Durante décadas Líbano ha trastabillado de crisis en crisis sin alcanzar una solución definitiva a la difícil situación que atraviesa el país. Una guerra civil que se prolongó quince años, los múltiples conflictos regionales en los que está inmerso, o a los que se ha visto irremediablemente arrastrado por su posición en el mapa, sumados a la difícil situación económica que sufre la población, han terminado por poner de rodillas a una nación sitiada por demasiadas crisis.
Crisis económica
En octubre de 2019 las protestas se extendieron por todo Líbano, denunciando la corrupción de la administración (llegando a ocupar el puesto 137 de 180 en el Índice de Percepción de la Corrupción en 2019), así como las medidas de austeridad adoptadas por el gobierno y la incapacidad para proporcionar incluso servicios básicos, siendo los cortes de energía algo cotidiano, el suministro de agua potable inseguro para los hogares y la sanidad pública limitada.
A mediados de ese mismo mes, el gobierno propuso la implantación de nuevos impuestos sobre el tabaco, la gasolina y las llamadas de voz a través de servicios de mensajería como WhatsApp con el fin de generar más ingresos, pero la violenta reacción por parte de la población obligó a cancelar los planes.
Dichas protestas, lograron paralizar el país y terminaron en la renuncia de Saad Hariri como primer ministro. Sin embargo, desde entonces la situación no ha hecho más que empeorar. Los apagones han empeorado, la crisis económica se ha agudizado y los precios de los alimentos subieron hasta un 80%.
La crisis económica ha paralizado el país y ha llevado a miles de personas al extranjero, provocando protestas generalizadas contra lo que la ciudadanía considera un sistema político corrupto e incompetente. Según datos oficiales, casi la mitad de la población vive por debajo del umbral de la pobreza y aproximadamente el 35% se encuentra en situación de desempleo.
Líbano tiene una de las deudas nacionales más elevadas del mundo, superando los 92.000 millones de dólares (casi el 170% de su PIB). Por primera vez en su historia, el primer ministro Hassan Diab anunció que Líbano dejaría de pagar su deuda alegando que las reservas de divisas habían alcanzado un nivel «crítico y peligroso» y que las restantes eran necesarias para pagar las importaciones de las que depende la supervivencia de la población.
En mayo, se iniciaron negociaciones con el Fondo Monetario Internacional para asegurar una ayuda mínima vital, en el marco del plan de rescate de la economía adoptado por el gobierno. Pero las conversaciones se han estancado desde entonces.
Mientras, el precio de los productos se ha triplicado y el valor de la Libra Libanesa (LBP) llego a desplomarse un 80%. Si a lo anterior sumamos la elevada dependencia de las importaciones (hasta un 90% en el caso del trigo) para asegurar el suministro de alimentos, la situación se vuelve todavía más peliaguda.
A principios de 2019, la pérdida de valor de la moneda nacional frente al dólar y la aparición de un mercado negro en auge, por primera vez desde hacía dos décadas, llevó a los importadores de trigo y combustible a exigir el pago en dólares. Las huelgas impulsadas por los sindicatos no se hicieron esperar.
Por si no fuera suficiente, una serie de incendios forestales sin precedentes al oeste del país pusieron de manifiesto la preocupante falta de fondos y equipamiento que tenía el servicio de bomberos.
Paralelamente la pobreza se ha disparado y los índices de criminalidad han aumentado de manera preocupante, convirtiendo las calles en un polvorín. Con este panorama no es de extrañar que aquellos que todavía pueden permitírselo abandonen el país en masa, en busca de mejores perspectivas o sencillamente por mera supervivencia.
La destrucción del puerto de Beirut ha sido la gota que ha desbordado el cráter en el que ya estaba sumido un país que incluso antes de la pandemia ya parecía encaminarse irremediablemente hacia el colapso.
Crisis regional
La guerra civil (1975-1990) acabó con la vida 120.000 personas y llevó al exilio a aproximadamente un millón, antes de el territorio libanés fuera ocupado tanto por Siria como por Israel durante casi dos décadas. Las tropas extranjeras finalmente se retiraron en 2005.
La situación con los vecinos no es mucho más alentadora. Si echamos un vistazo por encima de las dos fronteras terrestres con las que cuenta el país, encontramos una Siria devastada por la guerra y a Israel con el que técnicamente Líbano continúa en guerra.
La entrada en escena de Hezbollah, movimiento chiíta respaldado por Irán, no contribuyó a calmar los ánimos en la zona. Surgido para hacer frente a la ocupación israelí, con el tiempo sus actos han terminado por fracturar todavía más el ya de por si delicado tablero político libanés.
La crisis en Siria también ha terminado por afectar a su vecino. Pero sin duda alguna el impacto más visible ha sido la afluencia de aproximadamente 1,5 millones de refugiados. Tanto Líbano como las organizaciones internacionales han alertado en reiteradas ocasiones acerca de insostenible carga económica y social que representa esta inyección de población en un país que apenas cuenta con los recursos para ayudarse a sí mismo.
Crisis sanitaria
Durante la pandemia Líbano ha registrado más de 5.000 casos y ha contabilizado 65 fallecidos. Unas cifras comparativamente bajas si tenemos en cuenta los datos acumulados por otros países, pero que recientemente se han disparado extendiéndose a nuevas zonas del país. A pesar del bloqueo decretado por el gobierno, los médicos advirtieron que el frágil sistema de salud del país ya se encuentra «más allá de su capacidad».
Según Osman Itani, médico especialista en la capital del país, “las salas de cuidados intensivos del Hospital Universitario Rafik Hariri están llenas y, si la situación no cambia durante los próximos días, el hospital será incapaz de atender los casos que requieran cuidados intensivos”. En declaraciones a Arab News, el doctor Itani aseguró que “actualmente se están registrando más de cien casos diarios, unas cifras que el sistema de salud, en su estado actual, no puede abordar porque está más allá de sus capacidad”.
Según el Ministerio de Salud libanés la rápida propagación del virus estaría relacionada con el incumplimiento de las restricciones y medidas adoptadas por el gobierno.
Muchas empresas se han visto obligadas a despedir personal y la brecha entre el valor de la libra libanesa y otros tipos de cambio oficiales se ha visto agravada. A medida que los precios suben, las familias cada vez tienen más dificultades para hacer frente a sus necesidades básicas y están aumentando los disturbios en las zonas urbanas.
Crisis política
Existe un consenso entre la mayoría de expertos en cuanto al factor clave de la crisis política que atraviesa el país: el sectarismo de los distintos grupos que se disputan el poder y que únicamente se preocupan de sus intereses individuales.
Líbano reconoce de manera oficial 18 comunidades religiosas: 12 cristianas, 4 musulmanas, la drusa y el judaísmo. Los tres cargos políticos principales (presidente, presidente del parlamento y primer ministro) se reparten entre las tres comunidades más grandes (cristianos maronitas, musulmanes chiítas y musulmanes sunitas, respectivamente) en virtud de un acuerdo que data de 1943. Los 128 escaños del Parlamento también se distribuyen de manera equitativa entre cristianos y musulmanes (incluidos a los drusos).
Precisamente es esa diversidad religiosa la que hace que el país sea un blanco fácil para la injerencia externa (tenemos el ejemplo de Irán y el movimiento chiíta Hezbollah). Mientras, los líderes políticos de cada grupo se han preocupado únicamente por mantener su poder e influencia, protegiendo los intereses de las comunidades religiosas que representan a través de incentivos financieros, tanto legales como ilegales.
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