Rusia tiene sus ojos puestos en Malí. La maniobra de los mercenarios del Grupo Wagner se ajusta al patrón de injerencia que Rusia viene desarrollando en África. Actualmente la junta militar que gobierna el país, tras sufrir dos golpes de Estado en los últimos 13 meses, se encuentra en conversaciones con el grupo mercenario para contratar al menos a 1.000 combatientes con objeto de entrenar a las fuerzas armadas del país y proporcionar seguridad a funcionarios de alto nivel. Expertos y funcionarios occidentales temen que la presencia del grupo sitúe al nuevo gobierno en una posición de dependencia respecto a Moscú y alimente todavía más la inestabilidad en la región.
La semana pasada centenares de personas se manifestaron en la capital del país, Bamako, para reclamar la salida de los militares franceses y sus aliados y abogar por un acuerdo de las autoridades con Rusia para el envío de fuerzas del Grupo Wagner. Según la emisora Studio Tamani la manifestación, convocada por el movimiento “Yerewolo”, se ha centrado en la “exigencia de la salida de las tropas de Francia, consideradas como una ocupación, coincidiendo con el aniversario de la independencia de Malí”.
Un millar de mercenarios en un país del tamaño de Malí puede parecer una cifra insignificante, pero las informaciones han puesto en alerta a las potencias occidentales, especialmente Francia, que está reduciendo su presencia tras ocho años en el Sahel combatiendo el terrorismo. La ministra de Defensa francesa, Florence Parly, viajó a Malí durante el fin de semana para instar al gobierno militar a replantearse la medida, y el lunes advirtió que un acuerdo para aceptar a los combatientes de Wagner aislaría a Malí a nivel internacional. Alemania, que también cuenta con tropas en la región, dijo que también podría verse obligada a cuestionar sus compromisos militares en la región.
Fuentes de la administración francesa han insistido en que «la junta todavía no ha firmado ningún contrato con Wagner y recuerdan que la fuerza Barkhane no puede cohabitar con la fuerza Wagner«, refiriéndose a la operación de contrainsurgencia dirigida por Francia que lucha contra las ramificaciones de Al Qaeda y el Estado Islámico en la región, así como contra los militantes de Boko Haram.
El posible despliegue de combatientes de Wagner en Malí se ajusta a un patrón emergente de envío de mercenarios rusos para apuntalar a líderes africanos, lo que proporciona al Kremlin una importante influencia a cambio de una inversión mínima. Aunque nominalmente es privada, se cree que la turbia red de empresas y contratistas que componen el llamado Grupo Wagner está estrechamente vinculada a los servicios de seguridad rusos.
Joseph Siegle, director de investigación del Centro Africano de Estudios Estratégicos de la Universidad de Defensa Nacional, puso como ejemplo a la República Centroafricana, donde más de 2.000 combatientes de Wagner han sido enviados al país desde 2017. Principalmente se trata de entrenadores militares, pero se sabe que también trabajan como guardaespaldas del presidente centroafricano Faustin-Archange Touadéra, mientras que Valery Zakharov, un antiguo oficial de la inteligencia militar rusa, sirve como asesor de seguridad nacional de Touadéra.»Han conseguido una influencia sin precedentes en la República Centroafricana, y en última instancia, Wagner ha estado implicado en abusos de los derechos humanos, ejecuciones extrajudiciales, violaciones y torturas«, dijo Siegle.
Un rasgo distintivo de este grupo es que combina la actividad mercenaria, que busca promover los objetivos geopolíticos del Kremlin, con la extracción de recursos naturales lucrativos en los estados en los que operan. Es un patrón que ya se ha visto en Siria, Libia, Sudán y la República Centroafricana, donde las empresas afiliadas al grupo recibieron concesiones de minería de oro y diamantes en 2018. «Apostaría a que van a acceder a algunas de las minas de oro, uranio y bauxita en Malí», vaticinó Siegle.
Rusia ha estado aumentando de forma constante su presencia en África a través de maniobras tanto económicas como diplomáticas, pero también mediante otros métodos enmascarados a través del Grupo Wagner, con el objetivo de lograr un mayor acceso a las reservas de recursos naturales del continente. Los vínculos de Rusia están creciendo en la región, pero siguen siendo eclipsados por China, Estados Unidos y los países europeos. Actualmente África representa el 16% de las exportaciones de armamento ruso, mientras que casi el 60% se destina a Asia. Sin embargo, la creciente dependencia africana pone de manifiesto la considerable influencia que ha cosechado el Kremlin en muy poco tiempo.
En diciembre de 2020, el gobierno ruso anunció que había llegado a un acuerdo con el gobierno sudanés para establecer una base naval en Puerto Sudán, en el Mar Rojo, ampliando su alcance militar en Oriente Medio y el Norte de África. El acuerdo, que inicialmente se fraguó con el líder sudanés ahora derrocado, Omar al-Bashir, está siendo revisado por el nuevo gobierno del país.
En Libia, las fuerzas de Wagner han servido de punta de lanza, luchando junto a las fuerzas del comandante renegado Khalifa Haftar, pilotando aeronaves de combate, según el Mando de Estados Unidos en África (AFRICOM). En Madagascar, efectivos de Wagner han participado en el entrenamiento de las fuerzas armadas locales; también se tiene constancia de operativos de Wagner a Mozambique.
Desde 2015, Rusia ha suscrito acuerdos bilaterales de cooperación militar con más de 20 países africanos, y durante el verano, firmó acuerdos con los dos países más poblados del continente: Etiopía y Nigeria. La primera cumbre Rusia-África, copatrocinada por el presidente ruso Vladimir Putin y su homólogo egipcio, Abdel Fattah al-Sisi, se celebró en 2019 y está previsto que se celebre otra en de 2022. Según Cameron Hudson, ex director de asuntos africanos en el Consejo de Seguridad Nacional, “resulta fácil seguir el rastro de Rusia a través de un eje en expansión que va desde Libia y el Mediterráneo hasta África Central, a través del Mar Rojo y ahora también Malí»
El papel de Rusia en el golpe de Estado encabezado por los militares en agosto de 2020, que culminó con el derrocamiento del entonces presidente maliense Ibrahim Boubacar Keita, sigue sin estar claro. Supuestamente dos de los golpistas habrían estado en Rusia para recibir formación militar y habrían volado de Moscú a Bamako, pocos días antes del golpe. Queda claro que la desinformación rusa contribuyo a alimentar las protestas que condujeron al golpe y que su implicación en la situación actual que atraviesa el país no beneficia a Malí
Según la ONU, más de 2 millones de personas se han visto desplazadas en el Sahel, en medio de una creciente amenaza de insurgentes yihadistas que se han extendido desde Malí a Burkina Faso y Níger, avivando la violencia entre comunidades. Por el momento Francia parece estar dando marcha atrás en su intención de sustituir su actual misión de lucha contra el terrorismo por una coalición internacional de tropas que entrenen y acompañen a las fuerzas locales.
“Mantener una presencia de seguridad y reconstruir la confianza y la cooperación con las comunidades locales es lo que va a marcar la diferencia», dijo Siegle. «Esto requerirá más fuerzas locales bien entrenadas. Traer a Wagner, por tanto, es la herramienta equivocada para el problema al que se enfrentan los malienses, y una herramienta que bien podría empeorar el entorno de seguridad.»
Lo que está claro es que las incursiones de Rusia en África han despertado la preocupación en Occidente por las intenciones de Moscú a largo plazo. Después de todo, contrarrestar la influencia tanto de Rusia como de China era uno de los objetivos explícitos de la nueva estrategia estadounidense para África centrada en el comercio y la lucha contra el terrorismo. La decisión está ahora en manos de los actuales gobernantes de Mali: decantarse por los mercenarios dirigidos por Rusia o seguir apostando por la cooperación con algunas de las Fuerzas Armadas más respetados del mundo.
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