Agustín Alcázar Segura/ Madrid.
General de Brigada. DEM.

En la calurosa tarde del 23 de junio salí a dar un paseo con mi mujer. Al levantar la vista veía ondear en balcones y ventanas multitud de banderas españolas, de las roja y amarilla, no de las moradas republicanas

Así mismo me cruzaba con multitud de personas de todo sexo y edad, envueltos en la bandera de España, embutidos en camisetas rojas con el escudo nacional en el pecho y los colores nacionales pintados en la cara; insisto los rojo y amarillo. Al mismo tiempo escuchaba a grupos de jóvenes que cantaban ¡Yo soy español, español, español..!

Más tarde me encontraba en una cafetería y vi en la televisión que estaban jugando las selecciones nacionales de España y Francia. De pronto un grito de júbilo ensordeció la sala. España había marcado un gol y todo el mundo se abrazaba, gritaba y proclamaba su nombre con un orgullo inusitado. ¡Qué satisfacción más grande! No es fácil observar en este país una explosión de patriotismo tan inmensa y tan unánime.

No obstante, algo empequeñece mi ánimo el contemplar que esa explosión de júbilo no sea por sentirnos orgullosos de pertenecer a una nación que fue la primera de Europa en constituirse como Estado; que descubrió y conquistó América; que dio al mundo un Siglo de Oro de las artes y las letras; que venció en Lepanto a la mejor armada del mundo de entonces; que fue el centro de un imperio en el que nunca se ocultaba el sol; que es madre de veintitrés naciones; que ha difundido su idioma entre 450 millones de hispano-parlantes, y que aún en época de vacas flacas es la potencia económica número 15 entre 198 países.

Pero no, nuestro orgullo nacional no se manifiesta por esos motivos, sino porque la selección de fútbol obtiene los máximos triunfos. No es el ideal, pero veámoslo por el lado bueno, ya que Dios escribe derecho con renglones torcidos, y a lo mejor es el comienzo de esa recuperación nacional que todos deseamos.

Deseemos suerte a nuestra Selección esta noche contra Portugal.