El pasado agosto el Gobierno indio abolía el estatuto de autonomía a su región de Cachemira. Esta decisión, si bien está amparada por una agenda política nacionalista, acarrea repercusiones geopolíticas con relevancia suficiente como para elevar la tensión en una región con unas connotaciones históricas de peso estratégico. Una región que no sólo incluye a Pakistán e India, sino bajo la cual también orbitan intereses de la República Popular de China. Una triangulación de fuerzas con capacidad para dinamitar el tablero mundial al tratarse de potencias nucleares.
La volatilidad política y social en torno a todo lo que rodea a Cachemira precede de la época de la descolonización, cuando en 1947 India y Pakistán formalizaron sus Estados. Este proceso conllevó un impacto en la amalgama civil entre comunidades musulmanas, hindús y sijs, que como colonia británica aglomeraba diversidad de comunidades, pero que cuya transición política supuso el trasvase poblaciones y la gestación de confrontaciones étnicas; una ruptura social que ha sido materia prima crónica para alimentar nacionalismos desde ambos Gobiernos. En el contexto de guerra de 1947 entre ambas, Pakistán mandó efectivos para ganar posiciones en la región, impulsando al Mahrajá de Cachemira a pedir apoyo indio. El choque de intereses se saldaría con la partición de la región: Jammu-Cachemira quedarían bajo el Estado indio, mientras Azad-Cachemira estaría bajo control de Pakistán.
Naciones Unidas (ONU) intentaría mediar para acabar con las disputas territoriales, pero las condiciones que se pusieron encima de la mesa fueron rechazadas. Finalmente, la ONU platearía la demarcación oficiosa, que cobraría vigencia como la Línea de Control en 1972. Ambos Estados libraron hasta tres guerras desde su nacimiento: en 1947 con la partición de la región, y las guerras de 1965 y 1999, que acabaron sin vencedor. Si que saldría reforzada la India en el enfrentamiento naval de 1971 en Karachi, un episodio que daría pie a la aceleración de una carrera armamentística que encontraría su pináculo en 1998 con las confirmación nuclear de ambas.
Sin embargo, en la disputa que rodea al control de Cachemira debe incluirse a China. En 1959, Pekín se haría con el control del Tíbet, pero las ambiciones en sus regiones fronterizas no quedarían ahí: en 1962 estallaría una guerra con la India de la que saldría vencedora, apoderándose del territorio de Aksái Chin. Desde entonces, Nueva Delhi reclama este territorio a la nación vecina; por contra, Pekín demanda la zona de Arunachal Pradesh. Es así que tras la abolición de la autonomía de Cachemira por parte del Gobierno indio, China mostró su oposición, a colación de sus disputas territoriales, especialmente sobre Ladakh.
Siguiendo la nomenclatura geopolítica, Pakistán aprovechó la derrota india para acercarse a China, cediéndole en 1963 el valle de Shaksgam. Desde entonces, Pekín ha encontrado en Islamabad un aliado con el que potenciar sus ambiciones geoestratégicas, la última a través de las infraestructuras para la Nueva Ruta de la Seda. La región de Cachemira que cada nación tiene bajo su control juega un papel clave en las redes logísticas del proyecto. La autopista del Karakoram, el Corredor Económico China-Pakistán y el puerto de Gwadar, son prueba de la inversión en infraestructura que China tiene en el país debido a la salida que Pakistán tiene al Índico.
India es otra potencia regional. Por tamaño, historia, demografía y desarrollo técnico. Sin embargo, desde una óptica endógena, India debe confrontar grandes cuestiones: la situación de la mujer, la pobreza, los explotación de los recursos, o la implementación de una democracia real para tal basto territorio. La India es un país enriquecido por sus recursos y su cultura vetusta, pero en términos económicos y geopolíticos debe competir con un vecino que ha encontrado antes que él la formula entre el tamaño y la eficiencia en el mercado capitalista. Por ello, el primer ministro, Narendra Modi, ha fomentado el nacionalismo indio durante toda su legislatura, y que ha potenciado aún más desde la pasada primavera de cara a una carrera electoral de la que saldría vencedor. Es así que la decisión sobre retirar estatuto especial sobre Cachemira y Jammu reafirma una estrategia por configurar cierta idiosincrasia social con políticas nacionalista del partido Bharatiya Janata Party (BJP), que permitan justificar maniobras políticas y geoeconómicas. El aumento del poder central en esta región permitirá una inversión más directa de la economía y un control más próximo de las inversiones, además del peso que tiene el aspecto del agua, factor cada ven más capital dadas las tendencias geopolíticas sobre los recursos. Cachemira supone también un reto sociocultural al tratarse de una región de mayoría musulmana – la única del país – un aspecto que el primer ministro indio pretende contrarrestar fomentando la migración hindú a la región.
En el contexto regional hay que subrayar el papel determinante de China, el actor menos afectado en primera instancia de los tres, pero quién puede sacar mayor rédito de la situación. Pekín ha querido medir su sus buenas relaciones con Islamabad para no impulsar mayor acercamiento de la India a Estados Unidos. China está en posición de bascular la relación entre sus dos vecinos: Pakistán e India son enemigos desde sus orígenes, un hecho que por naturaleza estratégica ha acercado a Islamabad al que fuera el Imperio del Medio, mientras que las relaciones entre Pekín y Nueva Dehli han ido moderándose por la inercia natural del realismo político de ambos al percatarse de que su cooperación es más beneficiosa que su confrontación. Los réditos consumados por medio de la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) ponen de manifiesto esta realidad. Entre los dos países representan la mitad de la población del planeta, India con un pueblo determinantemente joven y tecnificado; China como la mayor potencia emergente del planeta.
A China le puede interesar, desde parámetros geopolíticos, que Jammu y la Cachemira india sean una zona lo más estable y controlada posible; bajo el poder central de Nueva Dehli es factible. Es menester ser consciente del peso estratégico de la localización: se trata de una zona con varios focos de inestabilidad en potencia para China. Además de Cachemira, hay otras dos zonas que Pekín ve como posible amenaza: la región de Xinjiang con la comunidad uigur y el Tíbet; tres escenario con características distintas pero que pueden verse retroalimentados, y por las que China intervendría directamente por salvaguardar su estabilidad. A esto cabe remarcar el pensamiento oriental de China, largoplacista y con temple, aliado del tiempo como elemento a favor. Un plan y una mentalidad representada en el One Belt, One Road, y bajo el cual Pakistán aporta enclaves capitales dentro de este proyecto de escala global. Un proyecto cuya inversión china en Pakistán ha convertido al Gobierno de Islamabad dependiente de Pekín.
Pakistán es la gran perjudicada de esta situación. A pesar de ser aliada de China, ésta no va a intervenir para perder su posición de fuerza desde donde puede contemporizar las relaciones de influencia también con India. Asimismo, Islamabad debe pagar el precio por su reputación internacional como Estado paralelo y sus vínculos con el terrorismo yihadista. La decisión del Gobierno indio de abolir los artículos 370 y 35-A de su Carta Magna, justificándose en la corrupción y en razones tanto económicas como de seguridad, implica la pérdida para Pakistán de una vía táctica para debilitar a la India mediante partidos independentistas en la Cachemira india y los grupos extremistas – como Jaish-e-Muhammad – que operan en la zona.
A ello hay que añadir el impacto que tendrá en Pakistán la retirada estadounidense de Afganistán. Factor que puede ser colateral en lo referente a Cachemira si las conversaciones entre los Talibán y Estados Unidos llegan a un pacto: Pakistán puede tener un papel indirecto determinante dentro de éste dada su relación con ambas partes. Una ventaja que puede llegar a explotar entre sus aliados sobre todo aquello que concierne a Cachemira y la India.
Por su parte, China tiene la última palabra sobre la estabilidad de Cachemira, aún cuando el Gobierno de Xi Jinping declaró su rechazo hacia la acción del Ejecutivo indio del pasado agosto, una negativa a colación de la disputa que aún mantienen ambas naciones sobre la región de Ladakh. Sin embargo, a Pekín solo le conviene intervenir si es para contener cualquier disputa entre Islamabad y Nueva Delhi que derive en conflicto. A China no le beneficia tener socios – y vecinos – en guerra en una zona donde el Gobierno del PCCh ha invertido millones cada año para erigir una maquinaria mercantil a escala ecuménica; con el añadido de que se trata de dos potencias nucleares, un hecho que podría propiciar la intervención internacional en una región marcada por la preponderancia China. No obstante, esto no excluye que al que fuera Imperio del Medio le convenga mantener el clima de tensión actual sobre Cachemira, amén de que en el último lustro se ha convertido en uno de los mayores proveedores de armas del mundo; con Pakistán e India como grandes clientes. Asimismo, India, por características geoestratégicas, es el único posible competidor de China en Asia: unas capacidades ya citadas y con la ventaja de tener salida propia al Océano Índico. Por contra, que Nueva Delhi se centre en lidiar con Islamabad reafirma a China como el máximo actor geopolítico en la región, ya que mientras la confrontación esté dentro de unas cotas de tensión que no deriven en una guerra abierta, China será el único presente para arbitrar. Las potencias globales y organismos internacionales, mientras la disputa no sobrepase de la tensión, dejarán que Islamabad y Nueva Delhi – y por detrás Pekín – resuelvan a su parecer. Incluso cuando Washington es consciente del grado de amenaza geoestratégica que supone la salida de China al Océano Índico a través de Pakistán.
Cachemira tiene un peso específico dentro de un marco estratégico regional en el que hay tres países involucrados; naciones que han estado en guerra, que comparten miles de kilómetros de frontera y que se deben una competencia regional. Sin embargo, Cachemira es un caso en una zona con varios epicentros de tensión. Son las prioridades actuales de China, su forma de hacer diplomacia y su capacidad por ver el cenital geopolítico de cada escenario a largo plazo, las razones por las que tensiones como lo sucedido el pasado agosto no acaban en un conflicto abierto. Pakistán vive en una continua crisis económica, y China, mediante su proyecto One Belt, One Road, ha vertebrado una dependencia económica en su vecino con la que condicionar las decisiones políticas de Islamabad. El escenario en el que China pudiera contemplar una intervención en Cachemira de forma directa sería si percibiera desestabilizaciones con determinado alineamiento en Tibet y/o en la región de Xinjiang.
Asimismo, no hay que olvidar que el otro gran aliado de Pakistán está en Washington, el mismo que tiene Nueva Delhi. Dicho esto, el asunto de Cachemira, si bien regional, tiene varias escalas de latitud estratégica; desde la regional, hasta la marcada por el peso que tienen China y Estados Unidos en Pakistán e India como potencias globales. Hoy es un factor que proporciona prudencia a todo lo relacionado con ellos, pero que también hay que contemplar que, en caso de que la guerra comercial entre Pekín y Washington derive en una guerra fría, la formación de bloques haga de fricciones como la Cachemira un escenario de guerra proxy.
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