Carlos González de Escalada Álvarez/ Sevilla
No le arriendo la ganancia al ministro de Defensa, don Pedro Morenés. Llegó al Ministerio de Defensa de un país rico: con ambiciosos programas de sistemas de armamento. Con importantes misiones internacionales en Líbano y Afganistán, con unas Fuerzas Armadas perfectamente profesionalizadas. ¿Un entorno prometedor para proyectar las Fuerzas Armadas españolas hacia un futuro aún más prestigioso e importante? Nada de eso. En lugar de eso, el ministro tiene que enfrentarse a un Ejército en contracción, en un entorno económico donde, hablemos claro, no hay dinero para pagar lo que se ha comprado para estar a la altura de un país aliado. Por si esto fuera poco, durante el Gobierno socialista, florecieron y crecieron las asociaciones de militares de carácter reivindicativo, alguna de las cuales habla abiertamente de «contratos basura» de los soldados o que los miembros de las Fuerzas Armadas carecen de «derechos humanos fundamentales». Ahí lleva usted eso, señor ministro.
Crisis social
El gran problema de España no es sólo económico, existe también una crisis de valores que ha ido instalando la idea de que es posible ganar mucho trabajando poco. La odiosa y terrible frase de que «los españoles no vivimos para trabajar sino que trabajamos para vivir» (yo digo que el trabajo, la familia, el ocio son prismas que nos hacen como personas y desde los que se puede alcanzar la plena felicidad) . Esta división social ha llevado, en su extremo, a la quimera de que es posible exigir al erario público que sea garante de todos los parabienes (subsidios, subvenciones, rentas de subsistencia); mientras que otros muchos españoles están agobiados pagando impuestos y soportando salarios misérrimos dado el coste prohibitivo de su contratación. Es decir, se impone la idea de que media España está viviendo de la otra media. Desde algunas filas, se denigra al emprendedor como a alguien malvado que busca su lucro personal, al margen de la solidaridad social. No hay un duro para nada, todos piden, y en medio de la vorágine se habla del gasto militar, que por lo pronto en los últimos tres años se ha reducido un 20%.
Este es el panorama en el que le ha tocado dirigir los asuntos de la Defensa a nuestro ministro, que bastante tiene con evitar que se le termine de hundir el barco. Por un lado, tiene que hacer frente a los programas de adquisiciones de sistemas de armas ya comprometidos: «Eurofighter, A400m, NH90, BPE, BAM, F100, S80, NH-90, 8×8, S80, Leopard 2″… son un rosario de «palabrotas», que denominan sistemas de armas excelentes, pero que tienen el inconveniente de costar mucho dinero. Traducidas estas palabras, significa que España está embarcada en modernizar sus cazas, aviones de transporte, helicópteros, portaviones, patrulleros, fragatas, submarinos, blindados medios y carros de combate… y aquí no hay un duro, oiga.
Crisis vocacional
Otro problema sin precedentes es la crisis vocacional en gran parte de las Fuerzas Armadas. Antiguamente, la gente se hacía militar a pesar de los sacrificios y adversidades que conllevaba la vida militar: escasa paga, largas horas, cambios de destino, derechos constitucionales limitados. Ahora esto está cambiando. Es comprensible que un militar quiera tener siempre mejores condiciones en su destino (me resisto a llamarlo puesto de trabajo), pero no lo es tanto que pretenda tener los mismos derechos que cualquier otro funcionario, porque a un celador de un hospital no se le pide que avance sin rechistar bajo fuego enemigo para tomar un punto estratégico. El civil y el militar son mundos diferentes y deben seguir siéndolo.
Las estrecheces y apreturas de los militares no son nada nuevo, los famosos Tercios españoles llegaron a amotinarse en ocasiones… cuando llevaban varios años sin cobrar. Aún así la gente se hacía militar por ser una vida diferente, austera, aventurera. La ética del guerrero dispuesto a pasar mil estrecheces para defender a la sociedad. Exagero deliberadamente el ideal militar y alguien podrá decir que yo no subsisto con el salario de un soldado, es cierto; pero lo que sí es nuevo es el fenómeno asociativo-reivindicativo.
Unirse y reinvindicar, aunque se tenga razón en el fondo, es contrario al principio de que las quejas en las Fuerzas Armadas se llevan a cabo individualmente y por el conducto reglamentario. En una encuesta a nuestros lectores, el 63% de ellos considera que algunas asociaciones militares se comportan como sindicatos. Esta comparación es algo que a ellas no les gusta, pero es el reflejo que dan.
No es raro que el ministro Morenés haya podido anunciar pocas novedades. Como hoy los buenos alcaldes bastante tienen con ir estructurando la deuda de su ayuntamiento; hoy los ministros españoles se dedican a tapar huecos y a reducir drásticamente sus inversiones. No pueden hacer grandes cosas.
Sin embargo, el ministro de Defensa no debe renunciar a ser creativo y a tratar de hacer lo máximo con los recursos que tiene. Otros países, como Gran Bretaña, han optado por reducir el ejército regular y potenciar su reserva militar. El ministro acierta al potenciar los servicios de inteligencia militar, dado que en el conflicto asimétrico de poco valen los modernísimos sistemas de armas. Hay que potencier el factor humano, su talento. Las Fuerzas Armadas precisan de un liderazgo político fuerte y de claridad de ideas.
Y factor humano significa también escuchar al tejido social e incluso asociativo de las Fuerzas Armadas. Nuestros militares deben tener unas condiciones de vida y retributivas que sean dignas. Con la paga de un sargento no se puede pretender que éste arrastre a su familia por toda España, de destino en destino. Una cosa es sacrificarte por las Fuerzas Armadas y otra bien distinta es no poder darle un mínimo a tus hijos. De lo contrario se agudizará el peligroso fenómeno de acantonamiento, que ya prevalece en muchas regiones: en las unidades canarias solo habrá canarios, en las madrileñas, sólo madrileños y en las gallegas, sólo gallegos. Esto no puede ser.
Ánimo, señor ministro.
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