Lucas Martín Serrano.
Hace algo más de dos meses se cumplía el primer aniversario de lo que podríamos considerar la culminación de la primera fase de una operación perfectamente calculada y planeada. Me estoy refiriendo a la anexión por parte de Rusia de la península de Crimea.
Mucho se ha hablado sobre la osadía rusa al desafiar de un modo flagrante y descarado la legalidad internacional invadiendo un país vecino y anexionándose una parte del mismo, al tiempo que, apoya a los separatistas que luchan por segregar la zona este del mismo.
Pero algo sobre lo que parece no haber reflexionado nadie, ha sido sobre lo complejo de dicha operación, y más aún sobre la posibilidad de que una operación similar pueda haber comenzado ya, sólo que algo más al norte.
Una acción de tal magnitud no puede improvisarse bajo ningún concepto. Ha de ser meticulosamente preparada y coordinada. Y después de ver cómo se llevó esta a cabo, es más que evidente que lo que sucedió hace algo más de un año fue simple y llanamente la ejecución de la última fase de la misma, pero la operación en sí hubo de iniciarse varios meses antes.
La duda, a mi entender, estriba en si se aprovechó una situación favorable para sacar de un cajón dicho plan, o si por el contrario, dichas condiciones necesarias para su activación, fueron establecidas de un modo intencionado como parte inicial de ese plan.
Pero ya fuese de un modo u otro, lo que está fuera de toda duda es que esa vieja aspiración rusa estaba plasmada negro sobre blanco esperando el momento adecuado.
Sea como sea, la concusión obtenida nos lleva a plantearnos otras preguntas de inquietante respuesta.
¿Qué ha llevado a Rusia a activar dichos planes?
Y no me refiero a los grandes razonamientos de índole económica o de balance de poder que indudablemente están detrás de todos estos acontecimientos, sino a los factores que han ayudado a que Rusia se crea legitimada para dar ese paso.
Entre esos factores tenemos en primer lugar la división interna, más o menos acentuada según el momento o el asunto específico, que domina tanto a la UE como a la OTAN. Esa falta de unión muestra la debilidad de aquellos que podrían hacer que Rusia dudase de llevar a cabo según qué acciones. Pero Rusia es perfectamente conocedora de dichas divisiones, y sabe perfectamente de la dificultad de lograr en el seno de ambas instituciones no ya unanimidad, sino la más elemental unidad de acción. Y como ejemplo más cercano y aplicable al caso tenemos la gran dificultad de lograr acuerdos sobre las sanciones a aplicar a Rusia por su acción en Ucrania.
A lo anteriormente mencionado hemos de añadir el factor militar. Actualmente el poderío militar ruso es muy superior al de Europa, y en algunos aspectos al de la OTAN en su conjunto. Esta afirmación, que puede resultar sorprendente o incuso atrevida tiene su fundamento cuando se tiene en cuenta no sólo el número de fuerzas en activo, sino las que permanecen en reserva y las capacidades de movilización. Y del mismo modo ocurre cuando nos referimos al material. Solo por poner un ejemplo, por no aburrir con cifras interminables, nos referiremos al número de carros de combate. Rusia tiene actualmente en servicio 2.750 carros, sin duda menos de los que teóricamente tienen los países europeos de la OTAN (a pesar de que países como Holanda se han deshecho de todo su parque de carros de combate). Pero estas cifras tienen doble cara, pues Rusia no sólo mantiene aproximadamente 15.000 carros más en reserva, sino que la otrora superioridad tecnológica de los sistemas de armas de la Alianza parece estar ahora del lado ruso. Por continuar con los carros de combate sólo citar la reciente entrada en producción del T-14 Armata, el único carro de 5ª generación en servicio en el mundo y que en pocos años va a formar la espina dorsal de las fuerzas acorazada rusas.
Esa manifiesta superioridad está avalada por tres factores:
- El constante incremento del gasto en defensa durante los últimos años, justo lo contrario de lo que han hecho los países europeos integrantes de la OTAN. Y las cifras son incontestables, mientras que en el periodo 2008 – 2012 el presupuesto de defensa de los países europeos integrantes de la OTAN disminuyó un 13,5%, y la tendencia continua siendo a la baja, en el periodo 2008 – 2013 Rusia incrementó su gasto en defensa en un 30%, siendo la tendencia prevista al alza.[i][ii]
- El desarrollo de nuevos sistemas de armas (como el mencionado carro T-14 y toda la serie de vehículos basados en la misma plataforma, pero al que hay que añadir las nuevas piezas de artillería autopropulsada con un alcance de 80 km, el avión de combate PAK 50, etc)
- Y por el retroceso en la formación y preparación de los ejércitos occidentales cuando a su empleo en un escenario convencional nos referimos.
Este último factor es consecuencia directa de la intervención en Afganistán. Durante más de diez años los ejércitos occidentales se han formado, preparado y equipado para luchar contra un enemigo asimétrico, al tiempo que los gobiernos adaptaban los presupuestos de defensa a atender prioritariamente las necesidades de este tipo de escenarios, y ahora hemos de afrontar las consecuencias.
La evidencia de esa superioridad es percibida claramente por Rusia como una debilidad de Europa, que no sólo la teme por lo que en sí significa, sino porque es muy consciente de que ningún país estaría dispuesto a asumir el coste de un conflicto bélico por muy legítimo que este fuera.
Es decir la Alianza, frente a Rusia, ha perdido su principal baza: la disuasión.
Por último y entrando más de lleno en el campo militar, y una vez que hemos dejado patente la inferioridad en este campo de Europa en su conjunto frente a Rusia sería interesante plantearnos un escenario posible aunque por ahora no probable.
Todos conocemos la situación del enclave ruso de Kaliningrado. Y del mismo modo conocemos la vieja aspiración rusa de poder unirlo por tierra con el resto del país.
A ello hemos de unir la afrenta que ve Rusia en la integración de los países bálticos en la OTAN.
Con todos estos datos tenemos una combinación perfecta para imaginar una situación similar a la creada en Ucrania, pero con una diferencia. Cualquier acción sobre esos países sería una acción contra un país miembro de la OTAN, lo cual provocaría automáticamente la invocación por parte de los afectados del artículo 5 del tratado. Pero los mecanismos de la Alianza son tan lentos y dificultosos que cuando se estuviera en condiciones de dar una respuesta a la hipotética acción, sería demasiado tarde, y entonces estaríamos hablando no de evitar que Rusia lograra su propósito, sino de recuperar aquello que ya habría ganado. Y esto inevitablemente llevaría a un conflicto mucho más costoso en todos los términos, algo que suscitaría a buen seguro divisiones en el seno de la Alianza, la cual quedaría herida de muerte desde el mismo momento en que uno solo de sus miembros no estuviera dispuesto a cumplir con sus obligaciones.
El resultado final y concreto de este hipotético escenario no podemos adelantarlo, lo que sí podemos asegurar es que sería una victoria para Rusia.
Lo más preocupante de todo lo expuesto es que Rusia tiene los dos elementos fundamentales y necesarios para seguir adelante. Por un lado, y como he mencionado, tiene la capacidad, y por otro, como ha dejado patente en Ucrania, tiene la voluntad. Y no solo eso, sino que ha comprobado que puede emplear la fuerza para anexionarse territorios, modificar fronteras y alcanzar sus objetivos sin que nadie trate de impedírselo.
Por lo que en el preciso momento en que considere que se dan las circunstancias adecuadas, volverá a hacerlo sin dudarlo.
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[i] EL GASTO EN DEFENSA EN LA OTAN Francisco Pérez Muinelo. www.Ieee.es Julio 2013
[ii] https://www.iiss.org/en/militarybalanceblog/blogsections
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