La toma de Afganistán por parte de los talibanes ha planteado una serie de interrogantes acerca del futuro de los movimientos salafistas yihadistas, incluso en territorios como Turquía y la vecina Siria, donde la amenaza que representan estos grupos ha sido contenida hasta ahora. El terrorismo podría encontrar inspiración en la reciente victoria talibán, sin embargo dichas perspectivas por el momento parecen limitadas. En este sentido, el riesgo dependerá en gran medida de la postura que adopten los talibanes en sus relaciones con los yihadistas de Afganistán.
En Turquía, islamistas de diversas corrientes no tardaron en ensalzar la maniobra talibán que ha culminado con su retorno al poder. Según fuentes próximas a dichos grupos, los salafistas turcos habrían dado la bienvenida al nuevo gobierno de los talibanes, entre ellos portavoces de diferentes agrupaciones pro-Al Qaeda.
Algunos medios como el diario de corte islamista, Yeni Şafak, también han aplaudido la victoria en Afganistán. En una columna publicada el pasado 1 de septiembre, Tamer Korkmaz celebraba el éxito talibán: “La ocupación de Afganistán, que ha durado 20 años, terminó anoche con la retirada de los últimos soldados estadounidenses, perdón, terroristas estadounidenses. El ídolo estadounidense-occidental se ha derrumbado. Ha comenzado un período extraordinario. Y muchos más se desmoronarán uno por uno en los próximos años».
La aprobación que han recibido los talibanes en las últimas semanas ha llegado también desde sectores poco habituales. En este caso, por parte de turcos laicos pero ferozmente antiamericanos. Doğu Perinçek, líder del Partido Patriótico, una pequeña pero ruidosa agrupación anti-estadounidense y euroasianista, comparó el triunfo de los talibanes con la guerra de liberación turca después de la Primera Guerra Mundial y argumentó que “la comunidad internacional no ha tenido más remedio que reconocer el gobierno de los talibanes”.
Sin embargo, no todo han sido buenas palabras. Otros grupos salafistas en el país no han visto con buenos ojos la victoria talibán. Para muchos, Al Qaeda y los talibanes suponen desviaciones del Islam que «se apoderaron de Afganistán en cooperación con EE.UU». Estos grupos han acusado a los talibanes de “desviarse del objetivo de la yihad y abandonar la lucha para negociar con los estadounidenses en hoteles lujosos y elegantes”.
El núcleo de la discordia entre los yihadistas en Turquía parece girar en torno a cuál debería ser el siguiente paso. De una parte se encontrarían los que abogan por la creación de múltiples emiratos islámicos, frente a aquellos que apuestan por la implantación de un califato islámico que lo abarque todo. Mientras que los talibanes persiguen consolidar un gobierno islámico limitado a Afganistán, los grupos salafistas yihadistas pro-ISIS defienden la idea de un único estado para todo el mundo musulmán.
En Idlib, provincia del noroeste de Siria que limita con Turquía y último bastión de los rebeldes islamistas radicales en el país, los grupos salafistas yihadistas se han mostrado menos satisfechos, especialmente a la vista de las declaraciones por parte de los talibanes de cara a “establecer relaciones con la comunidad internacional”. Aunque Hayat Tahrir al-Sham/Frente Nusra, grupo dominante en Idlib, ha repudiado sus raíces con Al Qaeda y ha tratado de presentarse como una facción moderada que lucha solamente contra el régimen sirio y no es hostil a Occidente, en general los salafistas yihadistas son grupos que, en esencia, rechazan el sistema internacional.
Sin embargo, a pesar de las divergencias en cuanto al enfoque, la toma de Afganistán por parte de los talibanes supone para este tipo de agrupaciones un ejemplo de cómo sostener una guerra prolongada y prevalecer sobre el adversario. Tanto es así que muchos de estos grupos ya han tratado de copiar la estrategia de los talibanes esforzándose por «sirianizar» sus filas y demostrar que han abandonado la noción de jihad global.
Dicha retórica constituye un indicio de las intenciones que pueden albergar grupos como Hayat Tahrir al-Sham a la hora de seguir el modelo talibán. Sin embargo, la mayoría de los grupos salafistas en Siria carecen de una base sociológica sólida y no cuentan con el apoyo de la mayoría de los grupos de la oposición, ni tan si quiera de un porcentaje a tener en cuenta entre la población siria descontenta con el régimen. Esto no impide que pretendan utilizar el ejemplo talibán como propaganda motivacional entre sus adeptos y potenciales reclutas.
La toma de Afganistán por los talibanes también ha desencadenado un debate sobre un posible flujo de combatientes islamistas de Siria a Afganistán y viceversa. Los expertos no rechazan la posibilidad de que se produzcan dichos trasvases, especialmente desde Siria, pero únicamente en términos de grupos: tayikos, uzbecos, chechenos y uigures. En estos momentos a los talibanes no les interesa una inyección de combatientes árabes o europeos, sobre todo si tenemos en cuenta las promesas que han formulado desde que volvieron a hacerse con el poder.
A la vista de los acontecimientos y de las primeras reacciones ante la victoria de los talibanes, la probabilidad de que se produzca otra movilización regional por parte de grupos armados de índole yihadista, emulando el éxito reciente y en un futuro próximo, no parece probable a corto o medio plazo. Teniendo en cuenta que la mayoría de grupos salafistas en la región, véase el Estado Islámico o Hayat Tahrir al-Sham, han sido derrotados o relegados a áreas relativamente reducidas, el contexto en el que se desenvuelven estos grupos no es el más propicio y guarda escasas similitudes con las circunstancias en las que ha cuajado el triunfo en Afganistán.
Si ponemos la vista en otras regiones, observamos que los movimientos salafistas son limitados en el Líbano y prácticamente ausentes en Jordania. Mientras tanto, en Irak la capacidad de movilización por parte de estos grupos se ha vio considerablemente mermada a raíz la invasión norteamericana, la guerra civil que le siguió y más recientemente debido a la campaña contra el Estado Islámico. A pesar de todo, resulta innegable que la caída de Afganistán en manos de los talibanes provocará fluctuaciones que afectarán a la seguridad en la región, por más que los nuevos dirigentes ofrezcan garantías tanto a los países vecinos como a la comunidad internacional.
El rumbo de los movimientos salafistas-yihadistas dependerá en gran medida de las decisiones que adopten a partir de ahora los talibanes. En caso de que decidieran expulsar de Afganistán a los combatientes yihadistas extranjeros, esto plantearía una serie de incógnitas, abriendo la posibilidad de que retornasen a sus países de origen o buscaran otros territorios en los que establecerse. En caso de que se produjera esto último, cabría preguntarse si los talibanes permitirían que dichos combatientes desestabilizasen a los países vecinos, barajando la posibilidad de un conflicto entre los nuevos gobernantes de Afganistán y los grupos salafistas yihadistas en la región.
En cualquiera de estos escenarios los países de Asia central, podrían verse particularmente amenazados por grupos armados que hasta ahora y desde hace años habrían estado confinados en Afganistán. A la larga, las movilizaciones de esos mismos grupos también podrían terminar afectado a Irán, Siria y Turquía. En Pakistán, por ejemplo, ya se enfrentan a la reactivación de los talibanes paquistaníes, que recientemente han intensificado sus ataques contra las fuerzas de gubernamentales y han renovado su lealtad a los talibanes afganos tras la caída de Kabul.
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