Sin lugar a dudas, la crisis del coronavirus ha trastocado nuestra vida cotidiana a prácticamente todos los niveles. Los esfuerzos por contener la propagación del COVID-19 se traducen hoy en un compendio de medidas, extremas pero necesarias, que han llevado al confinamiento forzoso de todo un país. En este contexto, y como suele suceder en mitad de la tragedia, la naturaleza misma de muchos de los conceptos que dábamos por sentados muta, y con algo de suerte retornan a su esencia más pura. Hemos sido testigos de cómo la información ha adquirido ante nuestros ojos un renovado valor y al mismo tiempo asistimos impotentes a los dramáticos costes que lleva aparejado su tratamiento de forma negligente.
Hoy todos somos, o deberíamos ser, un poco más conscientes de que disponer de la información y la inteligencia precisas, en el espacio y el tiempo precisos, puede llegar a marcar la diferencia a la hora de enfrentar cualquier crisis, a fin de evitar que ni tan siquiera lleguen convertirse en tales, o que por lo menos contribuyan a los esfuerzos por paliar, en la medida de lo posible, lo que pueden ser unas terribles consecuencias.
Nuestros gobernantes necesitan de esa inteligencia para tomar las mejores decisiones. También nosotros como sociedad y como individuos. De ahí que no baste con alegar desconocimiento y mucho menos falta de previsión, especialmente en una sociedad de la información como la que hemos creado, con sus virtudes y defectos sí, pero que innegablemente nos ofrece oportunidades de comunicación que no tienen parangón a lo largo de nuestra breve historia.
Para entendernos, podríamos decir que el 90% de la información, hay quién diría que más, está ahí, disponible para todos en fuentes abiertas. En cuanto al resto, existen motivos de peso suficientes que justifican su secretismo, y rara vez obedecen a la ideología y sí a la seguridad. Esto no convierte en banal, ni mucho menos, ese montante mayor con información de acceso libre, por el contrario es aquí donde suelen encontrarse la mayoría de las claves que afinarán nuestro proceso de toma de decisiones.
La dificultad en este caso radica en identificar dichas claves en medio de la vorágine en la que se han convertido los flujos de información, donde esta se ve en no pocas ocasiones adulterada o forzada hasta el extremo con el único propósito de adecuarse al beneficio de unos pocos, llevándose por delante el bienestar de la mayoría.
Contar con esa información, precisa y en tiempo real, hubiera sido, es y será fundamental para hacer frente a la crisis que nos ocupa y a cualquier otra a la que nos enfrentemos en el futuro. Este conocimiento nos permitirá, en este caso, anticiparnos al virus y contenerlo con una mayor eficacia. En esta misma línea nos ha permitido conocer las posibles contingencias que habríamos de afrontar y el proceder de nuestros vecinos, próximos y lejanos, que también plantan cara a la pandemia. Paralelamente también nos ha servido para detectar los movimientos de nuestros adversarios, como siempre a la espera de encontrar oportunidades en la debilidad, o en este caso vulnerabilidades en medio de tanta fuerza como está demostrando nuestro país en su conjunto.
Recientemente hemos conocido la noticia de que el CNI se está empleando a fondo para hacer frente a una ciberdelincuencia que trata de sacar tajada de la penosa situación que estamos sufriendo. Las informaciones apuntan a que se ha producido un incremento de los ataques a nuestra Red, en estos momentos uno de los principales focos de vulnerabilidad a nivel nacional. Organismos oficiales y empresas estratégicas para España son los principales objetivos de unos ataques que tratan de aprovechar una adopción masiva de teletrabajo, tanto en la administración como en el sector privado, para la que probablemente no estábamos del todo preparados.
Algo similar está ocurriendo en el resto de países que a día de hoy vuelcan sus esfuerzos en proteger a la ciudadanía. Recientemente, el Departamento de Salud y Servicios Humanos de EE.UU, organismo principal al frente de la lucha contra la pandemia en Norteamérica, experimentó una tentativa de sobrecarga de su infraestructura cibernética en un presunto intento por comprometer la información relacionada con el virus.
En momentos de crisis minar la confianza en las principales fuentes de información suele ser un recurso habitual empleado por los diferentes adversarios. El éxito de estos ataques puede, en el mejor de los casos, extender una confusión generalizada entre la opinión pública, o incluso llegar a provocar el pánico entre la población en el peor.
Frente a la manipulación o la falta de transparencia, la inteligencia de fuentes abiertas (Open Source Intelligence/OSINT) es capaz de extraer esos datos, proporcionando información veraz, contrastada y en tiempo real. A pesar de no tratarse de un concepto nuevo, hay que reconocer que la inteligencia de fuentes abiertas ha evolucionado, llevada por internet y las nuevas posibilidades tecnológicas a un nuevo nivel.
La inteligencia de fuentes abiertas tal y como la conocemos tienes sus orígenes entre 1941-1947, con la creación en EE.UU del Foreign Broadcast Intelligence Service (FBIS), organismo encargado de analizar las transmisiones de las Potencias del Eje durante la 2ª Guerra Mundial. A finales de la Guerra Fría, esta entidad era capaz de monitorizar más de 3.000 medios de noticias y traducirlos a más de 60 idiomas. Hoy en día, los avances tecnológicos, en forma de motores de búsqueda avanzados y multitud de herramientas con funciones innovadoras, proporcionan con gran facilidad un conocimiento muy superior en cuanto a volumen y tipo de información recabada.
Pensemos por ejemplo en Google, como motor de búsqueda pone a disposición de los usuarios los resultados más populares. Comparando esos resultados con los obtenidos utilizando otras herramientas de análisis avanzado, empleadas en diferentes idiomas, podríamos hacernos una idea de las limitaciones que caracterizan nuestro modelo de búsquedas tradicional a la hora de identificar información de utilidad. Lo cierto es que la intención de Google en este caso es agilizar los procesos de búsqueda para el usuario, ofreciendo información acotada a los intereses más comunes, de modo que si lo que pretendemos es obtener un mapa de información más detallado será interesante acudir a otras de las múltiples plataformas disponibles en lo que a OSINT se refiere.
La comunidad de inteligencia tiene hoy mucho que decir al respecto. En estas semanas donde el teletrabajo se ha impuesto por primera vez para muchos, enfrentarse a los peligros que lleva aparejado el tratamiento de la información desde terminales externos a nuestro entorno de trabajo habitual supone un reto para empresas e individuos. Durante estos días los analistas desempeñan una labor crítica, que no puede verse bajo ningún concepto interrumpida por la pandemia o cualquier otra crisis, pues precisamente en estos momentos es cuando la información despliega su verdadero valor, vital en muchos casos.
El trabajo con información clasificada requiere de unas medidas de seguridad excepcionales, en muchos casos incompatibles con la flexibilidad que ofrecen las nuevas modalidades laborales que van surgiendo. Hay voces que miran al “exceso” de información clasificada como uno de los principales lastres, y son esas mismas voces las que defienden que un importante porcentaje del tratamiento de esa información de menor entidad, y de los procesos que la rodean, se han vuelto demasiado rígidos o anticuados.
La tradicional búsqueda de “una aguja en un pajar” ha pasado a un segundo plano y hoy las organizaciones buscan información específica en “océanos de agujas”. Una nueva forma de entender el análisis de fuentes abiertas, donde la inteligencia artificial y los procesos automatizados se vuelven indispensables atendiendo al volumen de información que manejamos actualmente. Ahora toca superar las principales barreras que dificultan la adaptación a este nuevo escenario, para empezar la inercia a la que estamos acostumbrados y el miedo que siempre enfrentamos ante lo desconocido.
En los últimos años se ha experimentado un boom en lo que respecta al uso de fuentes abiertas, tanto en el sector público como en el ámbito privado. Muchas universidades y empresas cuentan ya con sus laboratorios o unidades OSINT, integradas por analistas de inteligencia altamente cualificados en el uso de estos procedimientos. En una época como la que nos ha tocado vivir, donde los niveles de proliferación en cuanto a desinformación no han tenido precedentes, contar con las capacidades que ofrece el análisis de fuentes abiertas a la hora de extraer la información y contrastarla se ha convertido en una necesidad que no debemos ignorar.
Como conclusión, debemos ser conscientes de que el análisis de fuentes abiertas no esconde la fórmula para resolver todos los desafíos asociados al entorno de la información, pero sí se erige en una herramienta de incalculable valor para explotar todo el potencial que podemos extraer de este tipo de inteligencia.
Quedémonos, para finalizar, con una frase de Samuel V. Wilson, antiguo director de la Agencia de Inteligencia de Defensa estadounidense:
“El 90% de la inteligencia en internet procede de fuentes abiertas. El otro 10%, el trabajo clandestino, es algo más dramático. El verdadero héroe de inteligencia es Sherlock Holmes, no James Bond.”
No hay ningún comentario