Por Jessica Cohen Villaverde
“El terrorismo desafía la definición.” Así comienza un artículo publicado recientemente (Davis, 2013) y así estamos, lejos de una precisión conceptual, ambigüedad que no permite discernir si el terrorista es un luchador por las libertades, un premio Nobel de la Paz o un asesino de masas que se escuda tras un color político o una causa religiosa. Y estas disputas sobre una explicación detallada y exhaustiva continuarán largo y tendido, como ya vaticinó el historiador Walter Laquer.
Ponerse de acuerdo en una definición sería restringir las políticas antiterroristas de muchos Estados a aquellas, claro está, que sólo tengan por objeto la lucha contra este fenómeno. En este utópico contexto, ejecuciones extrajudiciales, intervenciones militares, acciones de dudosa legítima defensa o justificación de actos de tortura podrían no tener cabida dentro del derecho y las leyes internacionales.
Sin embargo, el actual escenario es más bien fruto de una “voluntaria” disfunción política que de una limitada comprensión humana. Como así recoge el citado artículo, una investigación australiana sobre terrorismo tomó como iniciativa el preguntar a niños de entre 14 y 15 años sobre lo que ellos entendían por este fenómeno. Básicamente el resultado fue la conjunción de tres factores: hay cosas que explotan, se hace para atemorizar a la población y tiene que ver con la política.
Tras numerosos esfuerzos para llegar a un entendimiento básico sobre terrorismo (Schimd A. Y Albert J. 1988, o el proyecto de UNSW 2009-2014), se ha puesto de evidencia que, si niños, académicos y legisladores son capaces de llegar a un buen grado de coherencia y entendimiento, el hecho de que los Estados y los organismos internacionales no lo hayan conseguido aún, denota ausencia de interés.
Las Naciones Unidas han debatido el significado de terrorismo desde 1963 y, con más ímpetu, si cabe, a raíz de los atentados del 11-S tras los cuales el Consejo de Seguridad aprobó la Resolución 1373 en la que se insta a los Estados miembros a: “… luchar con todos los medios, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, contra las amenazas a la paz y la seguridad internacionales representadas por los actos de terrorismo…” y se alude a la “…necesidad de que los Estados complementen la cooperación internacional adoptando otras medidas para prevenir y reprimir en sus territorios, por todos los medios legales, la financiación y preparación de esos actos de terrorismo…”, incluso en este marco se dejó sin precisar qué se entiende por acto de terrorismo. Ni si quiera el Estatuto de Roma que dio lugar a la creación del la Corte Penal Internacional (1998), dirimió esfuerzos en esta definición.
La descripción más cercana a una conceptualización del término, se recoge en la decisión Marco de la Unión Europea sobre la lucha contra el terrorismo (2002) en su artículo 1.1, en el que se enumeran una serie de conductas que pueden entenderse como “actos de terrorismo”, en tanto en cuanto “…por su naturaleza o su contexto, puedan lesionar gravemente a un país o a una organización internacional…” sin embargo, se exige previamente que los mismos, ya estén tipificados como delitos por los respectivos Derechos nacionales. Luego, queda por ver, diez años después, como muchos de los Estados miembros aplican esta Decisión Marco en sus respectivas legislaciones.
A modo de resumen, se hace necesaria –y se exige–, una respuesta internacional y conjunta a un fenómeno de definición ambigua, situación esta que permite la existencia de dos realidades solapadas, retroalimentadas y que poco o nada contribuyen al objetivo y eficacia de la lucha antiterrorista: los Estados mantienen total libertad para llevar a cabo políticas contraterroristas de dudosa legalidad, y los terroristas no encuentran en su camino una oposición firme ni homogénea hacia una actividad, cada vez más internacionalizada, más asimétrica y más sofisticada.
En este impreciso contexto, es donde surgen términos muy próximos al discutido, por ser circunstancias que pueden llegar a generarlo, pero que han de discernirse y definirse de manera autónoma.
EXTREMISMO
Conlleva mantener ideas o actitudes exageradas con respecto a la norma imperante.
En algunos países se llega a utilizar de forma indistinta extremismo y radicalismo cuando afecta al contexto religioso y/o político. Es, en este sentido, como se recoge en los manuales de contraterrorismo de diversos países y en las definiciones y usos de instituciones especializadas en materia terrorista.
Incluso en el primer informe emitido en 2006 por el Grupo de trabajo sobre Radicalización y Extremismo, constituido en 2005 por la Estrategia Global de Contraterrorismo de las naciones Unidas y compuesto por 192 Estados, se utilizan ambos términos con la misma evocación.
Tras una detenida lectura en lo relativo a ambos conceptos en los libros y artículos presentados en la bibliografía anexa, desde la “Guía táctica de Referencia Militar” hasta la “Estrategia de los EEUU frente al extremismo violento y la radicalización” (Blanco, J.Mª 2011), la tendencia general es entender el radicalismo como proceso y el extremismo como la postura violenta que puede resultar del mismo, premisa que continuará en este análisis.
RADICALISMO
Término con una denotada connotación cultural, por lo que ha de atenderse previamente al contexto en el que se pretende concretar, es un proceso tanto psicológico como social. La conducta radical, además de ser exagerada, extrema, se caracteriza por rechazar toda postura que se oponga.
La Teoría del Choque de Civilizaciones (Huntington, S. 1993) es fundamental para entender que hechos tildados de radicales en una zona, sean considerados normales en otra. El axioma del que parte Huntington es que, tras el final de la guerra fría y la pérdida de hegemonía de los grandes bloques, los nuevos conflictos surgirían entre civilizaciones y por razones culturales y/o religiosas, no entre potencias ideológicamente distantes. Estas denominadas líneas de fractura entre las distintas civilizaciones y una lectura e interiorización inadecuada de las mismas, son factores generadores de posturas radicales que, en última instancia pueden llegar a inspirar actos de terrorismo pero, cuya existencia, no es suficiente para producirlos.
Es por tanto necesario delimitar el significado de radicalismo y discernirlo de otros conceptos (Sedwick, 2010). De este modo, existen una variedad de acciones que no son terrorismo pero sí se encuentran muy ligadas al mismo, al igual que aquellas actitudes sin las cuales éste no existiría.
Como ideología, el radicalismo cuestiona la legitimidad de las normas y políticas establecidas entendiendo que las suyas propias son las únicas válidas y despreciando las demás. Es una postura totalmente intransigente con lo diferente, pero no implica necesariamente llegar a la violencia.
El servicio de inteligencia holandés (AIVD), con gran experiencia en publicaciones sobre islamismo radical, ha contribuido de manera especial (Jordán, J., 2009) a proporcionar una definición de radicalismo en la que no se excluye la existencia de un posible comportamiento violento, pero en la que sí se exige la necesaria afectación al sistema democrático: “la búsqueda y/o apoyo a profundos cambios en la sociedad que puedan constituir un peligro para el orden jurídico democrático, dando lugar al uso de medios no democráticos que pueden dañar el orden legal” (definición adaptada al castellano).
En cuanto al radicalismo religioso también pueden observarse diferentes estrategias y grados de interiorización; desde acciones políticas reformistas hasta el fortalecimiento de la comunidad de los creyentes mediante obras misionales.
Desde una perspectiva psico-conductual (McCauley y Moskalenko, 2008) se alude a la necesidad de la existencia de un escenario de acción-reacción en el que se dan dos factores: de un lado los radicales propiamente dichos y de otro un enemigo potencial que simboliza la amenaza. Esto requiere comprender la dinámica de los conflictos intergrupales pues estos se desarrollan en el tiempo. En la tabla presentada a continuación se explica, de forma breve, los diferentes niveles de radicalización atendiendo a si esta se produce de manera individual, grupal o en masa.
Nivel de radicalización |
Mecanismo |
Individual |
Victimización personal: el individuo cree que ha sido atacado en su persona. |
Motivación política: se busca proteger a un grupo en respuesta a hechos o políticas amenazantes. | |
Unión a un grupo radical: consecuencia de su propia integración en este grupo, su comportamiento es cada vez más radical (fenómeno de la “pendiente resbaladiza”) | |
Unión a un grupo radical por amor: la persona participa de las actividades del grupo fruto de un amor romántico o de la camaradería. | |
Grupal |
Grupos externos en grupos de la misma opinión: la presión del grupo hace que las ideas sean cada vez más afines y más radicales. |
Cohesión extrema bajo soledad y amenazas: lo que aumenta la presión para el consenso y el cumplimiento. | |
Competición por la misma base de apoyo: se atraen nuevos seguidores y recursos demostrando que el grupo es más fiel a la causa que otros en competencia. | |
Competición con el poder del Estado: se intensifica el compromiso de los miembros con el grupo a medida que el Estado trata de anularlos. En lugar de renunciar, se hacen más fuertes (fenómeno de “condensación”) | |
Competición intragrupal o fisión: consecuencia de la competencia entre los propios miembros del mismo. Lo que da lugar, en muchas ocasiones, al nacimiento de grupos mucho más radicales. | |
Masas |
Conflicto con un exogrupo – políticas jujitsu: ideas como patriotismo o nacionalismo incrementan la idea de amenaza hacia lo de fuera. |
Conflicto con un exogrupo – odio: se deshumaniza al enemigo, «él es el malo y nosotros los buenos». Los conflictos son un perfecto caldo de cultivo de este fenómeno. | |
Conflicto con un exogrupo – martirio: disposición a morir por una causa, sobre todo cuando el estatus alcanzado cuando se es mártir, es alto. |
Distintos niveles del mecanismo de radicalización (adaptado de McCauley y Moskalenko, 2008 y Start Researcher Brief 2008)
Radicalismo/extremismo violento
Surge como resultado de la interacción de múltiples factores. En este proceso el individuo, o colectivo, puede presentar distintos niveles de radicalización, desde la tolerancia o justificación del uso la violencia hasta la exteriorización de comportamientos violentos propiamente dichos. Tiene su origen en los círculos políticos de la UE, siendo acuñado tras los atentados del 11 de marzo de Madrid.
Como así destaca la comunicación de la Comisión Europea (2005), el proceso de radicalización violenta es el “fenómeno en virtud del cual las personas se adhieren a opiniones, puntos de vista e ideas que pueden conducirlas a cometer actos terroristas”.
El adjetivo “violento” también da lugar a cierta ambigüedad conceptual (hasta ocho acepciones diferentes se pueden encontrar en el diccionario de la Real Academia Española), por ello, la mencionada Comisión alude a la exigencia de una violencia específica para entender que el radicalismo/extremismo violento es terrorismo, cuando esta sea político y/o religioso.
FANATISMO
No sólo es religioso, sino también racial o político. Viene dado por la persona que se muestra inflexible ante el que trata de demostrar el porqué valora superior la idea que ha hecho suya. Es intransigente a modificaciones.
La inclinación que siente una sujeto de ideología fanática a imponer su doctrina, puede hacerlo propenso a utilizar como medio la violencia luego, nuevamente estaríamos hablando de diversos grados de interiorización dependiendo del individuo en cuestión. Limita la libertad y el psiquismo de quien lo profesa al no ser capaz de cuestionarse ningún interrogante, sea cual sea su procedencia.
A nivel psicológico, recientes estudios han puesto de evidencia que aquellas personas con más ansiedad e incertidumbre son más proclives a adoptar posturas de fanatismo, sobretodo en cuestiones religiosas, funcionando, por tanto, como un proceso de regulación emocional para controlar la propia ansiedad.
FUNDAMENTALISMO
Término que nace a finales del siglo XIX, principios del XX, debido a la oposición entre modernistas, o liberales, y conservadores en las iglesias protestantes norteamericanas en coincidencia con la Primera Guerra Mundial.
Socialmente se exterioriza mediante el rechazo a los discursos de la modernidad y la secularización en las sociedades de acogida. Pese a sus raíces, el fundamentalismo se manifiesta en una amplia variedad de religiones como el hinduismo, el judaísmo, el cristianismo o el islam.
BIBLIOGRAFÍA Y ENLACES DE REFERENCIA
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“El terrorismo desafía la definición” | Security & Intelligence OSINT | Scoop.it
18 enero 2013
[…] […]
Francisco
18 enero 2013
Un magnifico trabajo ¡Felicidades!