El orden mundial está cambiando y dicha transformación reclama la modernización de la industria de defensa a nivel global. Los nuevos entornos operativos demandarán el empleo de tecnologías procedentes de fuentes cada vez más diversas, así como unos ciclos de innovación tecnológica más ágiles y dinámicos.
La superioridad de los sistemas de armas en las próximas generaciones continuará indudablemente ligada a los avances científicos que se produzcan en ámbitos cada vez más dispares. De ahí que los esfuerzos de las naciones deban priorizar la investigación en estos campos para garantizar su ventaja competitiva.
Las proporciones que se demostraron válidas para la guerra del S.XX han quedado obsoletas a la hora de hacer frente a los riesgos y amenazas que se avecinan. El sudor ha sido sustituido por códigos que miden la capacidad industrial y la inteligencia artificial gana cada vez más peso en el campo de batalla. Todo esto afectará directamente a la forma de combatir que tienen los ejércitos de los diferentes países.
Los vientos están cambiando y si bien EE.UU todavía ostenta la posición como líder mundial tecnológico en este ámbito, esa ventaja que hace unos años se antojaba inalcanzable disminuye paulatinamente año tras año. China viene pisando fuerte y desde 2007 saca adelante más titulaciones de doctorado en disciplinas técnicas de las que produce EE.UU. Así mismo, a raíz de los atentados del 11 de septiembre, mientras norteamérica volcaba sus esfuerzos en su cruzada contra el terrorismo, la inversión en I + D se redujo de un 40% hasta el 25% en ese periodo.
El mundo de las percepciones cobra cada vez mayor importancia y a nadie se le escapa que mientras el papel de China cobra cada vez mayor protagonismo, el de EE.UU no pasa por su mejor momento. Si bien es cierto que por lo que respecta a inversión en defensa a nivel global EE.UU todavía ocupa la primera posición del ranking con un 38% (experimentando una disminución del 10% desde 2001), mientras Rusia y China han triplicado su gasto.
Una industria de defensa moderna estará obligada a cubrir capacidades con mayor celeridad, incorporando innovaciones de todos los sectores y aplicando dichos avances en todas y cada una de las áreas tecnológicas militares de referencia. En un espacio de batalla hiperconectado, plagado de sensores, sistemas autónomos e inteligencias artificiales, el modelo de negocio industrial actual caracterizado por dilatados plazos de desarrollo y más enfocado en el sostenimiento perderá poco a poco su razón de ser.
Los estragos del coronavirus han alcanzado la práctica totalidad de aspectos económicos a nivel global y a una escala sin precedentes. Las fuerzas armadas y el tejido industrial de defensa tampoco han sido inmunes y hemos asistido a la cancelación sucesiva de distintos ejercicios y maniobras internacionales, llegando incluso a trastocar los relevos de contingentes desplegados en operaciones por todo el mundo.
La disminución en el número de nuevos contratos y la perturbación de la actividad en aquellos que se encuentran en vigor, es ya una realidad. Hacia finales de marzo, ante la evidencia de las proporciones dramáticas que estaba adquiriendo la pandemia, las industrias europea, americana y asiática ya habían comenzado a “echar el cierre”. Reducciones de plantilla, limitaciones al número de visitas y al aforo en las reuniones, fueron solo algunas de las restricciones que comenzaron a condicionar la posibilidad de cumplir con los plazos acordados.
Gigantes del sector como Lockheed Martín anunciaban la imposibilidad de cumplir con la producción, de los cazas F-35 en su caso, por los problemas que estaban experimentando los subcontratistas debido al COVID-19.
De la industria china solo sabemos que el grupo naviero Wuchang, encargado de la construcción de submarinos S20 para Pakistán (clase Hangoor) detuvo sus trabajos temporalmente.
Rusia tampoco se libró de estas tribulaciones y la mayoría de las empresas detuvieron su trabajo durante un período que se prolongo alrededor de dos semanas, aunque reanudaron rápidamente sus operaciones con una serie de limitaciones.
Antes del COVID-19
Por lo que respecta a la industria española de defensa, según datos que ofrece la memoria de la Asociación Española de Empresas Tecnológicas de Defensa, Seguridad, Aeronáutica y Espacio (TEDAE), en 2019 se produjo un crecimiento de las cifras en el sector, con un aumento del 10% de la facturación conjunta (de 11.838 millones en 2018 a 13.040 el siguiente año). El apartado de Defensa y Seguridad alcanzó las mejores cifras, experimentando un incremento del 32,6% (alcanzando una facturación de 6.561 millones).
En términos globales, la facturación alcanzada en 2019 (13.040 millones) representó un 7,3% del PIB industrial y un 1% del nacional. Las exportaciones supusieron el 71% del volumen en una industria que emplea a 57.618 profesionales. Esto no quiere decir que el sector sea inmune a la crisis y existe un temor razonable ante la posibilidad de sufrir un nuevo retroceso como el que la industria experimentó durante el periodo previo a 2018.
Por sectores, la industria de defensa manejaría los mejores datos, con una facturación de 6.561, de los cuales un 62% (4.042 millones) serían exportaciones. La actividad dentro de este sector supuso un 3,7% del PIB industrial y su productividad superaría la media nacional en un 3,4%. Por áreas, la aeronáutica militar concentraría el 73% del volumen de negocio, seguida del sector naval con un 15% y el terrestre con un 9%.
El segundo sector con mejores datos de crecimiento fue el aeronáutico, cuya facturación se incrementó un 16,5% entre 2018 y 2019 (de 9.029 millones a 10.523), viniendo a suponer un 6% del PIB industrial. El 46% del volumen total correspondería al apartado de aeronáutica militar y un 54% al sector civil, con un 76% de exportaciones de material para un sector que emplea a aproximadamente 45.000 trabajadores.
Las cifras del sector espacial se han mantenido más o menos estables en estos últimos años, con una pequeña reducción del 2,8% en su facturación respecto a 2018 (pasando de 720 millones a 700 en 2019). Las exportaciones han concentrado el 81% del volumen total en un sector que supone el 0,5% del PIB industrial y emplea a 4230 profesionales.
Las verdaderas dimensiones de las consecuencias económicas asociadas a la crisis del coronavirus son todavía impredecibles y no es posible conocer el impacto que tendrán a nivel global. Sin embargo, podemos afirmar sin lugar a dudas que 2020 supondrá para el sector uno de los mayores desafíos desde finales de la 2ª Guerra Mundial. Todo dependerá de las medidas adoptadas, la salud de las economías mundiales tras la depresión que se avecina y el embate de una eventual segunda ola pandémica que podrían reducir considerablemente el gasto en defensa durante los próximos años.
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