China se ha propuesto aprovechar la creciente pujanza de su sector tecnológico civil con el objetivo de fortalecer su poderío militar. Este enfoque, que aboga por la integración de las más modernas tecnologías civiles en el arsenal del Ejército Popular de Liberación (EPL), ha hecho saltar las alarmas en occidente y los expertos alertan sobre el peligro que supondría quedarse atrás en esta nueva carrera tecnológica.
Las capacidades militares chinas continúan creciendo año tras año y a medida que se difuminan las fronteras entre sus sectores civil y militar, a la vista de los resultados, crece la sombra de lo que para muchos analistas constituye una amenaza creciente para la seguridad a nivel mundial.
Sin embargo, a pesar de que por las características particulares del país no resulta posible extrapolar cualquiera de sus estrategias exitosas a suelo occidental, parecería más sensato considerar la posibilidad de que adoptar nuestra propia versión de dicha fusión cívico-militar constituya a día de hoy la vía óptima para el desarrollo de tecnologías de vanguardia con aplicación militar.
Este nuevo concepto fue impulsado por Xi Jinping en el marco de las reformas militares establecidas dentro del plan quinquenal que dio inicio en 2016. La apuesta del presidente chino en esta línea de acción ha sido clara desde el primer momento, promoviendo la creación de una nueva Comisión Central para el Desarrollo de la Integración Militar y Civil, con él mismo a la cabeza.
Occidente haría bien en no tomarse a la ligera los esfuerzos chinos orientado a militarizar su base tecnológica. No obstante, igual o mayor riesgo supondría ignorar las principales limitaciones de las que adolece la estrategia china, que con un alto grado de probabilidad podría acabar en un despilfarro de tiempo y recursos mal administrados por el autoritarismo burocrático de Beijing. En cualquier de los dos supuestos, evitar una reacción exagerada parece lo más acertado.
Con un alto grado de probabilidad el exceso de celo en el control de la innovación tecnológica en el sector civil, por parte de las autoridades gubernamentales, no solo demorará dichos avances sino que puede llegar a bloquearlos indefinidamente.
Esto no implica que la imitación del modelo chino fuera a alcanzar mejores resultados en manos occidentales. Este sentido convendría tomar nota de las ventajas que caracterizan nuestros modelos de investigación y desarrollo tecnológico, principalmente atendiendo a la libertad de acción propia de las democracias modernas. Sin embargo, incluso estas virtudes se encuentran actualmente en peligro por el exceso de celo entre los responsables políticos y el déficit de agilidad y creatividad en materia de planificación industrial. Resulta imperativo diseñar una estrategia efectiva que fomente la colaboración entre ambos sectores y genere los incentivos adecuados para los diferentes profesionales que forman parte del proceso de desarrollo tecnológico.
En el ejemplo de China encontramos cuatro tipos de entidades que participan en dicho proceso. Por un lado existen contratistas de defensa estatales, a los que habríamos de sumar sus numerosas filiales (algunas de las cuales también están abiertas al mercado externo); fabricantes privados contribuyen al desarrollo de I+D a través de la producción de componentes secundarios para los principales contratistas de defensa o directamente para el EPL; universidades y diferentes grupos de expertos estatales que realizan investigaciones en este campo; y empresas de capital de riesgo y capital privado (semiprivadas) que invierten en tecnologías de vanguardia.
Una de las principales preocupaciones asociadas a este modelo de fusión tecnológica está relacionada con la naturaleza de los fondos chinos en I+D, en la medida en que generalmente no vienen reflejados en los presupuestos oficiales de las fuerzas armadas chinas, lo que los hace difíciles de rastrear y cuyo volumen es considerable.
Estudios recientes han abordado el análisis de la cadena de suministros de defensa en el país y han encontrado que algunos proyectos semiprivados han llegado a involucrar a más de doscientas compañías. Si lo anterior le sumamos la imposibilidad de encontrar datos relativos a presupuestos destinados para este tipo de iniciativas que implican a ambos sectores, podemos hacernos una idea de la opacidad que caracteriza al sistema chino.
Contrariamente a lo que pueda parecer, este estrechamiento entre el ámbito civil y el militar podría aportar un mayor grado de transparencia sobre los planes de adquisición de las fuerzas armadas chinas, en la medida en que las empresas chinas podrían erigirse en indicadores que los analistas occidentales podrían aprovechar para especular sobre aquellas tecnologías en las que estaría interesado el EPL.
Existen otros dos factores a tener en cuenta en todo este proceso. En primer lugar, a diferencia de sus homólogas occidentales, las empresas chinas no tendrían más alternativa que aceptar cualquier solicitud procedente del gobierno a la hora de compartir tecnología. En segundo lugar, las propias empresas occidentales estarían contribuyendo al desarrollo de la tecnología militar china a la luz de los contactos comerciales con el vasto elenco de contratistas e instituciones involucrados en todo este proceso. El ejemplo de Dynex, compañía británica adquirida por una empresa civil china, resulta ilustrativo al respecto si observamos como tecnologías de alto nivel desarrolladas por una empresa extranjera terminaron formando parte de los sistemas de lanzamiento en el primer portaaviones fabricado por el gigante asiático.
A pesar de todo, el lobo no es tan feroz como lo pintan y China no puede ignorar fácilmente su tradicional dependencia estatal. Las fuerzas armadas del país han dependido históricamente de once empresas en lo que respecta a I+D. Hasta no hace mucho, hablábamos de reliquias de la época de Mao al margen de la economía internacional. En 2010, solamente el 1% de las tecnológicas del país estaban involucradas en defensa.
Sin embargo, en su afán por actualizarse, el autoritarismo es propenso a los errores, así como a exagerar sus metas y logros. Como ocurre con iniciativas de otra índole, el Partido Comunista está más preocupado por asegurarse de que funcionarios, administradores universitarios y empresas privadas repitan los eslogans nacionales, despilfarrando en subsidios, sin tener en cuenta las verdaderas necesidades ni comprobar los resultados obtenidos.
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