Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
Desde hacía meses los generales O’Donnell, Ros de Olano, Messina y Dulce, estaban conspirando contra D. Luis José Sartorius, conde de San Luis, que ocupaba la presidencia del Consejo de Ministros desde el 18 de Septiembre de 1853.
O’Donnell, cabeza principal de la misma, era un liberal moderado, lo que entonces se llamaba un puritano, que más tarde fundaría la Unión Liberal.
O’Donnell quiso adelantarse a la revolución progresista-demócrata, para lo cual estaba dispuesto a pactar con los progresistas siempre que éstos se mostrasen conformes en garantizar el orden y a aceptar el turno normal entre partidos en el gobierno.
Conocedor Sartorius de la conspiración, destinó al general Concha (que al parecer no estaba implicado en ella) a Baleares y a O’Donnel a Canarias. El primero escapó Francia y en cuanto al segundo, dado que el pronunciamiento no estaba aún suficientemente preparado y que tampoco se planteaba marchar al destino impuesto, se ocultó en varias casas entre las que se encontraban la del Marqués de la Vega de Armijo y la de Fernández de los Ríos, sin que el gobierno pudiera encontrarle.
En estas condiciones preparó el pronunciamiento en combinación con el general Espartero, que se encontraba retirado en Logroño.
La primera manifestación del mismo fue la protagonizada por el brigadier Hore el día 21 de Febrero en Zaragoza, al frente del Regimiento Córdoba. Abortado posiblemente por una delación, fue reprimido con dureza, pagando su promotor con la vida.
La fecha señalada para el pronunciamiento en Madrid fue el 13 de Junio, día en la que el general O’Donnell acompañado del Marqués de la Vega y Armijo, a los que se unió más tarde el coronel Ustáriz, se trasladaron a Canillejas, por entonces una población cercana a Madrid, situada sobre la carretera de Alcalá de Henares. Sin embargo las tropas comprometidas no aparecieron, por lo que tras varias horas de espera, tuvieron que regresar a Madrid, sin que afortunadamente nadie sospechara por la presencia del general en aquellos lugares.
Las razones por las cuales las tropas comprometidas no acudieron a Canillejas nos son desconocidas, pero lo cierto fue que a las cuatro y media de la mañana de ese día, todas las fuerzas de caballería á las órdenes de Dulce, simulaban hacer instrucción en el «Campo de Guardias»[1] dispuestas a seguir a su jefe donde quiera que las condujese, al tiempo que el brigadier D. Rafael Echagüe, coronel del Regimiento del Príncipe, ocupaba los alrededores de la Puerta de Alcalá simulando también hacer instrucción. Asimismo, otras unidades se hallaban dispuestas a seguir a O’Donnell.
Es posible que en el último momento hubiera alguna defección del género de la que causó el fracaso de Hore en Zaragoza. Lo cierto es que a las ocho de la mañana, todas las unidades volvieron a sus cuarteles como si no hubiesen pensado en pronunciarse.
Entre los días 13 y 28 de Junio, el gobierno quizás por casualidad o porque sospechase de la lealtad de las unidades comprometidas, desmembró el Regimiento del Príncipe, dejando tan solo un batallón en Madrid. Asimismo, un regimiento de caballería había recibido orden de pasar a Alcalá, y era de temer que no tardasen en dispersarse las demás fuerzas. Como el último batallón del regimiento que mandaba Echagüe recibió orden de salir el 28, se decidió no esperar más, y se escogió ese día para realizar irrevocablemente la sublevación.
Inicialmente se pensó en la conveniencia de verificar el alzamiento en Madrid; pero hacerlo así era privarse del recurso de esperar o retirarse con las armas en la mano, y además era ensangrentar las calles de la capital, exponer la población á los horrores de una lucha intestina, y los autores del movimiento querían antes de todo ahorrar víctimas[2].
En la noche del 27 al 28 de Junio, tres regimientos de caballería y el batallón que permanecía a las órdenes inmediatas de Echagüe (unos 2.000 hombres en total) se reunieron en el Campo de Guardias. Puesto que no acudieron las demás fuerzas conjuradas[3], las concentradas se dispusieron a partir.
Al llegar a Canillejas la columna hizo alto y formó en cuadro. El general O’Donnell, rodeado de los generales Dulce, Ros de Olano y Messina, se situó en medio del mismo y arengó a los soldados. Sus palabras fueron acogidas con aclamaciones[4]. La columna continuó su marcha hacia Alcalá de Henares, donde incorporó a la misma a los reclutas que se encontraban en esta ciudad. Incrementados sus efectivos con estas nuevas fuerzas, regresó a Madrid, situando sus vanguardias «a tiro de bala de Madrid».
Mientras tanto, el Conde de San Luis hizo regresar a Isabel II desde El Escorial y el día 29 proclamó el estado de guerra. Por la tarde, en el Paseo del Prado, se celebró una impresionante revista militar, y a continuación, el ministro de la Guerra, general Blaser, tomó el mando de las fuerzas leales, evaluadas en unos 4500 infantes y artilleros[5], y se dirigió a los cerros de Vicálvaro para cubrir los accesos a Madrid.
El plan de O’Donnell consistía en atraer a las fuerzas enemiga a la llanura que se extiende a la izquierda del pueblo, de modo que la caballería pudiera rodearlos impidiéndoles la retirada, maniobra con la que esperaba obtener la victoria.
Sin embargo, al parecer, el general Dulce, arrastrado quizás por el deseo de una pronta victoria, inició la acción de modo que la artillería gubernamental pudo permanecer protegida por una especie de arroyo que no pudo cruzar la caballería.
Fuese lo que fuese, vimos a O’Donnell dar precipitadamente la orden de que avanzaran todos los escuadrones, cuidando, añadió, de que vayan por el camino para que no sufran las mieses (…) como prueba de su presencia de ánimo, de su moderación y de su interés por los dueños de los campos, que pocos días después se le acusó de atravesar, sembrando en ellos la desolación.[6]
La caballería de O’Donnell intentó varias cargas y movimientos envolventes, pero Blazer no se dejó engañar, por lo que los atacantes desistieron. El combate finalizó en tablas, retirándose ambas fuerzas; los gubernamentales a sus cuarteles de Madrid, y las de O’Donnell, por la carretera de Andalucía en dirección a Aranjuez. O’Donnell no quiso decidir la jornada cuando varias unidades de Infantería gubernamental iniciaron, al retirarse, un tiroteo contra sus compañeros, mientras el inspector general de Infantería, general Fernández de Córdova, se negaba a entrar en combate. El general O’Donnell estableció su cuartel general en las inmediaciones de Manzanares.
Mientras tanto, Antonio Cánovas del Castillo redactaba el denominado «Manifiesto de Manzanares», que firmó O’Donnell, que conseguiría, con su enorme impacto, la victoria que no lograron las armas en las lomas de Vicálvaro[7]. El manifiesto rezaba así:
La entusiasta acogida que va encontrando en los pueblos el ejército liberal; el esfuerzo de los soldados que lo componen, tan heroicamente mostrado en los campos de Vicálvaro; el aplauso con que en todas partes ha sido recibida la noticia de nuestro patriótico alzamiento, aseguran desde ahora el triunfo de la libertad y de las leyes, que hemos jurado defender.
Dentro de pocos días, la mayor parte de las provincias habrá sacudido el yugo de los tiranos; el Ejército entero habrá venido a ponerse bajo nuestras banderas, que son las leales; la nación disfrutará los beneficios del régimen representativo, por el cual ha derramado hasta ahora tanta sangre inútil y ha soportado tan costosos sacrificios. Día es, pues, de decir lo que estamos resueltos a hacer en el de la victoria. Nosotros queremos la conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre: queremos la práctica rigurosa de las leyes fundamentales, mejorándolas, sobre todo la electoral y la de imprenta; queremos la rebaja de los impuestos, fundada en una estricta economía; queremos que se respeten en los empleos militares y civiles la antigüedad y los merecimientos; queremos arrancar los pueblos a la centralización que los devora, dándoles la independencia local necesaria para que conserven y aumenten sus intereses propios; y como garantía de todo esto, queremos y plantearemos bajo sólidas bases la Milicia Nacional. Tales son nuestros intentos, que expresamos francamente, sin imponérselos por eso a la nación. Las juntas de gobierno que deben irse constituyendo en las provincias libres; las Cortes generales que luego se reúnan; la misma nación, en fin, fijará las bases definitivas de la regeneración liberal a que aspiramos. Nosotros tenemos consagradas a la voluntad nacional nuestras espadas, y no las envainaremos hasta que esté cumplida.
Cuartel general de Manzanares, a 6 de Julio de 1854. El general en jefe del ejército constitucional, Leopoldo O’Donnell, Conde de Lucena.
Aún cuando el general Blaser mostró su predisposición para salir en persecución de los rebeldes, se produjeron sublevaciones en Barcelona, Zaragoza, Valencia, Valladolid y Madrid. Hay versiones que ligan estos pronunciamientos con el «Manifiesto de Manzanares», pero según Comellas[8], éstos estallaron antes de que fuera conocido en ellas el texto de Cánovas, y, que la rebelión en Madrid se produjo al conocerse la noticia de las anteriores sublevaciones.
La reina trató de resolver la situación ofreciendo el gobierno al general Fernando Fernández de Córdova, que no lo aceptó, y ante los desórdenes que se estaban produciendo en Madrid, y que según la Cierva provocaron 200 muertos, dirigió a Espartero una carta ofreciéndole la jefatura del gobierno.
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[1] Cerca de la actual calle de Bravo Murillo.
[2] CASTILLO, Rafael del: Historia de la vida militar y política del Excmo. Sr. Capitán General D. Leopoldo O’Donnell. Ed. Jesús Gracia. Vitoria 1860. p, 304.
[3] El Regimiento de Extremadura y el de la Reina Gobernadora estaban dispuestos a secundar el levantamiento, pero no acudieron a la concentración.
[4] Tan solo un miembro de aquellas unidades pidió permiso para retirarse con su hijo. Los generales lo aceptaron y le ofrecieron una escolta para que pudiese volver con seguridad a Madrid.
[5] CIERVA, Ricardo de la: Historia militar de España. Vol. 7. Ed. Planeta. Barcelona 1984. p 253.
[6] CASTILLO, Rafael del: Historia de la vida militar y política del Excmo. Sr. Capitán General D. Leopoldo O’Donnell. Ed. Jesús Gracia. Vitoria 1860. p, 403.
[7] CIERVA, Ricardo de la: Historia militar de España. Vol. 7. Ed. Planeta. Barcelona 1984. p 255.
[8] COMELLAS, José Luis: Isabel II, una reina y un reinado. Ed. Ariel. Barcelona 2004. p 213.
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