El 5º aniversario de los acuerdos alcanzados en Minsk (2015) se ha visto empañado por una nueva escalada de tensión entre la los rebeldes prorrusos de la autoproclamada República de Luhansk y las fuerzas ucranianas. A la muerte de un soldado ucraniano durante el intercambio de disparos entre los dos bandos, le ha seguido el esperado cruce de acusaciones y comunicados por ambas partes.
El incidente y el momento en que se ha producido no contribuye precisamente a estabilizar la situación y dificulta el compromiso fijado por la comunidad internacional de cara a implementar completamente el alto el fuego entre las partes. Recordemos que el Protocolo de Minsk y el memorandum resultante , constituyen el único marco acordado para una solución negociada y pacífica del conflicto en el este de Ucrania.
Estos hechos proyectan una preocupante sombra sobre las palabras de la Secretaria General Adjunta de Asuntos Políticos y de Consolidación de la Paz, Rosemary DiCarlo, que en recientes declaraciones reafirmaba el fuerte respaldo de la ONU en la búsqueda de una solución pacífica y solicitaba una revitalización de los esfuerzos en la cuestión ucraniana.
Los inquietantes informes relativos a violaciones sistemáticas del alto el fuego, que hasta hace escasas veinticuatro horas preocupaban profundamente a muchos de los implicados, se han visto confirmados. El conflicto armado está ahí y continua cobrándose vidas, dejando heridos, restringiendo libertades e impactando negativamente sobre los derechos humanos básicos. DiCarlo se mostraba especialmente preocupada por el impacto sobre la población civil con unas cifras que ya alcanzan los 3,4 millones de personas, incluidos ancianos, discapacitados y niños, necesitados de asistencia humanitaria y servicios de protección especiales.
El acceso humanitario y la protección de los civiles constituyen desafíos cotidianos. Las infraestructuras educativas y sanitarias se están viendo severamente afectadas por el conflicto. Un panorama preocupante si tenemos en cuenta que el Plan de Respuesta Humanitaria para 2019 continúa sin fondos suficientes y previsto para 2020 requiere 158 millones de dólares.
Ucrania: vértice geopolítico
Ucrania ha desempeñado durante mucho tiempo un papel relevante, en ocasiones desapercibido, en materia de seguridad global. Actualmente el país se encuentra en el foco de una renovada rivalidad entre las grandes potencias que, según algunos analistas, dominará las relaciones internacionales en las próximas décadas.
Los motivos son varios. De un lado, la agresión rusa ha desencadenado la mayor crisis de seguridad en Europa desde la Guerra Fría. Del otro, encontramos que Estados Unidos y sus aliados han tomado importantes acciones punitivas contra Rusia, y sin embargo apenas han avanzado en lo que a restaurar la integridad territorial ucraniana respecta.
Recientemente, los ucranianos han manifestado en las urnas su clara intención de europeista, sin embargo la corrupción generalizada en el corazón de su administración y las profundas divisiones regionales no han facilitado las cosas.
Para comprender tenemos que remontarnos a aquellos momentos en los que Ucrania era piedra angular de la desaparecida URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Después de Rusia, Ucrania se erigía en el territorio más poblado y poderoso de las 15 repúblicas que componían el Estado Federal socialista. Su producción agrícola, industrial y militar resultaron fundamentales para una URSS que no pudo soportar el golpe de gracia que supuso la Declaración de Independencia ucraniana en 1991.
Durante estos casi 30 años, Ucrania se ha empleado en andar su propio camino. Uno cada vez más alejado de Rusia y más alineado con las instituciones occidentales, incluyendo la UE y la OTAN. Esos esfuerzos han sido lastrados por la profunda división interna que fractura el país. Por un lado aquellos ciudadanos de habla ucraniana y con un sentimiento nacionalista, concentrados en la parte occidental del país. De otro, los habitantes situados al este, donde se habla mayoritariamente ruso y se añora el abrazo del Kremlin.
Con este pasado a sus espaldas y ese cisma profundamente hundido en el corazón de la población, Ucrania se convirtió en 2014 en escenario de conflicto cuando Rusia anexionó Crimea y comenzó a armar e incitar a los separatistas en la región de Donbas, al sureste del país. Recordemos que desde la 2ª Guerra Mundial ningún estado europeo había anexionado parte del territorio de otro.
Profundos lazos culturales, económicos y políticos, y en gran medida la percepción rusa de que Ucrania constituye una parte fundamental de su identidad y de la visión que Rusia tiene de sí misma en el mapa. Todos ellos son poderosos factores que han llevado a Rusia a mover ficha, a los que podríamos sumar: el ver Kiev como «la madre de las ciudades rusas»; la diáspora rusa que llevo a más de 8 millones de rusos étnicos a vivir en territorio ucraniano (pretexto usado por Rusia para defender a «su población» en otro territorio); la aproximación ucraniana a la órbita occidental; o unos vínculos comerciales que se han debilitado en los últimos años (afectando a la posición de Rusia como mayor socio comercial de Ucrania).
A pesar de ello, los expertos no parecen ponerse de acuerdo en cuanto a las motivaciones que impulsaron los movimientos de Rusia. Hay quien apunta a que la incorporación a la OTAN de las antiguas repúblicas bálticas (Estonia, Letonia y Lituania) y la intención de hacer lo mismo con Ucrania y Georgia fueron la yesca. El propio Putin, semanas previas a la cumbre de la OTAN de 2008, advirtió de que esos pasos «serían considerados un acto hostil contra Rusia» y meses después Rusia entro en guerra con Georgia.
El detonante de la crisis llegaría a finales de 2013, cuando el entonces presidente Yanukovich, presuntamente bajo presión rusa, desechó los planes para formalizar una relación económica más estrecha con la UE. Paralelamente Rusia presionaba a Ucrania para que se uniera al proyecto de la Unión Económica Euroasiática (2015). Gran parte de la población percibió esta decisión como una traición fruto de un gobierno profundamente corrupto, y se produjeron protestas que se extendieron por todo el país. Una oportunidad que Putin no iba a desaprovechar. Tildo las protestas y la salida de Yanukovich de «golpe de estado» respaldado por Occidente, y ordenó una invasión encubierta que posteriormente justificaría como operación de rescate.
Los expertos apuntan a que los objetivos de Rusia en Ucrania obedecen a unas ansias desmesuradas por recuperar el antiguo poder y prestigio rusos. Al hacerse con Crimea, Rusia ha incrementado su nivel estratégico en su proyección mediterránea, hacia Oriente Medio y al norte de África. De momento y mientras estrecha lazos con Turquía, Rusia parece interesada en fomentar la inestabilidad en la región hasta que los vientos sean plenamente favorables y pueda consolidar su posición en Dombas.
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