Napoleón Bonaparte decía que para ganar una guerra hacían falta tres cosas: “dinero, dinero y dinero”. Si hoy le hiciéramos la misma pregunta a un líder occidental probablemente respondería: “dinero, eufemismos y una mayoría absoluta al inicio de la legislatura”. Tras la última carnicería del Mánchester Arena, en el que han muerto 22 personas y han resultado heridas 59, muchos se preguntan ¿y no vamos a hacer nada mientras hay un semi-estado terrorista en Oriente Medio que está ejecutando estas masacres?
No parece que las naciones aliadas tengan mucho apetito por reabrir de nuevo este melón. Las grandes promesas electorales de José Luis Rodríguez Zapatero y de Barack Obama fueron precisamente, acabar con la ominosa “Guerra de Iraq” y parecería un contrasentido volver sobre aquellos pasos. Según los últimos datos del Estado Mayor de la Defensa, España mantiene en Iraq una fuerza de 518 militares, incluyendo soldados y guardias civiles. Es un número alejado de los más de 1.521 que se llegaron a desplegar en Afganistán en 2005, con una amenaza terrorista de intensidad similar o incluso superior, hoy mantenemos un tercio de aquellas. Se me ocurren algunas causas de por qué una nación como España tendría serios obstáculos de optar por una intervención militar ampliada en Siria e Iraq, para derrotar a la sanguinaria Daesh.
Señalarte como halcón te convierte en blanco prioritario: Aquella nación que se señale como adalid de una intervención militar masiva la convierte en blanco prioritario para terroristas islámicos de Daesh. España vive, de momento, un perfil bajo en el que no se alardea ni se publicita su contribución a su misión de adiestramiento en Iraq. De todas formas, España ha pasado de tener 125 soldados y 25 guardias civiles a cuadruplicar esta cifra. Se está escalando el efectivo de forma discreta pero sensible.
La guerra es políticamente incorrecta: En una planificación de escenarios posibles de acción-reacción, cabe esperar que cualquier intervención militar contundente contra Daesh sería aprovechado por los grupos de ultra-izquierda. Se nos dirá que el Gobierno ha empezado una “nueva guerra” en la que van a morir mujeres y niños inocentes y se va a gastar muchísimo dinero, necesario para causas sociales. La sociedad moderna no tiene interiorizado el concepto de sufrimiento y menos aún el de utilizar la fuerza para conseguir paz y prosperidad. Para utilizar medios militares en nuestra sociedad es preciso contar con capital político abundante y fresco. No es el caso en España.
Ausencia de un relato valiente: El discurso político está alejado de paradigmas que supongan pedir más sacrificios a la sociedad en pos del bien común (máxime tras la crisis); no digamos ya liderar una postura internacional contundente. En su columna de ayer en ABC, Ignacio Camacho, lamenta que nos estamos acostumbrando a llorar tras masacres como las de Manchester, París, Estambul o Bruselas. Nos sentimos indignados y respetamos minutos de silencio pero no estamos dispuestos a pelear por nuestra seguridad. No es que haya un relato equivocado, es que sencillamente no hay relato.
Este tipo de restricciones socio-políticas tiene como paradoja que en las sociedad democráticas, el escrutinio a la clase dirigente es tal, que ésta tiene que medir muy bien las batallas que quiere librar. Batallas no bélicas claro está. A los grupos terroristas organizados les protege un concepto que ya hemos utilizado en CISDE en varias ocasiones: la “disuasión asimétrica”.
Desde la Guerra Fría y hasta la actualidad las grandes potencias nucleares se han tenido un máximo respeto por miedo a represalias atómicas. Ahora el miedo de los gobiernos es a salir maltrecho de una postura justa pero “políticamente cara”. Los conceptos de “disuasión mutua” o “disuasión nuclear” se han transformado en “disuasión asimétrica” el miedo de las naciones a entrar en escenarios de conflicto híbrido en los que no podrán controlar todas las variables de estabilización y pacificación de un país. Según un informe Carina Solmirano y Jakob Hallgren, el Congreso estima que en el periodo 2001-2011, Estados Unidos gastó 444.000 millones de dólares en la misión. Tras la retirada en 2014 los talibanes siguen existiendo y el país sigue evolucionando con plena precariedad. Se puede decir que Occidente perdió la guerra de Afganistán.
Hacer la guerra a los terroristas en lugares remotos es algo caro económicamente y muy caro políticamente. Los gobiernos y planeadores de la defensa no tienen miedo a los sistemas de armas de grupos como Daesh, tienen miedo a sus opiniones públicas y al escenario de pacificación posterior.
Esto los terroristas cuasi-estatales lo saben y lo aprovechan. Es su mejor arma, cuya gran potencia curiosamente no depende de ellos.
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