El pasado 7 de octubre, las tropas polacas informaron de ataques por parte de su vecina Bielorrusia. A pesar de que no hubo ningún herido, y los soldados bielorrusos emplearon probablemente munición de fogueo, el altercado es una muestra más de la tensión acumulada en la región desde que Moscú asumió el control del gobierno en Minsk con el objetivo de apuntalar en el poder al autoritario presidente bielorruso, Aleksandr Lukashenko.
La tensión en la frontera de los dos países también se ha visto incrementada como consecuencia de la oleada de migrantes, que ha originado una crisis humanitaria al mismo tiempo que ha empeorado la delicada situación de seguridad en la zona. Los migrantes se dirigen en su mayoría hacia Polonia, además de a otros países vecinos como Letonia y Lituania, y los polacos acusan a Bielorrusia de convertir la migración en un arma contra su país, señalando también al propio Lukashensko, al que culpan de ofrecer pagos para que los migrantes se desplacen a Polonia.
El Consejo de Ministros polaco ha aprobado un proyecto de ley en el que se establece el levantamiento de una barrera a lo largo de su frontera con Bielorrusia. La construcción de dicha barrera supondría un gasto de aproximadamente 1.600 millones de eslotis (400 millones de dólares).
Otra de las medidas aprobadas por el Parlamento tendría como objetivo legalizar la expulsión de los migrantes en la frontera. Según la Guardia Fronteriza, hasta el pasado domingo se han contabilizado unos 9.600 intentos de cruzar la frontera de forma ilegal.
Ante tal aumento del flujo migratorio, casi 6.000 soldados polacos se encuentran en estos momentos desplegados en la zona protegiendo la frontera del país con Bielorrusia como medida de seguridad, según informó esta semana el ministro de defensa de Polonia.
Debemos tener en cuenta que los gobiernos occidentales se han negado a reconocer a Lukashenko como presidente legítimo, y han impuesto a Bielorrusia sanciones por la represión contra la oposición política, así como medios de comunicación independientes, grupos de derechos humanos e incluso la propia sociedad civil.
La Unión Europea ha acusado a Lukashenko de instar a su propia población a migrar al país vecino con el objetivo de alterar la situación de Polonia, catalogando los sucesos como “guerra híbrida” en respuesta a las sanciones impuestas al gobierno de Minsk.
Estos sucesos podrían ser el presagio de tensiones mucho mayores: una señal de hasta qué punto Bielorrusia ha sido reabsorbida por Rusia. Sin el respaldo de Moscú, no parece probable que el presidente Lukashenko tuviera intenciones de enemistarse con Polonia, teniendo en cuenta que esta tiene una población cuatro veces mayor.
En última instancia, parece que Bielorrusia ha dejado de actuar como un organismo independiente. Antes de las protestas que casi llevaron al derrocamiento de Lukashenko en 2020, se percibía un esfuerzo por intentar mantener una sensación de independencia frente Moscú. Incluso parecía observarse en el propio Lukashenko cierta resistencia a la presión del Kremlin que pretendía establecer una unión económica real.
A día de hoy, cualquier muestra de sobriedad ha desaparecido. Tras varios meses de reiteradas negativas en lo que respecta a la fusión entre Rusia y Bielorrusia, los dos países anunciaron a principios del mes pasado que estaban en proceso de integrar formalmente sus economías. A corto plazo, se unirán sus mercados energéticos, y Moscú está decidido a conceder un préstamo de 630 millones de dólares para paliar los daños causados por las sanciones impuestas a Biolorrusia, además de aliviar la precariedad financiera que atraviesa el país.
Los dos líderes se han pronunciado sobre este acercamiento: “avanzamos como países civilizados, juntos, en unión, casi un solo pueblo”, dijo Lukashenko. Mientras que Putin, aunque afirmó que la unión política se encontraba en su agenda, negó que este asunto se discutiera en conversaciones recientes. “Primero se deben sentar las bases económicas antes de seguir avanzando en la vía política”, declaró.
El anuncio estuvo precedido por ejercicios militares, que se realizaron de forma conjunta entre los dos países. El ejercicio Zapad-21 es celebrado cada cuatro años, y en dichas maniobras se simula un hipotético conflicto con la OTAN (“zapad” en ruso significa “occidente”). Esta práctica siempre causa inquietud a los países integrantes de la OTAN, y el hecho de que este año Bielorrusia haya participado quiere decir que Moscú podría controlar los dos ejércitos.
También cabe señalar que recientemente Bielorrusia ha comprado misiles S-400 a Rusia. Este hecho, confirmado en enero, hizo saltar todas las alarmas. Varias de las unidades de estos misiles han sido instaladas a unos tres kilómetros de la frontera polaca, y ante tal proximidad el primer ministro de Polonia declaró el estado de emergencia durante el desarrollo de las maniobras conjuntas.
Pero no todo son malas noticias para Varsovia. Un reciente acuerdo con Washington para vender al país cazas F-35A, dotará a su fuerza aérea con un avión táctico que, en principio, el radar S-400 no es capaz de rastrear. Sin embargo, estos aviones todavía no han sido entregados, y el resto de la flota polaca es demasiados vulnerable a la detección, tanto desde Bielorrusia como en el enclave fuertemente armado de Rusia en Kaliningrado.
La presencia rusa en todos los niveles del sistema político, económico y militar bielorruso, parece empujar de forma drástica el frente oriental de la OTAN hacia el oeste, y parecen aún más acorralados por la presencia de las armas en Kaliningrado, especialmente los países bálticos (Letonia, Lituania y Estonia).
En última instancia, lo que antes parecía un escenario poco probable se ha convertido en una realidad que inquieta al resto del mundo. Si Rusia y Bielorrusia se unen en un solo organismo político, no se puede pasar por alto el riesgo que representa para los estados de primera línea de la OTAN, y bajo ninguna circunstancia se debería subestimar.
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