Por G.B. D. Emilio Abad Ripoll (R).
A trancas y barrancas, apoyándose entre ellos, intentaban los navíos ingleses alejarse del alcance de las piezas. Y sigue contando Steiner que…
«Nos castigaron duramente; navegamos hasta la puesta del sol; entonces se levantó viento de costa, y a1 desplegar los pedazos de vela que nos quedaban, pudimos muy lentamente sacar al Speaker fuera del puerto. Tan pronto como hubimos conseguido nuestro objeto, el palo del trinquete y el mayor cayeron, así como el palo de mesana;… el Plymouth…, envió a los carpinteros de la flota para reparar el daño».
El alejamiento del Speaker fue la señal de alto el fuego por ambas partes. Empezaba a caer la noche y en mar abierta se veía a los barcos ingleses aparejarse para navegar. Ya en la oscuridad, las luces de los buques enemigos se fueron alejando y Santa Cruz, y la Isla, se sintieron seguras pues la flota británica desistía de seguir atacando y se perdía en el Atlántico.
La alegría se extendió por el Archipiélago. Se alabaron las medidas tomadas antes y durante el ataque por el Capitán General don Alonso Dávila y Guzmán. Y se ensalzó el trabajo de sus colaboradores más cercanos, pero sobre todo la destacadísima actuación del Alcaide del castillo principal o de San Cristóbal, don Fernando Esteban de la Guerra y Ayala. Sus artilleros batieron intensamente al enemigo, celebrándose desde tierra con ruidosos vítores y gritos cada uno de los impactos que sus cañones lograban conseguir en los buques ingleses. Claro está que, entre los cañones, resaltó la actuación del más poderoso, el espectacular Hércules, que tuvo mucho que ver en las graves averías del Speaker. Sin embargo, un hecho ha pasado especialmente destacado a la historia de aquel día en la vida de Santa Cruz. Fue el heroico comportamiento de doña Hipólita Cibo de Sopranis, esposa del Alcaide, quien como un artillero más, sin arredrarse por el violento fuego enemigo, se mantuvo durante todo el combate en la plataforma del castillo trabajando como auxiliar de los sirvientes de las piezas.
Blake, que desde hacía casi un año padecía un grave empeoramiento de una enfermedad que sufría largo tiempo, no mejoró con la azarosa aventura de Tenerife. Cuentan sus biógrafos que durante la travesía de regreso a Inglaterra decayó de forma alarmante. Quizás presintiendo que sus días se acababan, el Almirante ordenó que el St. George se adelantase al lento navegar de los buques averiados (que eran al menos una decena) y a toda vela ganase el puerto de Plymouth, ansioso de volver a pisar su tierra natal. Pero no lo consiguió, pues una hora antes de que el barco echase el ancla fallecía el 27 de agosto de 1657 en la propia bahía de aquel puerto.
Los ingleses, tanto protagonistas como historiadores, han intentado magnificar esta acción bélica al punto de considerarla una de las más destacadas y gloriosas de la carrera militar de Blake. Rumeu de Armas lo explica:
“Blake mismo, como presintiendo su trágico y próximo fin, parece que quiso, exagerando el número y poder del enemigo y las consecuencias ulteriores de su pretendida derrota, rematar de manera tan brillante su vida militar… Los historiadores ingleses han venido repitiendo con unanimidad absoluta que la destrucción de la escuadra española en Santa Cruz llenó de gloria la carrera militar de Blake.”
Vamos a estudiar con cierto detenimiento en qué se basan los británicos para justificar la, a mi juicio, inexistente victoria.
- Ya vimos que el objetivo de Blake era doble: por un lado, destruir la flota española para debilitar el poder naval español; por otro, apoderarse del cargamento procedente de Nueva España, impidiendo así el auxilio económico a los Tercios que luchaban en Flandes. Por lo que respecta al primer punto es fácil comprender que la pérdida de dos navíos de guerra no tuvo que debilitar de manera apreciable la gran potencia naval española del momento. Y en cuanto al segundo, no pudieron llevarse el tesoro, que permaneció varios meses más a buen recaudo en Tenerife, hasta que, con todas las seguridades, llegó a la Corte. Los historiadores ingleses aseguran que el único objetivo de Blake era la destrucción de la “poderosa flota” de Nueva España, pero que no se planteó tomar la Plaza (y con ella el tesoro desembarcado). Si ello hubiese sido así, ¿por qué cuando se habían incendiado o encallado los barcos españoles, siguió el cañoneo contra las defensas en tierra por más de 6 horas, y no se retiraron?
- Los ingleses exageran la importancia de la flota española, pues según el Mercurius Politicus, se componía de “16 barcos grandes”. Para el redactor de la noticia, aquellos 9 mercantes desartillados y 2 barcos de guerra constituían una fuerza de casi sin igual parangón en la historia de los enfrentamientos navales.
- Los ingleses mienten al hablar del resultado del combate. Pese a la enorme desigualdad, sólo dos de los barcos mercantes (que no pudieron sacar del puerto) fueron capturados por los británicos pues, como vimos, la Capitana y la Almiranta fueron voladas por los españoles y no incendiadas por el enemigo, tres mercantes ardieron y el resto encalló. Pero insistirán en que hicieron una presa importantísima: «Logramos capturar siete u ocho barcos -dice Stayner- pero tan estropeados…que no pudimos sacar ninguno de ellos.»
Mas, de esto hablan menos, fueron muy grandes los daños en la flota inglesa, pues además de perder su mejor navío, el Speaker, recuerden que averiados seriamente 10 barcos, acompañaron al St. George en el último viaje de Blake a Inglaterra a fin de ser allí reparados. Y el número de muertos y heridos fue mucho mayor por su parte que por la nuestra. Según la versión inglesa sufrieron 260 bajas, pero holandeses que viajaban en sus buques las cifran entre 400 y 700. No se saben a ciencia cierta nuestras pérdidas entre el personal de los barcos y sus refuerzos (indudablemente serían elevadas por el castigo a que fueron sometidos) pero en tierra sólo hay constancia de 3 muertos y menos de 20 heridos.
Resumamos:
- Los ingleses no cumplieron la misión (ni se apoderaron del cargamento ni causaron un grave quebranto a la flota de guerra española).
- Perdieron una buena fragata y resultaron seriamente averiados al menos otros 10 barcos.
- Fue mucho mayor el número de bajas sufridas por los atacantes que por los defensores
Conclusión: La primera cabeza de león, digan lo que digan desde Londres, está más que justificadamente colocada en el escudo de Santa Cruz de Tenerife (1).
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