Desde su aparición en 1982, y su iniciación política una década más tarde, Hezbollah no ha parado de ganar poder y presencia con el transcurso de los acontecimientos. Ya pasado el pináculo bélico de la guerra en Siria los epicentros de poder comienzan a preparar una salida política a un conflicto que comenzó como fratricida, pero que ha servido de tablero para justificar el respaldo a los intereses de cada nación tanto a escala regional como ecuménica. Desde 2011 Siria ha sido el escenario que ha representado la alianza de poderes e influencias en la región. Dentro de tal cuadro las disputas se han solapado para hilvanar nuevos vínculos y fortalecer aquellos vetustos.
Hezbollah ha pasado de ser un actor comarcal a convertirse en un agente estratégico en la reestructuración de Oriente Próximo, una vez reafirmado el régimen de Assad y despojado de supremacía territorial al autodenominado Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés).
La situación aún está por definirse, pero sin duda la presencia que ha tenido la bota castrista de la milicia libanesa chií en el devenir de la guerra siria prueba la resolución sobre su poder real. La entente entre Moscú, Teherán y la propia Hezbollah muestra una triangulación que, aún con una jerarquía claramente definida, hace valer el calibre geoestratégico y poder táctico de la organización liderada por Hassan Nasrallah. Así queda patente dentro del territorio nacional, dónde ésta marca las pautas y los ritmos, tanto a nivel político – tienen representación parlamentaria para disolver el Gobierno – ,como en el ámbito militar – su capacidad militar es superior al mismo Ejército libanés (LAF).
Con la vía política cobrando cada vez más fuerza en la resolución sobre Siria se abre un nuevo capítulo sobre el futuro del Líbano. Este último lleva décadas actuando como apéndice del régimen baazista de Assad, y en consecuencia todo lo que ocurra en Siria tendrá tectónicas implicaciones en el metabolismo estatal libanés, y en Hezbollah. Prueba de ellos son las cifras de combatientes libaneses caídos en el frente sirio: a principios de este año las bajas superaban el millar (1048), la nacionalidad con más bajas; a la que le siguen la afgana (606) y la iraní (482).
A pesar de ello, el grupo libanés ha evolucionado, ganado en repercusión y poder, sin embargo, la misma alianza que ahora mantiene con Teherán y Moscú conlleva también una contención estratégica a las que antes no debía atender: sus aliados pueden defender su papel en el Líbano, pero no significa que estén dispuestos a entrar en guerra por ellos. Especialmente respecto a Israel, a la que Rusia no le importa tensar pero no hasta un punto irreversible.
Ante tal situación, la milicia chií dirigida por Nasrallah se encuentra en una dicotomía que puede determinar la tendencia orgánica de la formación, y en consecuencia, la percepción de esta en el exterior. La agrupación chií ha priorizado su papel táctico en Siria, y ahora que el régimen de Assad parece reafirmarse está por ver qué estrategia asume Hezbollah tras su participación en la guerra.
Otro de los aspectos que debe solventar la organización es la reincorporación de los milicianos retornados de Siria. Más allá de poder hacer una demostración de fuerza en su propio territorio – ya contrastada, por otro lado -, Hezbollah debe medir el papel de estos efectivos y sus posibles ansias de mantener la dinámica de combate. Sobre todo si la cúpula de poder está más interesada en potenciar su orbe político, más ahora con la agresividad diplomática desde Rihad y en respuesta a todo lo sucedido en torno al primer ministro libanés, Saad Hariri.
Grupo insurgente u órgano político, Hezbollah tiene poder de determinación en el Líbano, un país satélite, pero no menos vulnerable a convertirse en el siguiente tablero bélico de Oriente Próximo. El grupo libanés liderado por Nasrallah está lejos de ser una potencia, sin embargo tiene la capacidad de hacer entrar en erupción a Medio Oriente de nuevo. Yemen, Siria, Líbano e Israel son prueba de ello.
No hay ningún comentario