Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
Los diez sitios sufridos por Gibraltar durante los siglos XIV y XV, debieron ser suficientes para que los gobiernos españoles se convencieran de la extraordinaria importancia que, por su posición geográfica, adquiriría en cualquier conflicto en el que la amenaza pudiera proceder del Norte de África o estuviera en cuestión la libre circulación por el Estrecho de su nombre.
Sin embargo, finalizada la Reconquista y pasado el peligro directo e inminente que la presencia de un enemigo próximo imponía, y quizás acuciados por otros problemas en Teatros de Operaciones alejados de nuestras fronteras peninsulares, una Corona siempre escasa de medios materiales, económicos y humanos, no pensó nunca que las acciones contra nuestras costas, y por tanto contra Gibraltar, pudieran ir más allá de unas agresiones puntuales, que no pondrían en peligro la integridad de nuestro territorio nacional.
Asimismo, es posible que se llegara a este convencimiento ante el relativo éxito obtenido frente a las cuatro acciones ofensivas sufridas por Gibraltar durante los siglos XVI y XVII: 1506, 1540, 1558 y 1693.
Pero el hecho de haber rechazado las acciones de los piratas no eliminó la amenaza, que de hecho permaneció hasta bien entrado el siglo XVIII. Pero, sobre todo, el desencadenamiento de la Guerra de Sucesión en los inicios de este siglo, teniendo como enemiga a la principal potencia marítima del momento, Gran Bretaña, debió ser suficiente motivo para que las autoridades españolas no descuidaran en ningún momento la seguridad de sus costas, y en particular Gibraltar, teniéndola continuamente en las mejores condiciones posibles de defensa.
Posiblemente por las mismas razones aducidas más arriba, a las que habría que unir una inexplicable falta de visión táctica, estratégica y política al estudiar los posibles puntos o zonas que podrían despertar el interés del enemigo, hicieron que al presentarse la escuadra aliada frente a Gibraltar el 2 de Agosto de 1704, su guarnición estuviese integrada tan solo por cien soldados y seis artilleros para servir las cien piezas desmontadas que había en su recinto.
De nada sirvió el valor, patriotismo y heroísmo de los pocos cientos de vecinos que se aprestaron a su defensa junto a la escasa tropa, frente a los 53 buques de guerra, 4102 cañones y más de 34.000 hombres que los atacaban.
Los ingleses, por el contrario, prevista o no la situación, al ver la plaza en poder del Príncipe de Darmstard, dedujeron inmediatamente la importancia que para ellos tendría su posesión y, prescindiendo de otras consideraciones, e importándoles poco la legalidad de su acción, plantaron su bandera en los muros e hicieron suya la presa. De esta forma, según palabras del Padre Mariana, “La bandera inglesa flota desde aquel día dentro de nuestros dominios como una afrenta a nuestra negligencia y un insulto a nuestra dignidad”.
A partir de aquel momento, despertamos de nuestro letargo y la Corona decidió su recuperación con carácter inmediato, iniciándose el undécimo sitio, en 1704. Pero en medio de nuestro ardor y nuestro entusiasmo, no dejaron de presidir nuestros actos la característica imprevisión.
Así al menos lo atestiguan las siguientes líneas escritas durante el duodécimo sitio por el General Tessé al Príncipe de Condé: “Hállome, dices, al pie de una de las columnas de Hércules, y este asedio emprendido con más firmeza y valor que recursos, hubiera tenido fin tiempo hace, si estos mismos medios estuvieran bien combinados. Pero en España, más que en ninguna otra parte, se vive solo en el presente y nadie se ocupa de los males que están encima ni por consiguiente, de evitarlos…”
Y en efecto, ¿puede darse mayor imprevisión que la de proveer con una exigua dotación de cartuchos a los que al mando del Coronel Figueroa fueron a realizar una operación tan arriesgada como la de infiltrarse por sorpresa en la Roca para atacar después la fortaleza? ¿cómo fue posible tomar la decisión de abandonar a estos soldados a sus propios recursos?
Aquella fue la mejor ocasión para recuperar la plaza, cuando el enemigo aún no había tenido tiempo de consolidar su conquista. Pero, perdida la oportunidad de recuperar la plaza que proporcionaba aquel sitio, en vano se sacrificaron hombres y medios en los dos que le siguieron, pues ofuscados por el orgullo herido, no se supo calibrar lo infructuosos que habían de resultar nuestros esfuerzos, ya que, la previsión inglesa hizo del Peñón una fortaleza casi inexpugnable tanto por tierra como por mar: Gibraltar se encontraba en permanente estado de alerta. El celo de sus jefes militares hacía que incluso en épocas de paz, cuando la relación con sus vecinos españoles era cordial, todo cañón de la plaza se encontrase cargado de manera permanente, disponiendo siempre los polvorines de cada batería de al menos cinco cargas completas por pieza. Por tanto, cuando se producía la ruptura de hostilidades con España había poco que improvisar .
De esta forma los británicos hicieron que la fortaleza natural de la Roca, reforzada con obstáculos artificiales, y unida a un eficaz sistema de fuegos, la convirtieran en un bastión inexpugnable para los ataques procedentes de tierra.
En cuanto al frente del mar, la conjunción de fuegos fue tan eficaz, que no había un solo punto dentro de su alcance, que no estuviera batido, haciendo muy crítica la situación del buque que tomasen por blanco de sus certeros disparos.
Sin embargo, a pesar de tan excelentes obras de defensa, la plaza no hubiera podido nunca bastarse a si misma, necesitando el auxilio de una escuadra que periódicamente repusiera el consumo de víveres y municiones y proporcionara los reemplazos de tropas necesarios para reponer las bajas habidas durante un largo asedio, pues bloqueada en forma que impidiese su abastecimiento y refuerzo, no tendría más remedio que sucumbir.
Esto quiere decir que el verdadero combate no debería hacerse contra la plaza directamente, sino contra las escuadras que tratasen de protegerla o aprovisionarla. Sin embargo en ningún momento de los siglos venideros se encontró la Marina española, incluso en las épocas en que se mantuvo unida a la francesa, en condiciones de superar a la británica.
El convulsivo siglo XIX español con: la Guerra de la Independencia, las Guerras de la Independencia Hispanoamericanas, las Guerras Carlistas, los Pronunciamientos Militares, la Guerra de África (1859-1860), las absurdas expediciones a Cochinchina, Méjico o Santo Domingo, la Guerra del Pacífico, las Guerras de Cuba, la Guerra de Filipinas y la desastrosa Guerra con los Estados Unidos que acabó con nuestro residual imperio colonial, impidió de todo punto que el problema de Gibraltar se convirtiera en objetivo prioritario.
Abandonada definitivamente la opción militar, las tímidas voces que a lo largo del siglo XIX se levantaron a favor de su reintegro a la soberanía española no tuvieron efectividad ninguna, consolidándose cada vez más la presencia británica en la Roca. Al amparo de esta situación, Gran Bretaña se apoderó de la zona neutral en flagrante violación del Tratado de Utrech, imponiendo una situación por la vía de los hechos consumados, que culminó con el establecimiento de la verja finalizada el 30 de Septiembre de 1909.
El primer cuarto del siglo XX ocupó la vida española con la Guerra de Marruecos, seguida por la Guerra Civil de 1936-1939, pasando el problema de Gibraltar a un segundo plano. Fue la II Guerra Mundial la que volvió a ofrecer la ocasión de recuperar la Roca por la vía de las armas basada en la “Operación Félix”, aunque paradójicamente no tuvo su origen en un proyecto español, sino que fue producto de los planes estratégicos de la Alemania de Hitler.
Afortunadamente, la visión política del General Franco impidió que España se involucrara en un conflicto que, como se vio poco más tarde, solo graves problemas hubiera provocado a aquella España abrumada por la reciente finalización de la Guerra Civil.
La efímera gloria que hubiera producido una hipotética conquista de Gibraltar habría sido anulada por la imposición de su devolución como consecuencia de la derrota de las fuerzas del Eje, muy posiblemente ineludible aún cuando España hubiera participado en la guerra a favor de éste.
El final de esta época coincidió con un nuevo acto de usurpación, la construcción de una pista de aterrizaje, que además de establecerla en terrenos del istmo, se introduce unos 800 metros en las aguas de la bahía de Algeciras, atendiendo a la unilateral interpretación que hace Gran Bretaña de los límites de las aguas del Peñón.
La finalización de la II Guerra Mundial y la aparición de organizaciones de carácter internacional, como las Naciones Unidas en las que se integró España junto a Gran Bretaña, así como la práctica desaparición del colonialismo y el desarrollo del derecho internacional, han permitido que se prodigaran las resoluciones favorables a la reintegración de Gibraltar a la soberanía española.
Sin embargo, estas organizaciones solo tienen autoridad moral para orientar conductas, y aunque sus resoluciones han puesto en evidencia ante el mundo la situación de injusticia histórica de Gibraltar, en la práctica han dejado en manos de las potencias interesadas la solución del problema. En estas circunstancias, las concesiones que España ha hecho para resolver el problema de Gibraltar no han servido para nada positivo.
En los comienzos de la segunda década del año 2000, la única solución justa para el contencioso de Gibraltar es la restitución a la soberanía de la plaza a España, como así lo atestiguan las múltiples resoluciones que las Naciones Unidas han dictado. De esta forma, no solo se corregirá una injusticia histórica, sino que desaparecerá el último contencioso entre España y el Reino Unido, naciones antaño enemigas, pero ahora amigas y aliadas, así como el último vestigio colonial en territorio europeo.
En el momento presente, Agosto de 2013, Gibraltar vuelve a ser noticia. Actuaciones reiteradas del gobierno gibraltareño en contra de intereses españoles han llevado a una respuesta firme del gobierno de España. Sin embargo, una vez más los intereses particulares, por muy importantes que sean, se anteponen a los generales, los partidistas a los nacionales, el corto al largo plazo, y España, en lugar de presentar un bloque sólido y unido frente a la prepotencia y la arbitrariedad, se muestra dividida ante quienes usurpan desde hace más de 300 años ese territorio español.
La situación política y sobre todo económica no hace factible una solución a corto o medio plazo del problema de Gibraltar, pero si a ello le sumamos una actitud demasiado extendida poco proclive a adoptar posiciones de firmeza y, por tanto, a asumir las consecuencias y sacrificios que de éstas pudieran derivarse, podemos deducir que durante mucho tiempo todavía, España seguirá limitando al sur con “la vergüenza de Gibraltar”.
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