Por D. Enrique Embajador Pandora.
Segeda era una pequeña población situada en las inmediaciones del actual Belmonte de Perejil, a unos 12 kilómetros al Sureste de Calatayud.
Su prosperidad hizo que tratara de prolongar la amplitud de sus murallas, pero eso vulneraba el tratado suscrito con Sempronio Graco en el año 179 a.C. y en virtud del cual se especificaba “La imposibilidad radical u obligación estricta de no amurallar las ciudades existentes ni construir otras de nueva planta”. Por ello, al tener noticias el Senado romano de la construcción de la nueva muralla, envió emisarios recordando que el tratado lo prohibía. Según Diodoro, la respuesta de Segeda fue que el pacto no impedía ampliar y fortificar las ciudades antiguas, cosa normal en toda sociedad humana.
La contestación no satisfizo al Senado romano, ya que éste interpretaba que el espíritu del tratado implicaba que constituía “casus belli” la simple negativa a desalojar una fortificación, e incluso el amurallar la ampliación de una ciudad. En estas circunstancias, Roma volvió a demandar el tributo y la aportación de tropas, de lo que se les había eximido como gracia revocable. Segeda rechazó estas exigencias provocando el estallido de la que se ha denominado 2ª Guerra Celtibérica.[1] (154 a 133 a.C.).
Ante la presencia de los romanos en el valle del Jalón, y dado que los segedanos no habían tenido tiempo de terminar la muralla nueva, objeto de la guerra que se iniciaba, huyeron al territorio de los arévacos, en el valle alto del Duero, rogándoles que les acogiesen, lo que éstos hicieron en virtud de los acuerdos a los que habían llegado entre ambos pueblos[2]
En este contexto, el 20 de Agosto del año 153, el cónsul Fulvio Nobilior partió desde Ocilis (Medinaceli) en dirección a Numancia, ciudad en la que se habían refugiado los segedanos fugitivos, con la intención de castigarlos así como a sus aliados. En su camino hacia esta última ciudad, pasó del valle del Jalón al del Duero y tras dos días de marcha situó su campamento en la confluencia de este último río con el Rituerta, entre Almazán y Numancia, a unos 20 km, de cada plaza[3].
Al amanecer del 23 de Agosto se inició la marcha sobre Numancia con el siguiente despliegue: una exploración lejana de caballería, poco densa, con algunos infantes auxiliares; a continuación, una fuerte vanguardia, integrada por la mitad de las fuerzas auxiliares indígenas; luego, el grueso, constituido por las dos legiones, y, por último, como retaguardia, la otra mitad de los aliados. Esta formación, que marchaba en columna de a tres en fondo, cubría una distancia de, aproximadamente, diez kilómetros. Detrás, muy retrasada, se desplazaba la impedimenta protegida por el resto de la caballería.
Hacia el medio día, la situación de la columna sería la siguiente: la fuerza de exploración habría llegado al Monte de las Ánimas, a la altura de la actual Soria; la cabeza de la vanguardia de la infantería estaría en la falda del Monte Cabezuela, en tanto que su retaguardia atravesaría el arroyo Valdano. La impedimenta, por su parte, daba un rodeo por Aldeafuente, a unos cinco kilómetros al Este de dicho arroyo.
Entre tanto, las fuerzas celtíberas, al mando de su caudillo Caro e integradas por la mayor parte de su ejército, llevaban más de un día dispuestas en una serie de posiciones que comprendían: la Sierra de Santa Ana y los Montes de Matamala y de Bardal, que aunque estaban situados a la otra orilla del Río Duero, tenían fácil comunicación con la orilla Este, merced a los muchos vados existentes debido a la época del año.
Tendrían estos montes sus cumbres peladas, pero sus laderas estarían cubiertas de espeso arbolado y monte bajo, que prestaría la cobertura suficiente para las fuerzas de Caro, distribuidas en una extensión de más de seis kilómetros.
El combate se inició con un ataque por sorpresa sobre la fuerza de exploración que produjo su completa aniquilación, de modo que cuando llegó la infantería fue también sorprendida por los celtíberos.
Tras sobreponerse, los romanos retrocedieron combatiendo hasta la Meseta de Gomara, distante unos seis kilómetros al Sureste de la zona de emboscada y donde fueron por fin auxiliados por las fuerzas de caballería, que tardó mucho en acudir a la lucha, dada su retrasada ubicación en el despliegue inicial.[4]
Del grado de sorpresa conseguido y de la dureza de los combates son muestra el número de bajas en el campo romano, las cuales se estimaron en 12000, la mitad de ellos legionarios, lo que supondría el cincuenta por ciento de sus efectivos totales. Sin embargo, la batalla resultó también muy costosa para los arévacos que tuvieron igualmente muchas bajas, 6000 según Apiano, entre ellas la de Caro, su caudillo, que murió heroicamente frente a la caballería romana. La muerte de su jefe abatió a los arévacos, que sin él no pudieron explotar la victoria, retirándose aquella noche a su fortaleza de Numancia, poniendo fin a la batalla.[5]
[1] GÁRATE CÓRDOBA, José María: “Historia del Ejército Español”, Gráficas BeCeFe SA, Madrid, 1981, p. 174.
[2] Ibidem. pp. 175 a 177.
[3] Ibidem, p. 177.
[4] KINDELÁN, Alfredo: “Europa, su forja en cien batallas, Madrid, 1952, pp. 214 y 215.
[5] GÁRATE CÓRDOBA, José María: “Historia del Ejército Español”, Gráficas BeCeFe SA, Madrid, 1981, pp. 177 y 178
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