En el artículo anterior se explicó la importancia que, para la organización defensiva de la América española –específicamente la Nueva España-, había significado la Guerra de los Siete Años y, sobre todo, la rivalidad España – Gran Bretaña.
Los conflictos armados que habían estallado desde mediados del siglo XVIII fueron ya enfrentamientos bélicos entre ejércitos y armadas regulares y estables que, además, rebasaban los confines meramente europeos para incursionar en otros teatros de operaciones, como Asia o América[1].
Los problemas armados contra Inglaterra, ya potenciales o reales, fueron frecuentes a lo largo de la segunda mitad del siglo y cada vez que se presentaron se tomaron providencias al respecto.
Es el caso del magnífico plan de defensa desarrollado en 1775 que, como se señaló en el artículo anterior, fue producto de brillantes ingenieros militares y del gobernador de Veracruz en ese momento[2].
De entrada el plan hacía hincapié en la necesidad de elaborar un mapa exacto del país; en él deberían establecerse la orografía, los cursos de agua, gargantas, desfiladeros y cualquier otro accidente del terreno que tuviera relación directa con las operaciones, es decir, se consideraba el empleo del terreno como medio para la defensa.
Partía del supuesto de que la invasión del virreinato se llevaría a cabo por las costas aledañas a Veracruz, especialmente por la protección que las naves enemigas encontrarían en el fondeadero de Antón Lizardo, distante cinco leguas del puerto y que contaba con las características necesarias para fondear los buques.
Evidentemente, el paso siguiente era elaborar un concienzudo estudio del terreno en el que se explicaba la localización de los pueblos y su número de habitantes, así como los recursos que contaban –tanto en cuanto a su empleo para la defensa, como para considerar el uso que pudiera darle el enemigo-, todo lo relativo a ríos y cursos de agua en general que permitieran conocer exactamente los accidentes, los pasos para los transportes, etc.; puntualizaba también en cuanto a las distancias entre las poblaciones y las condiciones en que se encontraban los caminos.
Es innegable que, desde el punto de vista militar, la información es de gran valor puesto que permite hacer cálculos respecto a las jornadas de marcha, municiones de boca y guerra, transportes y el empleo del terreno en las operaciones.
Dado el caso de que el enemigo penetrara tierra adentro, sería de utilidad para conocer los tiempos de avance y el alargamiento de sus líneas de comunicaciones y abastecimientos.
Muy interesantes resultan las propuestas relativas a la tropa; la infantería estaría formada por las milicias del país en un cincuenta por ciento y el resto lo compondrían los regimientos veteranos que llegaran de España; por su parte, la caballería se organizaría con las unidades que hubiera en el país.
La sugerencia no deja de ser interesante pues líneas abajo se exponía la problemática de tal composición: organizar al ejército predominantemente con tropas milicianas y escaso número de veteranos “sería oponer al enemigo un gigante inválido, poco digno de respeto por parte del enemigo”.
Se estimaba en poco la utilidad que pudieran prestar al servicio de las armas, se otorgaba más confianza a las unidades regulares; sin embargo, las condiciones sociales y demográficas de la Nueva España demostraron con el tiempo la dificultad de organizar un ejército con mayoría de tropas veteranas, por lo tanto, se priorizó la formación de milicias.
A pesar de las opiniones nada favorables respecto a la población novohispana, en realidad no quedó más remedio que hacer el reclutamiento en el virreinato.
Para salvar los inconvenientes que de esto se desprendía y mantener al ejército en condiciones de lucha, se puso atención en la instrucción, es decir, si no se podía contar con buenos hombres, inclinados casi naturalmente al servicio, el adiestramiento se encargaría de transformarlos en verdaderos soldados.
En esta cuestión y, por supuesto, en cuanto a la táctica, se intentó traer a la Nueva España lo último y más eficaz para la práctica de la guerra.
Al analizar la documentación saltan a la vista los cambios que se produjeron en muchos de los efectivos del ejército regular, hasta hacer de ellos auténticos hombres de armas.
Para efectos prácticos, las unidades se reunirían en la cabecera de su partido o en el lugar más a propósito; ahí se les instruiría en el manejo del armamento y las evoluciones sobre el terreno, después de lo cual regresarían a sus lugares de origen en donde el oficial veterano de cada compañía se encargaría de que cada domingo practicasen lo aprendido, con el objetivo de que no disminuyera la destreza que habían adquirido.
Una vez al año se reunirían en asamblea para llevar a cabo las evoluciones sobre el terreno y afirmar la uniformidad de los movimientos y formaciones.
La logística fue otro de los aspectos en los que se hizo hincapié y se atendió también a los criterios de vanguardia en Europa por medio de los cuales se debía dar prioridad a las operaciones militares, es decir, todo aquello que llevara consigo un soldado fuera suficiente y le permitiera a su vez desplazarse y maniobrar sobre el terreno con rapidez y agilidad.
El transporte de piezas de artillería, municiones, pertrechos y ganado de carga y tiro también fue materia de estudio en el plan de defensa, lo mismo que los abastecimientos de víveres.
La atención a heridos llevó su parte, es decir, se reorganizaron los hospitales ya existentes y se fundaron nuevos con la finalidad de que, en caso necesario, estuvieran en posibilidades de atender al personal fuera de combate.
Por último y a pesar de todas las propuestas, los autores del plan mencionaban las pocas esperanzas de llevar a cabo una correcta defensa de San Juan de Ulúa pues, de acuerdo con las condiciones de sus fortificaciones, soportaría máximo 15 días de sitio y, perdiéndose ese fuerte, se podría tomar la Nueva España.
Aunque no hubo necesidad de poner en práctica este plan, es interesante señalarlo como un importante ejercicio de defensa y si bien un ataque inglés era viable en la época, los esfuerzos por poner en estado de defensa a la Nueva España estuvieron sujetos a los vaivenes de la política económica española, por lo que estos intentos defensivos carecieron de integración y coherencia.
[1] La Guerra de Sucesión Austriaca o Guerra de la Pragmática Sanción (1740 – 1748) es un buen ejemplo: las operaciones militares se llevaron a cabo en varios teatros de operaciones, tanto en Europa (Alemania, Italia y los Países Bajos), como en América del Norte (Canadá), el Caribe y la India; la Guerra de los Siete Años también ejemplifica la ampliación de los teatros de operaciones en el siglo XVIII. [2] Plan de defensas del reino de la Nueva España por las costas colaterales a Veracruz comprendidas entre Alvarado y Zempoala. Archivo General de la Nación. Ramo: Indiferente de Guerra. Vol. 542 a; 26 fs. Toda la información vertida en el presente artículo está tomada del plan de defensa, por lo que no se volverá a citar.
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