El deterioro de las relaciones diplomáticas entre el Gobierno de Ankara y la administración Trump puede clasificarse como la crisis más grave entre ambos países en el último medio siglo. De hecho, diplomáticos turcos y estadounidenses comenzaron ayer conversaciones en Ankara para intentar retroceder hasta la posición en la que se encontraban ambos ejecutivos hace dos semanas, antes de que se desatara una guerra de vetos migratorios.
La misión diplomática estadounidense en Ankara suspendió el otorgamiento de visas para los no migrantes después de que el Gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan acusara a Metin Topuz, miembro del personal de la embajada americana – encargado de cooperar con las fuerzas del orden turco en asuntos relacionados con el tráfico de drogas así como el crimen organizado- de espionaje.
Por su parte, el ejecutivo turco reaccionó de forma recíproca, suspendiendo todas las visas a ciudadanos estadounidenses. “Washington está poniendo en peligro su relación con Ankara a causa de un embajador presuntuoso”, advirtió el presidente turco al Gobierno americano. Además, los islamistas cursaron una segunda orden de detención contra dos familiares de un segundo empleado del consulado estadounidense en Estambul. “El culpable en este problema es Estados Unidos”, apuntó de nuevo Erdogan.
Como efecto de este pulso político la lira turca que se desplomó inmediatamente a mínimos históricos. Durante tres jornadas consecutivas la divisa alcanzó los 4’33 TL al cambio con el euro. En total, son diez los meses de caída en picado que han provocado que la moneda pierda un tercio de su valor, lo que ahuyentando a los inversores extranjeros. Por su parte, la organización de empresarios turca Tüsiad ha instado al Gobierno de Erdogan a hacer todo lo necesario para resolver la crisis diplomática con Estados Unidos “lo antes posible”.
Sin embargo, ambas administraciones están cada día más lejos de acercar posturas. Los intereses en los conflictos de Oriente Próximo sitúan a ambos gobiernos en posiciones completamente análogas: mientras Estados Unidos continúa armando a las milicias kurdas en Siria en su lucha contra el autodenominado Estado Islámico, (Daesh, por sus siglas en árabe), Turquía ha abierto un frente que se extiende hasta Idlib, localidad situada en el norte Siria, contra las Unidades de Protección Popular, (YPG), aliadas del Gobierno norteamericano.
El distanciamiento entre los ejecutivos ha sido además aprovechado por Erdogan para realizar un movimiento estratégico hacia Moscú, cuyas relaciones se caracterizan por fuertes momentos de altibajos. Turquía ha comprado un sistema de defensa antimisiles que ha resultado capital a la hora de trazar su nueva hoja de ruta en Siria.
Pero, la política exterior no es la única causa que mantiene enfrentadas a ambas administraciones. El principal motivo del enfado de Erdogan tiene nombre y apellidos: Fetullah Gülen, el clérigo, -antaño aliado de Erdogan- al que Ankara acusa de liderar la asonada del pasado 15 de julio de 2016. Desde entonces, Turquía solicita a Estados Unidos la extradición del teólogo sufí en vano, pese al intento de pactar un intercambio: el Gobierno islamista propone que Washington entregue a Gülen a cambio de la excarcelación de Andrew Brunson, un pastor protestante acusado de mantener lazos con la secta gülenista.
Última oportunidad
Las conversaciones entre los islamistas y Jonathan Cohen, subsecretario adjunto de Estados Unidos, se han retomado con la esperanza de que las hostilidades diplomáticas entre ambas administraciones lleguen a su punto y final. “Esta fue una crisis innecesaria”, aseguró ante la prensa, Mevlüt Çavuşoğlu, ministro de Relaciones Exteriores, que espera encauzar una nueva vía de diálogo entre los dos socios de la Alianza Atlántica (OTAN).
Ankara, sigue siendo un aliado de la OTAN, y ambos países coordinan conjuntamente operaciones militares en la región.
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