Por Dña. Carmen Pavaneras.
Reinando en España Felipe III, vino al mundo en 1585, Catalina de Erauso Pérez, conocida como «la monja alférez». Su familia, de profundas raíces guipuzcoanas, tenía una acrisolada raigambre militar, pues su padre, Miguel de Erauso, era capitán de Infantería y también lo eran tres de sus hermanos.
Con tan solo cuatro años de edad fue ingresada en el convento de las monjas Dominicas de San Sebastián, cuya superiora pertenecía a la familia de su padre.
De carácter duro y enérgico, su aspecto físico antes ofrecía más una apariencia varonil que cualidades femeninas. Es por ello que no tiene nada de extraño que, durante el año de noviciado, y como consecuencia de una disputa con una monja, Catalina le propinó una paliza que provocó un gran escándalo en el convento y un severo castigo que le impuso su pariente, la Madre Superiora.
No satisfecha con el futuro que el convento le ofrecía, se escapó del mismo en la noche del 18 de Marzo de 1600, apoderándose antes de algún dinero de la madre superiora y de avíos de coser, refugiándose en un bosque cercano donde transformó sus vestiduras monacales en ropas de hombre.
Efectuada esta operación, y bajo el nombre de Francisco de Loyola, se dirigió a Valladolid, donde entró a servir como paje en la casa del caballero Idiáquez, que pese a ser gran amigo de la familia Erauso, no la conoció.
Dado que aquella vida tampoco llenaba sus anhelos y temerosa de ser descubierta por su familia, se dirigió a Pasajes, donde se embarcó como grumete en un patache que la llevó a Sanlúcar, y de allí, embarcada también como grumete en un galeón mandado por el Capitán Esteban Eguiño, tío suyo, se hizo a la mar el año 1603 en dirección a Cartagena de Indias, donde desembarcó.
Inicialmente se ocupó como paje de su tío, pero nuevamente insatisfecha, le sustrajo 500 pesos huyendo, primero a Panamá y después al Perú.
Después de no pocas vicisitudes, en Lima se decidió a sentar plaza de soldado con el nombre de Alonso Díaz y Ramírez de Guzmán. En su nueva condición marchó con su unidad a Chile, donde tomó parte en la dura campaña contra los araucanos.
En la batalla de Valdivia, su Tercio se ve acosado por una inmensa masa de indios habiendo causado baja la mayor parte de los Oficiales. En un momento determinado de la lucha ve cómo su bandera está siendo tremolada por un cacique en señal de victoria. Sin pensárselo dos veces y, seguida por otros dos soldados, se lanza en medio de la multitud de enemigos, abate a cuantos se le ponen por delante, y dando muerte al cacique que ondeaba la bandera, la recobra y, combatiendo, se incorpora a los suyos. Este acto enardece el espíritu de los soldados, transformando la derrota, que parecía inevitable, en una victoria sangrienta pero gloriosa. Por su heroica actuación es ascendida a alférez sobre el mismo campo de batalla.
La impresión que recibe es tremenda y se recluye en su alojamiento; pero a los pocos días vuelve a operaciones y en la batalla de Purén (Chile, 1609), tomó el mando de su Compañía por haber muerto el Capitán, y fue tal su actuación, que el Maestre del Tercio le concedió el empleo de Capitán.
De vuelta a Lima, mató en duelo a un hombre, resultando ella misma herida en el pecho; al ser perseguida por la ronda de alguaciles, se acogió “a sagrado” en la catedral de Lima. Creyendo próxima la muerte pidió confesión ante el propio obispo, manifestando ante él su condición de mujer.
Reconocida por dos matronas, éstas atestiguaron su sexo, en vista de lo cual el obispo ordenó que ingresara en un convento. Ante la insólita situación que se le planteaba, el obispo vio el cielo abierto al pedirle, de nuevo, Catalina Erauso permiso para regresar a España a solicitar al Rey Felipe IV que le permitiese vestir de hombre y le concediera el empleo de Capitán.
Recibida por el Rey, éste le concedió el empleo de Alférez y los emolumentos equivalentes al de Capitán. En cuanto a su petición de vestir de hombre y no castigarla por haber prescindido de su condición de monja novicia, sólo podía ser concedido por el Papa, en aquel momento Pablo V. El Papa accedió a su petición para vestir de uniforme, y hasta le ofreció el mando de la Guardia Pontificia, lo que ella rechazó alegando que no quería servir más que a España y vivir entre españoles.
De regreso a América, abandonó el Ejército y creó una empresa de transportes entre Acapulco y Veracruz, en la que trabajaban antiguos soldados y realizándolos a la manera militar. El negocio prosperó llegando a amasar una importante fortuna.
Murió a los sesenta años en una aldea cerca de Veracruz, dejando a los pobres toda su fortuna.
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