Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
Entre los años 640 y el 642, los árabes conquistaron Egipto. Casi inmediatamente después se efectuaron expediciones a lo largo de la costa, hasta Cirenaica y Tripolitania, fundando en el 670 la ciudad de Qayrawan en Túnez. En el año 698, expulsaron a los bizantinos Cartago, y poco después del 700, empezaron a penetrar en el actual Marruecos. Entre los años 704 al 707, llegaron hasta Tánger, capturando Ceuta en el 709. En el 708, Müsa es nombrado gobernador independiente de Ifriqiya (Túnez) y directamente responsable ante el califa de Damasco.
Según Miranda Calvo, que se apoya a su vez en las obras de Simonet y Saavedra, “Historia de los mozárabes en España” y “Estudio sobre la invasión de los árabes en España”, respectivamente, la invasión de la Península en el año 711, estuvo precedida por dos acciones exploratorias: una en el año 709 y otra en el 710.
De muy dudosa justificación la primera, si hay plena coincidencia entre todos los historiadores es en la realización de la segunda. En todo caso, estas incursiones estuvieron basadas en la petición de ayuda hecha a los musulmanes por los representantes de los hijos de Vitiza (penúltimo rey visigodo) de acuerdo con el Conde don Julián, gobernador de Ceuta, con la finalidad de apoyar un posible levantamiento en la zona sur de la Península, donde existían decididos partidarios e su causa.
Para ello, Tarik consultó a su jefe Müsa y éste al califa, quien le aconsejó que realizase una acción de exploración para comprobar si las promesas de don Julián y de los partidarios de los hijos de Vitiza, tenían consistencia. La incursión se efectuó en Julio del 710, fecha en la que Rodrigo ya había tomado posesión del reino y en la que los hijos de Vitiza y sus partidarios habían protagonizado una lamentable guerra civil.
Las fuerzas que la llevaron a cabo se cifran tradicionalmente, en unos 400 infantes y 100 jinetes al mando de Tarik Abu Zara, (un jefe beréber al que no hay que confundir con el del mismo nombre que realizó el desembarco definitivo unos meses más tarde, y del propio conde don Julián. Esta fuerza estaba compuesta por árabes de los que podríamos llamar ejército regular, y por los beréberes que prestaban servicio a don Julián.
A tenor de los antecedentes apuntados, resulta necesario destacar una serie de circunstancias, a nuestro juicio, fundamentales, como son:
- La importancia de la plaza de Ceuta, ciudad desde la que partieron los efectivos invasores.
- La asombrosa facilidad para cruzar el estrecho y desembarcar sin oposición en nuestras costas, ya que, en aquellos momentos, debería haber resultado evidente la peligrosidad de las fuerzas musulmanas, las cuales habían dado muestras indudables de no tener intención de limitar su expansión al Norte de África.
- La irresponsabilidad o el desconocimiento de la situación, por parte de la monarquía visigoda, que no situó unas fuerzas de cobertura en la zona susceptible de desembarco, en previsión de que éste se produjera.
- La indiferencia, irresponsabilidad o incompetencia de las fuerzas de guarnición (si las había) o, en su caso, susceptibles de movilizarse en las poblaciones afectadas, que no reaccionaron ante las limitadas fuerzas desembarcadas, permitiéndoles capturar un cuantioso botín, así como prisioneros.
Aceptando el hecho consumado de la imprevisión y la sorpresa, cuesta trabajo asumir que, con posterioridad, no se tomaran las debidas medidas de seguridad en previsión de que se repitiera una situación similar. Entre estas medidas resalta en primer lugar la necesidad de dotar a las plazas próximas al Estrecho de Gibraltar con unas guarniciones capaces de reaccionar contra cualquier otra tentativa de desembarco. En segundo término, parece que habría sido imprescindible el establecimiento de una flota de vigilancia que impidiera la libertad de navegación a los musulmanes. A continuación, se debería haber establecido un servicio de inteligencia que proporcionase la ineludible información sobre unos vecinos tan agresivos como aquellos. Por último, y dado el extraordinario papel que jugó la plaza de Ceuta en esta operación, podría haberse intentado su reconquista o, al menos, su neutralización como puerto de partida para otra hipotética invasión.
Aún deberían transcurrir casi nueve meses para que se produjera el desembarco definitivo, pero sin embargo, ninguna de estas medidas se adoptó, sino que, por el contrario, la situación se vio agravada. A este empeoramiento coadyuvaron, en primer lugar, la actividad de los partidarios de los hijos de Vitiza, muy numerosos en el sur peninsular, donde un hermano de éste, el famoso obispo Don Oppas, era metropolitano de Sevilla. El segundo evento al que aludimos fue el levantamiento de los vascones, apoyados, posiblemente, por tropas francas del contorno pirenaico.
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