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Dos batallas olvidadas de la Reconquista: Polvoraria y Valdemora

Por G.B. D. Agustín Alcázar Segura (R).

En el año 878 reinaba en Al Ándalus Muhammad I y en Asturias Alfonso III, que aprovechando la permanente inestabilidad interior del emirato musulmán, rebasó definitivamente la cornisa Cantábrica, asentándose en León e iniciando la repoblación del “Desierto del Duero”.

Para poner freno a la osadía del asturiano, el emir montó una amplia operación ofensiva contra Alfonso III, mediante dos acciones:

A) La principal, bajo el mando de su hijo Al Mundir y de Walid ben Ganim, se dirigiría contra León. Sin embargo, y a fin de restarle apoyos al monarca asturiano, les ordenó que, previamente, se encaminaran al valle del Ebro para combatir a los Banu Qasi.

Esta misión adicional exigía comenzar la campaña con bastante anticipación a fin de disponer del tiempo suficiente para combatir en dos escenarios distintos: el valle del Ebro y la zona de León. No obstante, el adelanto de fechas impedía la incorporación inmediata del contingente de tropas procedentes de Toledo, Guadalajara y Talamanca, que debían atender, previamente, a la recogida de la cosecha.

Dado que para enfrentarse a los Banu Qasi era suficiente el contingente original, éstos continuaron con sus tareas agrícolas, pero dejando Al Mundir dispuesto que, una vez finalizadas las mismas, se dirigieran directamente sobre León para incorporarse al ejército principal.

B) La complementaria, bajo el mando de Warrak  Ben Malik. Debía entrar en Galicia por el camino de Coimbra.

De este planteamiento resultó que, en la práctica se realizaron no dos, sino tres operaciones ofensivas, ampliamente distanciadas entre sí y sin posibilidades de apoyo mutuo desde el punto de vista táctico, lo que produjo su debilitamiento y, en consecuencia, el fracaso  de todas ellas como veremos a continuación.

La ofensiva contra la marca aragonesa no produjo los resultados apetecidos, por cuanto, si bien devastaron los campos y razziaron la comarca en todas direcciones, nada lograron contra las ciudades de Tudela y Zaragoza, defendidas por los hijos de Musa, Ismail y Furtun. Sin lograr su propósito principal, conquistar y vencer a los hermanos Musa, se encaminaron hacia León siguiendo el valle del Ebro.

Así pues, en este momento, tres ejércitos se dirigían contra el monarca asturiano; dos de ellos procedían uno del este y otro del sureste, (éste constituido por las fuerzas de Toledo, Guadalajara y Talamanca, que ya habían finalizado la recogida de las cosechas), teniendo a León como objetivo; el tercero progresaba a gran distancia, paralelo al anterior atravesando tierras de Portugal, con el propósito de invadir el reino por Galicia. Poco sabemos de la composición en detalle de las huestes de uno y otro bando, pero las acciones desarrolladas indican que debieron ser fuerzas con una acusada capacidad de movimiento. Posiblemente la caballería jugaría en ellas un papel importante, así como una previsible infantería muy móvil gracias al amplio uso de mulos y pollinos que posteriormente servirían para el transporte del botín.

Ante esta situación, Alfonso, posiblemente en posesión de la información oportuna, supo calibrar los esfuerzos cordobeses, calcular sus movimientos y hacerles frente por separado con rapidez y decisión. Así, decidió que a la amenaza gallega se enfrentase el conde Hermenegildo quien recientemente había ocupado Coimbra, en tanto que él en persona se opondría a las otras dos, batiéndolas sucesivamente, en una maniobra defensiva que hoy denominaríamos “por líneas interiores”.

Así mismo, decidió oponerse primero a la amenaza que juzgó de menor entidad y dirigida por mandos de menor nombradía, la que procedente de Toledo y Guadalajara reunió el contingente dejado atrás para recoger la cosecha.

BATALLA DE POLVORARIA

Una vez decidido su plan de batalla, se dirigió hacia una zona situada entre los ríos Órbigo y Tera, ambos afluentes del Esla, a unos 6 km. al suroeste de la ciudad de Benavente (Zamora). La elección de la misma viene dada por estar atravesada por una antigua calzada romana que conducía a Astorga, cruzando el río Esla por Arcos de la Polvorosa (a unos 6 km al sur de Benavente). Esta vía vadeaba el río Órbigo por Santa Cristina de la Polvorosa, a unos 3 km al oeste de Benavente. De esta forma, el rey asturiano pretendía encerrar a los musulmanes en un espacio limitado al norte, este y sur, por los ríos Órbigo y Esla.

Alfonso y sus tropas se apostaron en un encinar situado al oeste de la línea definida por Arcos-Santa Cristina. En un momento determinado, posterior al cruce de las tropas enemigas por el puente de los Arcos, y antes de que llegaran a Santa Cristina, Alfonso III lanzó dos núcleos de fuerzas para  ocupar ambos puentes, y a continuación se arrojó con el grueso de sus tropas en dirección oeste-este.

El contingente musulmán, confiando en que aún se encontraban a unos 70 km de León, progresaría sin adoptar las adecuadas medidas de seguridad, de modo que fueron sorprendidos por la acometida cristiana que, empujándolos sobre los dos ríos y sin posibilidad de cruzar por los puentes, hábilmente tomados por los cristianos, sufrieron una tremenda derrota, estimándose sus bajas en unos trece mil hombres (1).

BATALLA DE VALDEMORA

Sin pérdida de tiempo, los vencedores se desplazan al nuevo escenario donde planeaban presentar batalla al principal ejército musulmán procedente del valle del Ebro, la fortaleza de Sublancia. El campo de batalla elegido era una zona en la confluencia de los ríos Porma y Esla (a unos 14 km al sureste de León), a la salida del puente de Mansilla, adonde conducía la vía que había seguido el ejército de Al Mundir desde Zaragoza.

Sin embargo, al llegar a las inmediaciones de Mansilla, el hijo del emir tuvo conocimiento del desastre de Polvoraria. Estas noticias influirían de forma negativa en la moral de su ejército, circunstancia que junto al posible cansancio de sus tropas que, desde Córdoba habían pasado por Zaragoza hasta llegar a las proximidades de León, le impulsaron a tratar de eludir el enfrentamiento con los cristianos y volver a sus bases.

Para regresar a la seguridad de las tierras del sur, posiblemente buscarían encontrar la antigua calzada Mérida-Astorga, más al sur de la actual Benavente, o quizás la que unía Benavente con Soria, para llegar a Rioseco y desde allí, coger las antiguas calzadas que cruzaban el Sistema Central hacia Toledo por Ávila y Segovia.

Sea como fuere, el hecho es que Alfonso, enardecido por su reciente victoria, no estaba dispuesto a desperdiciar el impulso acumulado con ella y, más conocedor del terreno que su enemigo, salió en su persecución, dándoles alcance en el valle de Valdemora, situado a unos 30 km al noreste de Benavente.

No disponemos de detalles sobre el desarrollo de la batalla, por lo que seguiremos lo que expone Sánchez Albornoz en la obra tantas veces citada (2): Alfonso no se conformaría con dejar escapar a los caldeos, de cuya deprimida moral daban tristes señales su retirada desde el Esla y su desviación por Valdemora, y bajando al galope por las cuestas que le separaban de la tropa islamita en retirada, acometió a los sarracenos de Al-Mundir e ben Ganim. Otra vez sangre y polvo. Aunque Al-Walid y el príncipe 1ograron escapar de la muerte en el combate, no consiguieron evitar el desastre de su ejército, y sus soldados fueron aniquilados por los politeístas.

EL SITIO DE COIMBRA

No mejor suerte le cupo al tercer esfuerzo islamita, el que progresaba por el oeste peninsular. Al Warraq ben Malik, devastó inicialmente la comarca lusitana, pero al poner sitio a Coimbra, se encontró con la decidida defensa que le opuso el conde gallego Hermenegildo, por lo que, al cabo, hubo de levantar el cerco de la plaza después de sufrir sensibles pérdidas.

EPÍLOGO

A los éxitos militares siguió el político, ya que tras esto, los árabes enviaron legados al rey Alfonso en misión de paz. Y el rey, acordando con ellos la paz durante un trienio, aniquiló la osadía de los enemigos y se cubrió de gloria por ello (3). Este hecho suponía un claro reconocimiento de que Asturias se había convertido en  un reino poderoso, con la suficiente capacidad militar como para derrotar tres veces en un espacio de pocos días a los ejércitos musulmanes, demostrando que ya había alcanzado el rango suficiente como para obligar al poderoso enemigo del sur a negociar con él de poder a poder, de quien era forzoso solicitar la paz mediante embajadores y que estaba en situación de imponer condiciones en los tratados. Es esta una circunstancia histórica por cuanto, por primera vez, el reino cristiano imponía una tregua al poder musulmán por una duración de tres años.

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(1) SÁNCHEZ ALBORNOZ, Claudio: Orígenes de la Nación Española. El reino de Asturias. Ed. Sarpe, Madrid, 1985, p 272.
(2) Ibidem, p. 273.
(3) ESTÉVEZ SOLA, Juan A. Crónica Najerense. Ed. Akal. Madrid, 2003. p.132.


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