Hablando de nieve y hielo. A a medida que las regiones polares se calientan y continúan abriéndose los pasos marítimos por sus aguas, la competencia entre las grandes potencias por el dominio de dichas rutas se incrementa. El los últimos años se ha pecado de cierta indiferencia estratégica hacia estos territorios, lo cual ha provocado una serie de brechas seguridad que, según los expertos, requieren atención urgente.
Tanto Rusia como China llevan tiempo tomando nota de las prioridades que hasta ahora han acaparado la atención de las potencias occidentales y han tomado medidas para desarrollar sus capacidades árticas y antárticas, cubriendo los vacíos de poder regional polar. Se entiende por tanto que la relevancia estratégica de estas regiones crezca exponencialmente.
A pesar de las especulaciones y el debate en torno a quién y qué se está haciendo en el Ártico y la Antártida, la realidad es que no conocemos las verdaderas intenciones de Moscú o Beijing. Si atendemos a las declaraciones públicas y políticas sobre la cuestión polar el panorama no resulta muy tranquilizador a la vista de las iniciativas que ambos países han llevado a cabo durante los últimos años.
Una vez más se cumple uno de los principios fundamentales que rigen la competencia entre grandes potencias: ningún vacío de poder queda sin llenar. Según dicho principio los competidores actuarán inevitablemente para aprovechar las oportunidades, reforzando sus posiciones aquellas posiciones estratégicas que les ofrezcan cualquier ventaja sobre sus adversarios.
El beneficio económico mutuo es un factor a tener en cuenta, en la medida en que podría incentivar la cooperación inicial entre potencias. Sin embargo, en el momento en que dicha cooperación choque con los intereses individuales degenerará inevitablemente en competencia en aras de alcanzar esa ventaja estratégica.
Otro factor a tener en cuenta en el contexto polar es la incertidumbre estratégica que impera en estas regiones. La evolución de la geopolítica, los entornos físicos cambiantes, el incremento de la accesibilidad y las oportunidades y los frágiles convenios internacionales contribuyen a la hora de generar un entorno altamente inestable.
A medida que las nuevas oportunidades económicas propicien una mayor presencia de actores comerciales y militares, las interacciones se volverán más frecuentes, lo cual incrementará a su vez las posibilidades de conflicto.
En el Ártico, por ejemplo, existe la evidencia objetiva de que Rusia continúa expandiendo su huella militar a través de proyectos de infraestructura a lo largo de su territorio dentro del Círculo Polar Ártico. Hay voces que argumentan, sobre la base de conjeturas y en muchas ocasiones partiendo de una aceptación absoluta de la narrativa rusa, que no se trataría más que de una acumulación militar defensiva dentro de las fronteras soberanas de Rusia para proteger sus activos económicos y, por lo tanto, no debería ser motivo de alarma.
Sea como fuere Rusia cuenta con una formidable capacidad militar en el Ártico que, con independencia de sus verdaderas intenciones, supondría un riesgo potencial en caso de conflicto. No es ningún secreto que China aspira igualmente a expandir su presencia e influencia en el Ártico y, más allá de las estaciones de investigación con las que cuenta en Svalbard e Islandia, trabaja en acuerdos para la construcción de infraestructuras en Groenlandia y Noruega. Al igual que sucede con Rusia, podríamos especular sobre las intenciones chinas que se ocultan tras estos acuerdos y si están motivados por intereses comerciales o militares.
El Ártico y la Antártida plantean una serie de desafíos de defensa nacional: brechas en materia de comunicaciones, conocimiento del entorno, presencia e infraestructuras básicas. A pesar del protagonismo ártico, la Antártida comparte muchas de estas mismas realidades y a pesar de la prohibición expresa de militarización de la región, los tratados internacionales rara vez son capaces de hacer frente a la evolución de los intereses y oportunidades que ofrecen la revolución tecnológica en aquellos espacios por explotar.
En virtud del Tratado Antártico de 1959 y los acuerdos relacionados, la Antártida es un territorio neutral que no es propiedad de ningún país y solo puede ser utilizado con fines científicos y pacíficos. Sin embargo, en la actualidad tanto Rusia como China ya realizan maniobras militares que serían cuestionables a la luz de dichos acuerdos.
A pesar de las semejanzas el Ártico y la Antártida son distintos y presentan desafíos únicos que requieren capacidades ambientales y soluciones operativas específicas. El frío extremo, la latencia y la fiabilidad de las comunicaciones, la oscuridad estacional, la alta mar, el hielo en movimiento o las vastas distancias son solo algunas de las innumerables razones por las que los estados han relegado las regiones polares a la periferia del diálogo de seguridad nacional.
Estas limitaciones han alimentado, erróneamente a la vista de los acontecimientos, la suposición de que «a nadie le interesa una pugna por los polos». Precisamente puede que sea esto con lo que contaban los adversarios de las grandes potencias a medida que avanzaban sin cortapisas hacia las regiones polares a lo largo del siglo XXI.
La presencia en las regiones polares jugará un papel determinante a la hora de acceder a los recursos, y los primeros que hayan plantado su bandera contarán con la ventaja digan lo que digan los tratados internacionales. Es el momento de redefinir la alianza que se precisa para enfrentar escenario polar y trabajar en la creación de las instituciones que sienten las bases de un aprovechamiento equitativo y sostenible.
En este contexto es preciso abogar por la aceptación de lo que supone un conflicto potencial y despertar el interés entre la comunidad de expertos, en lugar de camuflarlo tras el parapeto del alarmismo. Esto no puede ni debe traducirse en una militarización polar innecesaria, sino en una llamada de atención para tomar conciencia sobre el hecho de que, a pesar de una indiferencia internacional prácticamente generalizada, las regiones polares constituyen uno de los futuros espacios de conflicto en la renovada competencia con Rusia y China.
Esa misma apatía a la hora de abordar las cuestiones de seguridad en las regiones polares es lo que ha degenerado en los actuales vacíos de poder que han sido explotados por los adversarios. Es el momento del dialogo político proactivo y la planificación estratégica conjunta para anticiparnos a la crisis y que llegado el momento no tengamos que depender de medidas reactivas apresuradas.
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