A finales de 2016, Nasser Abbas Bahmad, operativo de alto nivel de Hezbolá, visitó la “Triple Frontera”, nombre con el que comúnmente se conoce a la zona fronteriza entre Argentina, Brasil y Paraguay. Su presunta misión: establecer una línea de suministro para transportar toneladas de cocaína desde América Latina a los mercados de ultramar y generar fondos para el grupo terrorista libanés.
A lo largo de las últimas décadas, Hezbolá ha construido una máquina bien engrasada y multimillonaria dedicada al blanqueo de dinero y tráfico de drogas en América Latina, con la que lava las ganancias obtenidas a través del crimen organizado en múltiples puntos del hemisferio occidental, África, Europa y Oriente Medio.
Tradicionalmente, Hezbolá ha venido utilizando la Triple Frontera como foco para el blanqueo de capitales, pero hasta ahora no se tenía conocimiento expreso de su implicación en tráfico de cocaína a gran escala en la zona. Durante años, los narcotraficantes vinculados a Hezbolá sólo movían cantidades relativamente pequeñas de cocaína. El envío masivo de toneladas de droga es harina de otro costal.
Hasta ahora los grandes envíos de cocaína vinculados a las redes de blanqueo de dinero de Hezbolá se asociaban con otras regiones, por ejemplo Colombia y Venezuela. Después de todo Colombia continúa siendo a día de hoy el mayor productor de cocaína de América Latina, y Venezuela, constituye un espacio de tránsito clave para los envíos.
Para comprender el nexo entre los cárteles y el grupo terrorista chiíta conviene echar un vistazo al trasfondo de la organización a lo largo de estos últimos años, desde que fuera fundada en 1982 en Líbano por la República Islámica de Irán.
Desde entonces Hezbolá ha tratado de reclutar a todos aquellos que simpatizan con su particular fundamentalismo islámico para engrosar las filas de una organización terrorista capaz de servir a la agenda ideológica y geopolítica marcada por Teherán.
La organización ha sobrevivido a dos guerras con Israel, ha contribuido a crear clones en Yemen e Irak, ha desempeñado un papel relevante y sangriento a la hora de mantener en el poder a Bashar Assad en Siria y ha terminado por hacerse con el control de facto en Líbano.
En la década de 1980, Hezbolá llevó a cabo una serie de atentados mortales que incluyeron la muerte de casi 300 soldados y diplomáticos estadounidenses. En 1996, bombardeó las Torres Khobar en Arabia Saudí, matando a 19 militares norteamericanos. Fue pionera en las tácticas que Hamás y Fatah emularon durante la guerra del terror de Yasser Arafat, conocida como la “Intifada de al-Aqasa”, y que posteriormente han sido empleadas también por Al Qaeda y el Estado Islámico.
Administrar una organización que ha llegado a ser apodada el «equipo A del terrorismo» no es una tarea sencilla ni barata. Según un informe del Departamento del Tesoro de EE.UU de 2018, Hezbolá recibe unos 700 millones de dólares anuales de Irán y recauda otros 300 millones de dólares de una vasta red de negocios ilegales, muchos de los cuales están ligados al tráfico de drogas en América Latina. Aunque la cifra real probablemente sea muy superior.
Sin embargo, las sanciones estadounidenses y los vaivenes del mercado petrolífero han reducido, por lo menos en apariencia, la capacidad iraní a la hora de ejercer presión sobre Hezbolá y controlar las vías a través de las cuales la organización consigue sus propios fondos. El grupo ha convertido su propia estructura en su mejor activo a la hora de expandir sus negocios por el globo, aprovechando una red informal basada en clanes y familias muy extensas, unidas por lazos de sangre y cuyos miembros se encuentran repartidos por todo el mundo e integrados en las economías de los países en los que residen.
Precisamente Hezbolá pudo establecerse en América Latina en gran medida gracias a que la región alberga una amplia diáspora libanesa. Mientras que los libaneses de otras corrientes religiosas han estado emigrando a Sudamérica desde el siglo XIX, la comunidad libanesa chiíta en la Triple Frontera, cuyo número supera las 30.000 personas, data de la década de 1950.
El dictador paraguayo Alfredo Stroessner (1954-1989) alentó a los libaneses a establecerse en Puerto Presidente Stroessner (posteriormente Ciudad del Este) con la esperanza de que trajeran comercio y crecimiento económico. Y así fue. Ciudad del Este es ahora un bullicioso centro comercial, gracias en parte a la zona comercial libre de impuestos que Stroessner estableció y que la conecta con Brasil y Argentina.
Los expatriados libaneses no siempre formaron parte del plan de Irán para extender su revolución en América Latina. Sin embargo, a principios de la década de 1980, Teherán comenzó a enviar a clérigos y maestros para establecer el germen de la organización en la zona. Estos emisarios construyeron escuelas, mezquitas e impulsaron organizaciones benéficas, contactaron con empresarios chiíes dispuestos a prestarles su apoyo, hasta construir un “Little Líbano” en el corazón de la región.
Este no es el único ejemplo de la conquista de la comunidad chiíta local por parte de Hezbolá. Sin embargo, la Triple Frontera, con su economía ilícita multimillonaria, ofrece una oportunidad única para el blanqueo de dinero. Hezbolá se ha convertido en parte del paisaje criminal en la región, proporcionando servicios logísticos y financieros al crimen organizado, a cambio de la correspondiente cuota.
Paraguay se encuentra entre los países con mayor índice de corrupción a nivel global. El caldo propicio para comprar amigos e influencias en el seno del poder judicial, el gobierno y las fuerzas del orden. No se trata del único nodo con el que Hezbolá cuenta en América Latina, pero si hablamos de uno de los más importantes.
En las dos últimas décadas, las autoridades locales han detenido a un puñado de fugitivos de Hezbolá en la Triple Frontera a instancias de las autoridades estadounidenses, y Paraguay acabó extraditándolos a EE.UU. Sin embargo, estas acciones aisladas han tenido poco impacto.
Existen organizaciones criminales con amplia experiencia en la producción de estupefacientes, administrando bastas redes de protección y monopolizando negocios ilícitos, pero en muchos casos carecen de redes globales para el envío y la distribución de mercancías. Ahí es donde entraría Hezbolá junto con sus colaboradores repartidos por las diferentes comunidades libanesas presentes en todo el mundo.
Las fuerzas del orden estadounidenses descubrieron la implicación de Hezbolá en el narcotráfico por casualidad en 2006, cuando las escuchas telefónicas a un cártel de Medellín captaron conversaciones en árabe en las que se organizaba el envío de varias toneladas de cocaína a Oriente Medio.
Las investigaciones revelaron una operación mundial multimillonaria orquestada por altos funcionarios dentro del círculo interno de Hezbolá. La DEA reveló toda la extensión del nexo terrorista-criminal de Hezbolá y su importancia para la estructura organizativa de la organización en febrero de 2016, cuando la Operación Cedro condujo a múltiples detenciones en toda Europa.
Las autoridades españolas también han desempeñado un papel relevante a la hora de desarticular la red de narcotráfico de Hezbolá, principalmente a través de la incautación de importantes cargamentos de cocaína a lo largo de la última década: marzo de 2012, las policías española y portuguesa, se incautaron de 380 kilogramos de cocaína disfrazada de carbón vegetal en un cargamento procedente de Argentina; en mayo de 2013, las autoridades españolas se incautaron de 50 kilogramos de cocaína procedentes de América Latina a través del puerto de Valencia; en diciembre de 2014, se interceptaron 390 kilogramos de cocaína en Santiago de Compostela; en febrero de 2016 se desarticuló en Valencia un laboratorio en el que se separaba la droga del carbón vegetal; la más reciente en enero de 2021 se saldo con la incautación de dos toneladas de cocaína que procedían de Paraguay.
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