno, tratando de bloquear la «intoxicación» de los valores e ideales democráticos procedentes de Occidente. Para ello diseño el denominado «Gran Cortafuegos Chino» blindando así su ciberespacio y fortaleciendo el control de los partidos sobre los medios nacionales y la circulación de información.
El Partido Comunista Chino también ha intensificado la propaganda «doméstica» y la «educación patriótica» para inocular a su gente contra posibles «ideas peligrosas» que pudieran rebasar esa primera barrera defensiva. Recientemente, también se ha intensificado el «control a larga distancia» sobre aquellas comunidades chinas que residen en el extranjero. Con esta finalidad se han empleado múltiples mecanismos de control, entre los que figuran: la vigilancia física y controles obligatorios por parte de las embajadas chinas, la creación de asociaciones para estudiantes chinos en el extranjero, la compra de medios de comunicación en el extranjero y la vigilancia, censura y control de la información difundida en plataformas de redes sociales como WeChat.
Sin embargo, los expertos apuntan que China está cambiando su modus operandi y ha ampliado su lista de objetivos, que ya no se limita a la diáspora china, sino que abarca diferentes audiencias dentro de los territorios del «adversario». Esto se ha traducido en un esfuerzo por parte de China para «presentar la verdadera China», una alejada de la imagen rígida y amenazante que según ellos ha dibujado Occidente, e influir así en las percepciones extranjeras.
En los últimos tiempos hemos visto como el gobierno chino se ha dirigido más activamente a los medios extranjeros, ha tomado más contacto con la comunidad académica y el mundo empresarial con objetivo fundamental de lograr un mayor apoyo que conecte con sus objetivos estratégicos.
De modo que a medida que implementa estrategias para evitar que las ideas extranjeras penetren en su perímetro, China trabaja en su capacidad para neutralizar la capacidad de Occidente de difundir su discurso a nivel mundial. Recientemente ha iniciado la siguiente fase en su contraofensiva ideológica, apuntando directamente a las instituciones y normas que sustentan el orden internacional existente. Pruebas de ello son: el rechazo a los valores universales consagrados en la Carta de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de Derechos Humanos; la promoción de lo que denominan como «derecho al desarrollo» que trascendería cualquier otro derecho fundamental; o la denominada iniciativa «Belt and Road» que pretendería aprovechar los recursos financieros para reforzar la presencia en Asia y Europa con el fin de contrarrestar la influencia geopolítica de EE.UU en especial.
Visto lo visto, subestimar la estrategia de influencia que China ha desplegado a nivel global incurriría en una serie de riesgos que afectan directamente al orden internacional existente. Lo que queda claro es que el poder discursivo de China ha crecido notablemente, a la par que sus esfuerzos para alterar el orden imperante y así poner sobre la mesa su particular visión de la realidad.
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