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China continúa apostando por la política de «COVID cero»

Desde el inicio de la pandemia, varios países han adoptado una estrategia de COVID cero con el objetivo de erradicar el virus dentro de sus fronteras. Ante la nueva variante delta, altamente contagiosa, muchos plantean abandonarla. Nueva Zelanda se ha convertido en el último país en dejar a atrás esta estrategia, siguiendo la estela de Vietnam y Australia. Sin embargo, aunque el resto de países están relajando las medidas, China se mantiene firme.

El objetivo de las instalaciones de Guangzhou es dificultar todavía más los contagios del virus en el país, manteniendo alejada a la gente en cuarentena de las zonas densamente pobladas. De esta forma las personas que lleguen a China desde fuera serán trasladadas directamente a estas instalaciones, donde pasarán al menos dos semanas de confinamiento, además de pruebas frecuentes para detectar posibles casos. Al personal sanitario tampoco le estará permitido salir del recinto, y después de cuatro semanas se enfrentarán a una semana de cuarentena antes de poder regresar a sus hogares, donde pasarán otras dos semanas en aislamiento.

Los funcionarios chinos han descrito el complejo como otro ejemplo de la “velocidad de China”. El complejo fue levantado en tan solo tres meses. Asimismo en la ciudad de Dongguan se espera la inauguración de otro centro de cuarentena que contará con 2.000 camas, y las autoridades han instado a otras ciudades a seguir este ejemplo.

Esta política china de COVID cero, conlleva mantener fuera del país a la mayoría de extranjeros, minuciosas cuarentenas, una gran cantidad de personal, aplicaciones de rastreo y localización, cierres de las zonas con focos de contagios y frecuentes pruebas masivas a la población. Con estas medidas China ha obtenido importantes resultados, especialmente si tenemos en cuenta el tamaño del país y su población, que además cuenta con 14 países rodeando sus fronteras. Hasta el día 10 de este mes, el recuento oficial de muertes relacionadas con el COVID era de 4.636, y en algunas provincias no se ha notificado de ningún fallecimiento.

Con estas cifras parece claro que si el mundo volviera a enfrentarse a un brote similar, muchos países optarían por el enfoque de China. Pero al final se encontrarían con el mismo debate: ¿cuándo relajar estas medidas? Mientras el resto del mundo parece acostumbrarse al virus como una enfermedad endémica, China mantiene su férrea campaña y no parece dispuesta a darle una tregua al virus a corto plazo.

Las consecuencias de estas medidas se hacen notar en todo el mundo, entre ellas: la imposibilidad de que los líderes mundiales se reúnan cara a cara con el presidente chino, Xi Jinping, que no ha recibido visitas extranjeras ni viajado al extranjero desde enero de 2.020. Por lo que tampoco parece probable que asita a la reunión del G20 en Roma programada para finales de octubre o a la conferencia de la ONU sobre el cambio climático en Glasglow que se celebrará poco después. Además, en este momento de tensión con Estados Unidos, no se ha celebrado ninguna cumbre formal con el presidente Biden, y solamente China ha aceptado una reunión de este tipo por videoconferencia para finales de año.

Son varios los factores que afectan a las decisiones de China en relación a cuándo y cómo reformar su política en materia de COVID: la forma en la que muta el virus; la eficacia de las vacunas (China no permite el uso de vacunas extranjeras); los riesgos para la economía; y el estado de ánimo de su población. Teniendo en cuenta que el Partido Comunista alaba su propio éxito en la lucha contra el virus como prueba de la superioridad de la política china, aceptar que el virus es endémico supondría un gran cambio de tono.

La variante delta, que se propaga mucho más rápido que la cepa original, parece la responsable de que la política china sea más difícil de aplicar en estos momentos. Aunque esto parece compensarse con una alta tasa de vacunación: hasta el 15 de septiembre, el 71% de la población se había vacunado con las dos dosis y otro 10% había recibido la primera. A pesar de los datos, es poco probable que China relaje sus medidas a corto plazo teniendo en cuenta la inminente apertura de otro centro de cuarentena.

Los últimos datos de septiembre, indican que China ha administrado dos dosis vacunas a casi tres cuartas partes entre los mayores de 60 años. Pero aunque consiguieran vacunar a casi todos ellos, como ha pasado en algunos países europeos, las hospitalizaciones aumentarían cuando el país comenzara a abrirse nuevamente. En qué medida, dependería de la eficacia de las vacunas. Hasta la fecha, China ha aprobado siete vacunas, todas producidas por empresas chinas. Las más administradas son las fabricadas por Sinovac y Sinopharm, ambas aprobadas por la OMS.

Al igual que sucede con las vacunas occidentales, las chinas funcionan de forma más efectiva en la prevención de la enfermedad, pero no tanto para detener la propagación del virus, y aunque China podría reforzar sus defensas con el empleo de vacunas occidentales, parece decidida a apostar por soluciones autóctonas. Una de las razones es claramente política: el Partido Comunista pretende consolidar la visión de que gracias a sus medidas, China  ha podido salvarse del virus.

El malestar económico podría ser una de las razones que forzaran a China a relajar sus medidas: los brotes relacionados con la variante delta han provocado cierres de empresas repentinos y severos, además la larga campaña contra la especulación inmobiliaria puede haber llevado a la economía china a una contracción de “doble burbuja”, y el PIB de China se ha reducido un 0,2% entre julio y septiembre. Otros datos recientes también parecen sombríos: para la fiesta nacional china, del 1 al 7 de octubre, los ciudadanos realizaron unos 58 millones de viajes al día en todo el país; y durante los cinco días de vacaciones de este año en mayo, el número de viajes superó los niveles anteriores a la pandemia.

Aunque la lucha de China contra el COVID ha perjudicado a los servicios, sus exportaciones han sido fuertes. De hecho, los cierres periódicos y puntuales de China han sido menos perjudiciales para sus fábricas y su comercio que las restricciones más amplias impuestas en sus rivales manufactureros como Vietnam.

Algunos expertos chinos han sugerido que, cuando las tasas de vacunación sean lo suficientemente altas y las tasas de mortalidad bajas, China debería abandonar la política COVID cero. En una reciente entrevista ante las cámaras de medios nacionales, Gao Fu, el funcionario de mayor rango en el control de enfermedades de China, dijo que el país podría alcanzar una tasa de vacunación del 85% a principios del próximo año, apuntando a una posible apertura.

Sin embargo, Fu no es miembro del Politburó gobernante, cuyos miembros podrían tener motivaciones no relacionadas con la epidemia. Una de ellas es que parece haber un fuerte apoyo público a la estrategia COVID cero. En junio, varios medios criticaron a uno de los científicos más respetados de China por sugerir que el país debería relajar su política el próximo año. Otros medios se hicieron eco de las opiniones de un antiguo ministro de Sanidad que expresaba su «asombro» ante la idea de relajar los controles. En agosto, un profesor fue detenido durante 15 días tras sugerir que la ciudad de Yangzhou debería suavizar su cierre.

Existe la posibilidad de que el gobierno también contemple otros beneficios políticos con la estrategia de COVID cero, ya que se enfrenta a una serie de grandes eventos públicos, que no querrán ver ensombrecidos por brotes del virus. Los Juegos Olímpicos de Invierno, que se celebrarán en Pekín, será uno de estos grandes acontecimientos, y el Comité Olímpico Internacional anunció la decisión de China de que, para mantener el virus bajo control, no se permitirán espectadores de fuera del país, la misma restricción que se aplicó a los juegos de verano de este año en Tokio.

Sin embargo, algunos líderes chinos consideran el posible daño a largo plazo que puede causar su política de COVID cero. El Partido Comunista se aferra a una retórica que culpa a occidente, y sugieren que la única estrategia correcta es eliminar el virus por completo. Una parte de la población china, influenciados por los medios de comunicación estatales, creen que occidente ha estado vendiendo falsedades sobre los orígenes del virus con el objetivo dañar a China. Estos sentimientos han hecho aún más tóxica la tensa atmósfera que rodea las relaciones de China con occidente, evidente mucho antes de la pandemia.


Analista especializado en el entorno de la información y Defensa.

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