Por Carlos González de Escalada Álvarez
La opinión pública occidental observa con asombro cómo en Ucrania se están sucediendo una serie de hechos consumados sin que los gobiernos aliados estén demostrado capacidad de reacción alguna. Conculcando la Carta de Naciones Unidas en sus principios del derecho a la integridad territorial, el principio de no-injerencia o el de resolución pacífica de los conflictos, Rusia nada menos que invade Crimea y por toda reacción la Unión Europea y Estados Unidos… ¡sancionan a los asesores de Vladimir Putin!
La irresponsabilidad de Rusia hace un enorme daño al prestigio del derecho internacional, el Consejo de Seguridad, órgano de la ONU responsable de velar por la paz y la seguridad internacionales no puede actuar contra los rusos. Esto es así, porque resulta imposible dictar resolución alguna que no cuente con la unanimidad de «los cinco grandes», China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia. La disconformidad de alguno de estos cinco países priva las Naciones Unidas de la capacidad de hacer valer las disposiciones de su carta de forma coercitiva. La impunidad con la que actúa Rusia, erosionan la confianza en el CS y alimenta las críticas contra la supuesta «legalidad internacional»; algunas voces críticas argumentan que está basado en un sistema antidemocrático, controlado por un grupo reducido de naciones que incluye dos dictaduras. Para colmo ahora una de ellas invade alegremente a un país vecino sin que se tome la menor medida contra ella.
Tampoco al margen de la ONU se ha hecho gran cosa. Al margen de cautas declaraciones, tanto la Unión Europea, como Estados Unidos, como la OTAN, pueden establecer su propio régimen de sanciones diplomáticas, económicas y comerciales. Pero hasta el momento, sólo se han establecido embargos de cuentas y bienes a personas físicas del entorno del presidente Putin. Sencillamente, no existe voluntad de ir más allá.
Sólo el secretario general saliente de la Alianza Atlántica, Anders Rasmussen ha advertido que una nueva intervención de Rusia en territorio ucraniano (la primera la da por buena) tendría «serias consecuencias» sin que se hayan concretado cuáles serían.
¿Miedo a Rusia?
¿Entonces qué pasa? ¿Occidente le tiene miedo a Rusia? Pues yo creo que no, que lo que pasa es que nuestra sociedad moderna le tiene miedo a lo incómodo; pánico al dolor; pavor a sacrificar nada por una convicción si ello supone una merma o un sacrificio. Rusia es el gran suministrador de gas natural de Europa, con un 25% en total, pero que en algunos países orientales llega al 100%. La dependencia energética es clara y nos guste o no, los rusos son socios comerciales. Si se produjera un embargo comercial, Rusia sufriría pero Europa pasaría frío. Lo que es peor, el precio de este suministro básico se dispararía y claro… ningún político está dispuesto a que suban los precios si ese es el peaje que supondría defender a Ucrania del oso ruso.
Nuestras sociedades pretenden algo tan irreal como defenderse a coste cero; imponer el orden internacional siempre y cuando salga gratis, o como mucho, enviando algún contingente con cargo a los presupuestos de Defensa. Pero ¡ay! nada de subidas de precios del gas, que entonces ya estamos jugando con el bolsillo del ciudadano.
Nuestra gran convicción colectiva no puede sólo ser el bienestar a toda costa, al que idolatramos como bien supremo muy por encima de nuestro deber de hacer el bien. La protección, el orden, la rectitud, la nobleza y el espíritu de defensa han de prevalecer sobre los valores puramente materiales de la sociedad.
Se da la circunstancia que el deseo inmoderado de alcanzar el máximo bienestar social, o incluso procurar la máxima protección solidaria, se convierten en factores de inestabilidad, en novísimas amenazas para nuestra seguridad, si ello supone que salir de la crisis y progresar consume todas nuestras energías y fuerzas morales como sociedad. A pesar de que estemos exhaustos, de que no nos reste apetito para jaleos, España y el resto de Europa no pueden abstraerse de deberes superiores, incluso a costa del interés económico. Además, si contemporizamos hoy, aumentamos las amenazas del mañana.
Capital político
El coste de ayudar a Ucrania tampoco sería sólo económico, también lo sería político. Resulta significativo que los adalides de la legalidad internacional no hayan hecho el menor comentario sobre la reciente conculcación de la carta de la ONU. Por eso también la división ideológica es una amenaza para la seguridad internacional. Si una parte de la izquierda da su aquiescencia la acción rusa, legitimándola, cualquier acción de disuasión se encontraría con oposición política. Esto es así porque en política se usan habitualmente dos varas de medir, al margen de qué es justo y qué no lo es. No parece probable, pues, que Mariano Rajoy consuma capital político ordenando el despliegue de una bandera paracaidista en Kiev. Es decir, la convicción de hacer lo correcto se subordina a la preservación política, porque dar en la batalla siempre hay desgaste y dolor. Como el resto de la sociedad, el político español huye del desgaste y del dolor.
Ucrania es una nación que quiere unirse al concierto occidental y debe ser apoyada con decisión. Si eso supone hacer frente a Rusia y que nos corten el gas, sea. Si tenemos que aguantar subidas coyunturales del 25% (durarían poco porque Gazprom no se va a suicidar) en la factura, sea. Claro que nos costará el dinero, pero habremos sacado adelante a un país aliado.
Eso es actuar con verdadera convicción.
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