Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
Para el estudio de tan importante acontecimiento bélico vamos a basarnos, fundamentalmente, en el trabajo realizado por Justiniano Rodríguez Fernández[1], en su biografía de Ramiro II.
Después de haber sometido a navarros y zaragozanos, solo le restaba a Abd al Rahman III derrotar a Ramiro II, quien una y otra vez (Madrid, Osma o Hacinas) había conseguido vencer a sus tropas e incluso había llegado a liderar una gran coalición contra él. Para ello, en el año 939, recluta un grandísimo ejército con el que parte el 29 de Junio en dirección al Norte.
Poco antes de salir a campaña, se produjeron ciertos accidentes en tierras cristianas, reflejados en las crónicas como que el día uno de junio, precisamente sábado, y a la hora de nona, un fenómeno excepcional había llevado el espanto y la tragedia a los más diversos puntos de la geografía cristiana. Una gran llama, saliendo del mar, incendió las villas y lugares abrasando a hombres y bestias. Dentro del mar los peñascos quedaron calcinados, y los incendios prendieron en un barrio de Zamora y en Carrión y Castrogeriz. Más de cien casas perecieron por el fuego en Burgos, ocasionando asimismo grandes estragos en diversas ciudades[2]. Estos acontecimientos, así como el eclipse de sol producido el día 19, sembraron de inquietud a propios y fueron identificados como signos positivos por los extraños.
Para valorar la fortaleza aparente de este ejército, recurrimos a dos citas del texto que nos sirve de base; una de ellas apunta que Más de cien mil combatientes…aguardaron por algunos días la orden de marcha. Y en otro momento se dice Dios otorgó la victoria a nuestro rey (Ramiro) .con la destrucción de ochenta mil enemigos[3]. No obstante, dada la tendencia de los cronistas de la época a estimar de forma exagerada los efectivos de los ejércitos, así como las grandes dificultades que supondría atender a las necesidades logísticas de un ejército de tal entidad, es preciso tomar con cautela tan abultadas cifras de combatientes. En cualquier caso, en este contingente formaban fuerzas de Zaragoza al mando del antiguo aliado de Ramiro, Aboiahia.
En cuanto a la calidad de estas fuerzas, tenemos indicios de ciertos problemas tanto de instrucción como de moral. En cuanto a lo primero, Levi-Provençal cita al historiador granadino Ibn al-Khatib, el cual escribió que Abd al-Rahmán concibió en esta ocasión un proyecto militar de proporciones insólitas, y así en lo pretencioso del nombre que le impuso —campaña del poder supremo— como en el apresuramiento con que se realizó la movilización de la gente de guerra, vino a patentizarse que el monarca cordobés se dejó llevar de la ofuscación de un pronto desquite y del desprecio de los posible medios de su contrario el rey leonés. Los efectivos no fueron bien encuadrados, y tal vez a la insuficiente preparación de los soldados se sumó la improvisación de gran parte de los mandos, de que vendría a resultar un conjunto deficientemente cohesionado y mal dirigido[4].
Pero si la calidad de sus fuerzas no era todo lo buena que cabría desear, ésta llevaba en su seno el germen de la traición. De la misma forma que Rodrigo se vio abandonado en Guadalete por los hijos de Vitiza, o las huestes del presunto Mahdi Ahmad, lo fueron en 901 en la batalla de Zamora por el caudillo extremeño Zu al Ibn Yais, también en este caso Abd al Rahman iba a sufrir la defección de sus más altos dignatarios.
El califa había ido mermando los privilegios de la nobleza introduciendo en los cargos públicos a numerosos mawlas o eslavos en tanto que llevó a los cuadros del ejército regular considerables grupos de beréberes y muladíes. Esta política hubo de provocar en la nobleza árabe un descontento profundo, y a esta razón carga Dozy la explicación del inmenso desastre musulmán en Simancas y Alhandega (Albendiego). En opinión del eminente orientalista holandés, la influencia alcanzada por los eslavos en la administración civil y en el ejército hizo retraer la colaboración de la nobleza en tal manera que, sin dejar traslucir su conjura, resolvieron dejarse vencer en el encuentro proyectado contra el rey leonés[5]. En este ambiente de disconformidad, el mando del ejército había sido entregado a Nadjda, un eslavo, lo que colmó de irritación a la oficialidad árabe la cual juró que el califa había de expiar con una vergonzosa derrota su menosprecio de la antigua nobleza[6]
Con este gran, pero como vemos, minado ejército, partió de Córdoba a finales de Junio. A Toledo arribaron el 14 de Julio y, tras una permanencia de seis días continuaron su camino hacia el Norte. Para ello siguieron el cauce del río Guadarrama hasta cruzar la sierra de su nombre, para por Olmedo, llegar a Tordesillas donde cruzaron el Duero, dirigiéndose a Simancas por su margen derecha.
Situada ésta en un pequeño cerro cerca de la confluencia del Pisuerga y el Duero, junto a las aguas del primero, había sido ocupada en tiempos de Alfonso III, formando parte junto a Zamora, Toro y Dueñas, del conjunto de fortalezas que defendían la importante línea del Duero. Este fue el escenario donde Ramiro decidió presentar batalla al califa.
Sobre los efectivos cristianos ninguna fuente aporta datos, sabiendo solamente que en ella se integraban Ramiro y sus condes congregados con sus huestes, a saber, Fernán González, Asur Fernández y gran muchedumbre de combatientes.[7] Así mismo tanto dicho autor, como Dozy hacen mención de la presencia de fuerzas navarras, lo que implica que la reina Toda habría roto el pacto por el que, dos años antes, reconoció como señor a Abd al Rahman.
No disponemos de ningún relato pormenorizado sobre el desarrollo de la batalla, la cual hemos de recomponer a base de detalles apuntados de forma aislada por los diferentes cronistas. Así, sabemos que Ramiro esperó a las huestes musulmanas en el llano que hay entre la ciudad y el Pisuerga[8], de forma que la primera deducción que obtenemos es que sus fuerzas estaban descansadas, en tanto que las enemigas sufrirían los efectos del largo camino recorrido desde Córdoba.
Rodríguez Fernández[9] nos dice que las fuerzas de Abd al Rahman llegaron a la fortaleza del Portillo, la cual plantó cara a los invasores, el día 2 de Agosto. Teniendo en cuenta que esta fortaleza estaba situada a unos 30 km al Este de Tordesillas, lugar por donde cruzaron el Duero, y que aún habrían de recorrer otros 20 km hasta llegar a Simancas, no es probable que llegaran al escenario de la batalla antes del día 5. Así mismo, parece que ésta se desarrolló entre los días 6, 7 y 8, lo que implica que las fuerzas musulmanas entraron en combate sin tiempo suficiente para estudiar el terreno donde se iba a producir la batalla, sin conocer exactamente el dispositivo enemigo y sin dar el necesario descanso a unas fuerzas que, además del recorrido desde Córdoba, habían realizado una marcha de 50 km en dos días y entraron en combate al día siguiente.
Otro dato que se desprende de la difusa información disponible es la preponderancia de las fuerzas de caballería en la confrontación y la superioridad de las cristianas, de algún modo más potente que la musulmana, más ligera y resentida del largo camino recorrido. Así mismo, son reiteradas las alusiones a la muerte de 3000 musulmanes en un solo día, entre los que podría contarse el propio general Nadjda y resultando prisionero el antiguo aliado de Ramiro, el gobernador de Zaragoza, Aboiahia.
Así mismo, en algún momento de la batalla se produjo la defección de una parte de sus fuerzas, recogida en la propia crónica oficial de Al-Nasir, la cual nos dice: Fue evidente aquel día la hipocresía de algunos notables militares que, rencorosos contra el sultán, rompieron las filas e iniciaron la desbandada, atrayendo a los musulmanes la derrota y perdiéndolos. El primero y más destacado de ellos fue el traidor Furtún ben Muhammad ben Tawil quien, en el paroxismo del combate, reprendió a gritos al caíd de Al-Nasir, Najda ben Husayn con perverso contento por lo tramado, diciéndole: “Abú Walid, ¿podrás nuevamente hacer daño al ejército?”. Y dando su grito de guerra, huyó pensando volver al lugar de donde ya fuera desalojado, mas Al-Nasir lo alcanzó con un mensajero que mandó tras él, con órdenes de detenerlo, el cual se le adelantó en su huida y lo trajo de vuelta preso, siendo rápidamente crucificado a la puerta de palacio el día en que volvió el califa a Córdoba de esta campaña. Fue un escarmiento, con que se desquitó y asimismo crucificó a varios de sus iguales, que habían hecho lo mismo y a los que no perdonó el tropiezo[10].
Continuando con el relato que de la batalla hace Rodríguez Fernández, nos dice que al final del tercer día de combate, y que al final del último decidieron poner fin a la lucha. Marchando en dirección Este, el camino escogido para el regreso siguió el itinerario siguiente[11]: Pico de la Mambla, Roa, Riaza y Albendiego.
Fiel a la ya tradicional táctica cristiana, que tan brillantes triunfos le había proporcionado en el pasado, tal como hemos patentizado en la nota 4, Ramiro debió perseguir a las fuerzas musulmanas en retirada, a la espera del momento y lugar propicio para repetir un nuevo desenlace como el de Lutos. La ocasión se presentó en Albendiego, ya relativamente próxima (unos 25 km al Oeste) a Atienza (Guadalajara).
En recorrer este camino, de unos 160 km de longitud, emplearon 15 días, es decir, una media de 10 km diarios, lo que implica que su impedimenta y sus heridos les obligarían a una marcha lenta, o bien que habrían de adoptar muchas precauciones para evitar los ataques cristianos, o lo que puede ser más probable, que hubieran de atender a todas estas circunstancias a la vez.
También es posible que al llegar a la zona de nadie donde se encontraba Albendiego, relajaran sus medidas de seguridad, momento que, combinado con las favorables condiciones del terreno, aprovecharon las fuerzas cristianas para atacarle. Dice el relato de Isa ben Futays que al medio de la jornada que había de terminar en Atienza encontró un jaral impenetrable a un solo cuerpo y del que débilmente se desembarazaría uno yendo sin impedimenta y sin que se lo estorbaran, llegando luego a abruptos barrancos, tremendos precipicios y escarpados tajos, que los infieles conocían y adonde se llegaron lanzando sus jinetes contra la zaga del ejército. Tuvo lugar un combate en que perdieron cierto número de paladines y esforzados hombres, que de haber sido en donde pudieran verse los dos bandos, habría sido causa de su derrota, mas confiaban en la aspereza y esperaron a que se adelantaran los combatientes y se agolpasen las unidades pesadas[12]
El volumen de bajas debió ser muy grande, hasta el punto de aniquilar los restos del gran ejército que salió de Córdoba dos meses antes, e incluso de poner en peligro la propia vida del Califa que pudo salvarse a duras penas, escoltado sólo por 49 hombres.
CONSIDERACIONES FINALES
Esta gran victoria, permitió a Ramiro II dar un nuevo salto adelante en el engrandecimiento de su reino y rebasar la mítica línea del Duero alcanzada en tiempos de Alfonso III, hacía ya más de cuarenta años. Así poco tiempo después de la victoria de Simancas, antes de los primeros fríos del otoño, salía hacia la ribera del Tormes en misión de seguridad y vigilancia un buen destacamento militar al que seguirían, con miras de asiento repoblador, numerosos grupos integrados por gentes de diversa procedencia y condición[13]
De esta forma se avanzó la frontera de León hasta una línea definida por las Sierras de Gata, Peña de Francia y Gredos, de forma que acogiendo el valle del Río Tormes, se asomara al del Tajo, enlazando así con la línea del Mondego ya alcanzada también en tiempos de Alfonso III. Aparece así Salamanca como el centro administrativo y político de esta acción repobladora donde se asientan núcleos de población tales como: Vitigudino y Guadramiro, a unos 50 km al Oeste de Salamanca; Ledesma, a unos 25 km, también al oeste de la misma, sobre el río Tormes; o Cordobilla y Baños, al sur de dicha ciudad de referencia, como avanzadillas sobre la Sierra de Gredos, para mirar de cerca la ya próxima línea del Tajo.
Pero, a la vez que inicia este movimiento expansivo, Ramiro ofrece al califa, a través de intermediarios como el propio Aboiahia, a quien retiene prisionero desde la batalla de Simancas, el llevar a cabo un tratado de paz, apoyándose en la posición de fuerza obtenida tras su reciente victoria. Las conversaciones transcurren entre el 940 y 941, hasta que en Agosto de este último año se firma el tratado, y como consecuencia del cual se pone en libertad al gobernador de Zaragoza, a la vez que Ramiro, devuelve a Abd al Rahman III, el Corán perdido por éste en la batalla de Simancas.
Sin embargo, salvo el avance territorial relatado más arriba, se inicia para León una época de once años de duración en la que los problemas interiores, personalizados en el problema independentista castellano, así como la actitud de la monarquía navarra, apartada ahora de la tradicional alianza con el rey leonés,[14] propiciaron una actitud defensiva durante la cual la iniciativa pasó al califa cordobés, cosechando una serie de derrotas que, si bien no fueron de tanta importancia como para inquietar la integridad del reino leonés, si fueron suficientes para afirmar la hegemonía musulmana durante este período.
Los reinos cristianos del Norte tuvieron una gran oportunidad en Simancas, pero quizás más de doscientos años de luchas, jalonadas de notables éxitos como Covadonga, Roncesvalles, Lutos, Albelda o Polvoraria, habían agotado momentáneamente su impulso ofensivo. La coincidencia con un poder fuerte en Al Ándalus, como el personificado por Abd al Rahmán III, fue la culminación de este proceso que aún habrá de sufrir una dura prueba cuando a Almanzor alcance el poder unos años más tarde.
Por lo que respecta a Al-Nasir, quedó abrumado por su fracaso en esta campaña, manteniéndose a partir de entonces en Córdoba sin dejarse ver por el pueblo, y desde luego no volvió a ponerse al frente de su ejército en ninguna aceifa. Dedicado al cultivo de las letras, al embellecimiento de su mezquita mayor con la construcción del nuevo alminar y la obras de la fachada que daba al patio de los naranjos y sobre todo, con la construcción de la suntuosa ciudad palacio de Madinat al Zahra, transcurrió el resto de su vida, hasta que le llegó la muerte el 16 de Octubre del 961 a los setenta años de edad y cuarenta y nueve de reinado.
Así mismo, de esta gran derrota sacó como lección el no emplear, en adelante, grandes contingente de hombres procedentes de leva y voluntariado, por las grandes dificultades de índole logística que ello imponía, planeando salir solo con sus servidores y mercenarios, apoyados por selectos escuadrones, de gran movilidad y probada eficacia.
Por otra parte, aquella era una época de oportunidades para los más audaces. Así, reinados breves y débiles propiciaron el que caudillos locales, como los condes de Castilla, alejados del poder central y bregados en una lucha permanente contra los musulmanes, forjasen unos territorios con personalidad propia que, al menos por el momento, pusieron al servicio de sus personales intereses restando los esfuerzos que se necesitaban para la lucha principal que debía ser contra el musulmán.
[1] RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Justiniano; Corona de España. Reyes de León. Ramiro II. Ed. La Olmeda SA. Burgos, 1998, Vol. XXIX, capítulo V.
[2] Ibidem, p.64.
[3] Ibidem, pp. 63 y 68.
[4] Ibidem, p. 62
[5] Ibidem, p. 62.
[6] DOZY Reinhart P.: Historia de los musulmanes de España. Ed. Turner. Madrid, 2004. Vol. III-IV. p.48.
[7] RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Justiniano; Corona de España. Reyes de León. Ramiro II. Ed. La Olmeda SA. Burgos, 1998, Vol. XXIX, p. 68..
[8] Ibidem, p. 72
[9] Ibidem, p.72
[10] Ibidem, p. 80 y 81.
[11] ABC. Gran Atlas de carreteras de España y Portugal. Editorial Planeta. Hojas 108, 109 y 128.
[12] RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Justiniano; Corona de España. Reyes de León. Ramiro II. Ed. La Olmeda SA. Burgos, 1998, Vol. XXIX, p. 78.
[13] RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Justiniano; Corona de España. Reyes de León. Ramiro II. Ed. La Olmeda SA. Burgos, 1998, Vol. XXIX, p. 93.
[14] Ibidem, pp. 238 y 239.
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