La Legión, un ejemplo a seguir

Por GB D. Agustín Alcázar Segura.

Los primeros once años de mi vida transcurrieron en la Zona Norte de Marruecos, alternando entre Melilla, Río Martín (en las proximidades de Tetuán) y Segangan (cerca de Melilla). Esta fue la tierra donde nació, vivió y combatió La Legión, y de esta tierra proceden mis primeros recuerdos conscientes de los legionarios, representados por la orgullosa figura de aquellos centinelas que, en la puerta de acuar­telamientos como el de Tahuima o Dar Riffien, se asemejaban a gigan­tescas estatuas pétreas de hombres erguidos que, mirando al cie­lo, ni siquiera pestañeaban.

Otra imagen que tengo grabada de aquella época, pertenece a un desfile en el paseo de las Palmeras de Tetuán, en el que los legionarios marchaban, a su paso característico, arrastrando unos cañones pequeños, junto a aquellos otros magníficos soldados, los regulares, que, al son de chirimías y panderos, y ataviados con sus zaragüelles y turbantes, desfilaban con su peculiar paso cansino.

Durante aquellos años, los himnos y canciones legionarias eran referente obligado para reflejar el heroísmo, la abnegación, el espí­ritu de sacrificio, el valor o el compañerismo, virtudes todas ellas que constituyen el ideal de la conducta militar. Así mismo, el legionario era ese soldado que «avanzaba cuando más duro era el fuego y, sin temor al empuje del enemigo exalta­do, sabía morir como un bravo rescatando la Enseña de la Patria» y La Legión ese mundo donde «cada uno sería lo que quisiera, nada importaba su vida anterior, pero juntos formaban bandera que daba a La Legión su más alto honor».

El solo nombre de La legión evocaba de inmediato hechos míti­cos como: «el blocao de la muerte», «Melilla», «Nador», «Uixan», «Tizzi Assa», «Coba Darsa» y otro sinfín de ellos cuya enu­meración llenaría sobradamente estas páginas, y en los que La Legión y sus legionarios aparecían como protagonistas destacados.

Junto a esos lugares, aparecen hombres que despiertan nues­tra admiración por su valor heroico. Muchos son los héroes que La Legión ha proporcionado desde sus filas, pero quiero citar tan sólo a algunos de aquellos que, saliendo de los escalones más modes­tos, el  legionario, llenaron de gloria sus historiales.

Quisiera rendir homenaje en primer lugar a ese reducido gru­po de legionarios que, al mando del Cabo Suceso Terreros prota­gonizó esa hazaña memorable del «blocao de la muerte», donde el valor, espíritu de sacrificio y abnegación brillaron en su más alto grado.

El Tercio acogió bajo su Bandera a muchos extranjeros que encontraron en esta Unidad una razón para vivir o morir. Así, quiero recordar al Comandante D. Carlos Tiede Zeden, ese ale­mán de nacimiento que, habiendo sido Oficial en su país de ori­gen, ingresó de simple legionario en el Tercio y, en Octubre de 1927, había recuperado de nuevo sus galones, ahora combatiendo en nuestra Legión, muriendo como conse­cuencia de las heridas recibidas en combate en 1937, tras haber sido condecorado con la Medalla Militar Individual.

Así mismo, no puedo dejar de citar aquí a ese héroe legendario, el Teniente Coronel Piris, que desde su ingreso como legionario, en Octubre de 1920, recorrió un rosario de más de 300 hechos de armas, vertió su sangre en ocho ocasiones, fue condecorado con la Medalla Militar Individual y alcanzó el grado de Teniente Coronel, único caso en la escala legionaria.

La lista se haría interminable, pero no quiero finalizar este bre­ve recorrido sin mencionar a sus dos últimos laureados, el legio­nario Maderal Oleaga y el Brigada Fadrique, muertos heroicamente en Edchera (antiguo Sáhara español) el 13 de Enero de 1958 protegiendo el repliegue de su Sección, de la que habían sido bajas 20 de sus 31 componentes.

Todos ellos constituyen ejemplos de soldados no sólo para La Legión sino para todo el Ejército Español. Su sacrificio o su muer­te no fueron inútiles y es admirable contemplar como La Legión cuida su recuerdo. Actos como el «Sábado legionario», durante el homenaje a sus muertos, ponen los «vellos de pun­ta» al más curtido de los soldados, cuando al paso del Cristo, toda la formación, reprimiendo las lágrimas que pugnan por asomar a los ojos, entonan los acordes del «Novio de la Muerte».

Ese culto por su historia y sus tradiciones, incluso las más sen­cillas, es algo que asombra a quienes se encuentran con La Legión. Así, recorrer las salas de su museo en Ceuta, bajo la música de fondo de las canciones legionarias, ponen al visitante en contacto profundo con esa maravillosa historia legionaria en la que nadie que haya figurado en sus filas es un extraño y donde hasta los más humildes, como el recuerdo a la última cantinera de la Legión, «La Peque», tiene su propio rincón.

Quiero finalizar este breve recorrido por El Tercio citando una frase que escuché a finales de los años noventa, durante un Seminario en el que se discutían asuntos de gran trascendencia para La Legión, pronunciada con unanimidad y absoluto convencimiento por todos los Oficiales que asistían al mismo,: nosotros queremos ser los escudos que se interpongan entre nuestras vanguardias y el enemigo. ¿Qué se puede responder ante esto?


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