El Tratado Antártico ha cumplido 60 años desde su entrada en vigor en el año 1961 con la participación inicial de solamente 12 países. Tras seis décadas, ya son 54 los países signatarios del tratado y de los diversos instrumentos que componen el denominado Sistema del Tratado Antártico.
Existen teorías medioambientales que ponen en duda la supervivencia de la capa de hielo antártico para el horizonte 2081, y la competencia entre las grandes potencias parece abocada a reescribir las reglas de enfrentamiento en un territorio que durante 60 años se ha visto libre de conflictos, pruebas nucleares o explotación de sus recursos naturales.
El futuro del tratado depende, en gran medida, de la comprensión en torno a los elementos coercitivos que hasta ahora han subordinado la cooperación antártica y la creciente proliferación de actividades en el marco de la zona gris que están teniendo lugar en el continente.
Según los expertos el conflicto está servido aunque no siempre podamos verlo a simple vista o no adopte las formas tradicionales. En este escenario la competición estratégica entre los actores implicados se caracteriza por un alto grado de ambigüedad, situándola en un punto difícil de calibrar entre las relaciones pacíficas y el conflicto armado. El rol de las Fuerzas Armadas en este caso puede ser simbólico (celebración de ejercicios y otras muestras de fuerza) o bien materializarse en acciones que acarician el conflicto armado.
Se trata del marco propicio para la puesta en práctica de los mecanismos propios de la guerra híbrida. O lo que es lo mismo, el empleo intencionado, multidimensional y coordinado de toda la panoplia de instrumentos (políticos, económicos, sociales, diplomáticos, militares, etc) de poder, empleados de modo eminentemente simbólico y con carácter coercitivo a fin de intimidar o marcar territorio por ejemplo.
En la actualidad la competencia estratégica que se libra en este tipo de escenarios se ve favorecida por las nuevas tecnologías y las nuevas amenazas emergentes en materia de seguridad, que contribuyen a la normalización de este tipo de actividades en la zona gris.
En principio, la Antártida se encontraría «aislada» de la competencia estratégica tradicional que está presente en otros territorios y estaría «protegida» por el Tratado Antártico. Sin embargo, dicha defensa legal no sería un impedimento para la proliferación de campañas en la zona gris. Por ejemplo, la investigación y el desarrollo de tecnologías de doble uso, aplicables tanto ámbito científico como militar, o la presencia de barcos pesqueros rusos que falsifican sus ubicaciones para indicar que no se encuentran faenando en aguas antárticas protegidas.
La subversión, el engaño y la reinterpretación de la normativa legal en relación a la Antártida se han convertido en el pan de cada día para un continente cuya «norma fundamental» no fue diseñada para lidiar con este tipo actividades. Las acciones por debajo del umbral de la guerra no suponen una violación de las reglas acordadas para la Antártida y vemos como son acometidas tanto por los estados democráticos como por los revisionistas autocráticos en función de sus intereses.
En este contexto los beneficios previstos superan los costes que plantea el abandonar la diplomacia convencional y el cruzar eventuales líneas rojas o cuanto menos tensarlas hasta el límite. Sin embargo, los mismos expertos defienden que no todo está perdido y todavía podríamos celebrar otros 60 años de paz para la Antártida con la condición ineludible de asumir inmediatamente las limitaciones del acuerdo actual.
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