G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).
Durante siglos se ha entendido la paz como una situación de ausencia de guerras, pero últimamente este término se ha ampliado a ámbitos nuevos de la vida de los pueblos. Se insiste hoy en que no se puede limitar el concepto paz a la falta de conflicto abierto, porque debe enmarcarse en otro más amplio que incluye la justicia, el desarrollo y, en definitiva, todo aquello que supone vulneración de los derechos humanos. Dando un paso más, hay quienes, por elevación, incluyen en la situación de paz, la estabilidad, el desarrollo y los derechos de las personas.
No obstante, si se limita el problema de la paz al término de los conflictos armados y no se plantean los motivos de fondo que los provocan, las soluciones pueden quedar cortas, en su alcance y en su estabilidad. En consecuencia es bueno tener una visión amplia de la problemática que sugiere el derecho a la paz de los hombres y de los pueblos, pero, a la vez, conviene definir con la mayor precisión posible el alcance del término que se quiere plantear.
En base a esta premisa, la cultura de defensa y la necesidad de fomentar su desarrollo en la sociedad, debe limitarse a lo que es, según la mayoría de los estudiosos, la necesidad primera y fundamental, que es la ausencia de guerras y, en su caso, la finalización de los conflictos armados que puedan existir. Si no se entiende así y se pretende abarcar la superación de todos los riesgos actuales, se da el paso al complejo problema del proceso de humanización del ser humano y en definitiva, a una discusión filosófica. Se pasa de la sociología a la ontología (1) y en este nuevo campo tiene bastante menos sentido la ‘cultura de defensa’.
Otra cosa es que se acepte la limitación propuesta en cuanto al término y se busquen soluciones a los problemas más inmediatos que, en relación a la paz entre los pueblos, se plantean en el mundo actual. La multiplicación de conflictos en los últimos lustros son una clara muestra de que el ser humano no ha superado la era en la que la solución de la confrontación de intereses pase, en ultimo término, por el empleo de la violencia, esto es, por el enfrentamiento bélico.
Cuando en otros tiempos se hablaba, no de cultura sino de “espíritu de defensa”, se partía de la idea de que existía una situación en la que las relaciones entre las naciones incluían la posibilidad de la guerra y aceptada sin discusión esta premisa, era necesario que los ciudadanos estuvieran dispuestos a luchar. Constituía la forma más extrema de manifestar el amor a lo propio, a la comunidad nacional propia, esto es, constituía el patriotismo.
Los muchos intentos habidos para erradicar las guerras han resultado fallidos hasta la fecha. Ni los proyectos de Kant desarrollados en su ensayo sobre “La paz perpetua”, ni la condena de la guerra del Pacto de Briand-Kellog, ni la Declaración Fundacional de la Organización de Naciones Unidas, han tenido los resultados positivos deseados. No quiere esto decir que hayan sido inútiles, sino que hasta el momento en el horizonte de los pueblos ha de contemplarse la posibilidad de un conflicto bélico y por lo tanto que la sociedad ha de ser consciente de este riesgo.
Y esta conciencia, o cultura, no se opone a que todos nos esforcemos a que se supere el recurso a la violencia en las confrontaciones, que se solucionen por la vía de dialogo los contenciosos, que se aborden las injusticias estructurales, se solucionen los problemas del medio ambiente, se respeten los derechos humanos. Muy al contrario, la aceptación de la cultura de defensa debe llevar a la búsqueda de todos estos objetivos.
Aunque parezca que el fundamento principal es la constatación de que la violencia sigue presente en las relaciones internacionales y en consecuencia, como reconoce la misma Declaración Constitutiva de las Naciones Unidas, toda nación tiene el derecho a defenderse de las agresiones, la realidad es que el pilar más importante del que es preciso partir es el de la necesidad, o mejor dicho, la obligación que tiene toda sociedad de defender a sus habitantes, sus propiedades, su cultura y sus valores. Y para llegar a esta convicción hay que estar convencido de dos cosas: la primera es que estos valores existen, y la segunda, que merecen ser defendidos.
Esto lleva a la conclusión de que no puede existir una cultura de defensa si no existe previamente lo que se ha denominado una “conciencia nacional”, entendida como una emanación de la historia, compartida por un grupo humano. Constituye la expresión de sus afinidades culturales y emocionales y, en definitiva, de todos los rasgos que lo configuran como único y distinto frente a otros grupos. Es un proceso en evolución permanente, y su consolidación a lo largo del tiempo determina su ascenso gradual desde los orígenes tribales hasta la culminación en una sociedad estable. Nacida del instinto de supervivencia, se perfecciona al compás de los acontecimientos históricos y de las relaciones con otros grupos hasta culminar, en una primera fase, con la aparición de un estado, definido por la existencia de un poder político común, unas normas de obligado cumplimiento por todos, un espacio geográfico propio y una voluntad compartida de defender lo que considera suyo, generando una fuerza para expresar esa voluntad ante los demás y para ejercerla en caso necesario (2).
En la medida que por las razones que fuere, se pierde el espíritu de solidaridad con el conjunto de la nación a la que se pertenece, se hace imposible fomentar una conciencia y, en definitiva, la convicción de que es necesario esforzarse no solamente para fomentar su progreso y su desarrollo, sino también su capacidad para defenderse de toda clase de agresiones.
A lo largo de la historia han sucedido muchos desastres de todo tipo, principalmente provocados por la naturaleza, a los que el hombre se ha tenido que enfrentar; pero éste siempre ha distinguido las amenazas que tenían su origen en las agresiones de otros pueblos, frente a los que cabía luchar, y las que se debían a causas más o menos desconocidas, ante las que era necesario tomar otro tipo de precauciones para paliar sus consecuencias. A lo primero se le ha denominado «guerra» y el espíritu, la conciencia, o, en términos modernos, la “cultura de defensa”, se refiere expresamente a ello. Para vencer lo primero se necesita conciencia o espíritu de defensa, y para superar las restantes amenazas, capacidad de previsión, iniciativa y solidaridad.
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(1) Parte de la metafísica que trata del ser en general y de sus propiedades trascendentales
(2) BELLO CRESPO, Marín. General de Brigada de Infantería DEM, del Ejército español. Ateneadigital.es. 1 de Diciembre de 2011.
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